Críticas de espectáculos

La vida es sueño / CNTC

LA VIDA ES SUEÑO de P. Calderón de la Barca

NUEVA PIEL PARA LA VIEJA CEREMONIA:
Vuelve la Compañía Nacional de Teatro Clásico a recordar al público español la vigencia de una comedia filosófica como La vida es sueño en una adaptación que rehumaniza la grandilocuencia parlamentaria, con personajes que asoman a escena tal y como Dios los trajo a este Gran Teatro del Mundo y tomándose las oportunas licencias en relación al texto para recordar con ironía que estamos ante un clásico.

EL TEATRO DE LOS ACONTECIMIENTOS:
El presente montaje representa la acción dramática en un círculo de gravilla casi caucasiano -Polonia y el Ducado de Moscovia en las estepas del Este de Europa, y la parafernalia militar de un vestuario de correajes de cuero y uniformes- en el que confluyen, superpuestos en sucesiva estratificación simbólica, diversos niveles de interpretación de la interpretación -y valga la redundancia- de los actores, entre la que no es la menos significativa la del a/coso del toreo en la que Segismundo -un bruto humano o humana fiera- se debate en el laberinto interior del Minotauro y, a toque de Clarín, en el albero de la plaza pública, al arbitrio de su apoderado el rey Basilio -el rey que es rey, rey al cuadrado-, en un espectáculo cómico-taurino que funde al bombero-torero de nariz de goma y pedorretas con el don Tancredo sobre el sillón de La extracción de la piedra de la locura representando en la arena de una pista de circo el interrogatorio intelectual de un cautivo de las apariencias, un prisionero de la Naturaleza y reo de sí mismo, sometido al foco de luz de la razón en el círculo vicioso del poder, en el escaño que corona el cono-más que pirámide- estamental de la sociedad barroca, puntiagudo como gorro de un mago o estrellero que avizorara el destino del ser humano entre los “círculos de los astros süaves”.

MACROCOSMOS Y MICROCOSMOS TEATRAL:
En ese escenario, con el círculo como símbolo de la cosmovisión teocéntrica del Barroco, Tierra iluminada por Estrella y que en virtud de los filtros -amorosos- de la luminotecnia adquiere la blanca palidez lunar en el delirio erótico del lunático -alternando cráteres lunares con manchas solares-, un andrógino -Rosaura-, híbrido de sol y luna, revela la dualidad de la naturaleza humana, bajo el cielo sublunar y por debajo de la luna del espejo -artificio cuadrangular que reduplica la realidad, tan lejos del “mito de la caverna” de Platón como de la teoría marxista del reflejo-, luna de plata -río de la luna-, río de la Plata -argentino-, que mediante el imán del acento porteño -de Clarín- acerca el cono -de luz- sur -América también existe- en un juego de atracción y repulsión que desdobla La vida es el sueño de Eldorado, merced a un espejismo de tamaño natural servido en bandeja de plata -alto relieve que frisa en el cielo estrellado -”porque el hombre/ predomina en las estrellas”-, réplica macrocósmica de la bandejita de plata del Criado 2º -microcosmos enano, este “Ícaro de poquito”- en virtud de su precipitación al vacío -”cuanto está arriba, está abajo”, reza el proverbio oriental, como corrobora también el materialismo-, a escala como la relación entre la copia -retrato de Rosaura- y el original de la dama, gran ilusión multiplicada del amor de Venus a través del Mercurio del espejo, cual geometría del sueño de la vida que tendrá “tu sepultura/ en monumento de plata”.

SUEÑO AL CUADRADO IGUAL A CONCIENCIA:
Y nada mejor que el sueño inducido, experimental, de ese drogadicto ocasional -sometido de forma involuntaria a una alteración de sus estados de conciencia, por enunciarlo con arreglo al código de lo políticamente correcto-, conejillo de Indias narcotizado en un gabinete de sicología aplicada que merced al contraste con la vigilia confirma la verosimilitud del sueño para descubrir que Sueño + Vigilia = SUEÑO o, para formularlo con otras palabras, que la mentira de un ensueño en el ensueño mentiroso del teatro es la fórmula que revelará la verdad de la conciencia.
Este patrón ya estaba en el Quijote cuando Cervantes -el gran patrón de nuestras letras- consigue la verosimilitud de la FICCIÓN merced al contraste entre ficción y realidad – la ficticia realidad del hidalgo Alonso Quijano y la ficción ficticia del caballero don Quijote de la Mancha- en el interior de su misma comedia narrativa. Y no es casual el parentesco entre don Quijote y Segismundo teniendo en cuenta que ambos personajes, enajenados o alienados con claro trastorno de personalidad, proclaman una ambigua y enigmática conciencia del yo -en su primera salida don Quijote; al final de la Escena VI de la Segunda Jornada, Segismundo- con idéntica fórmula:“Yo sé quién soy”, su barroca declaración de autoconocimiento solipsista que evoca la tautológica y veterotestamentaria autodefinición del Dios del Génesis -“Yo soy el que soy”-, del que no es sino un pálido reflejo, espejismo de su divino espejo, la lacónica confesión del Hijo del Hombre en los evangelios canónicos al interrogatorio policial acerca de su filiación real -como lo es, espejismo de otro espejismo, la condición regia de Segismundo, único heredero al trono de Polonia-. Y por si fuera poco, príncipe también condenado a muerte -”pues el delito mayor/ del hombre es haber nacido”- buscando a Dios entre la nebulosa celeste del sueño de un espejo, pulsión de amor y muerte del ser que deambula entre una igualmente unamuniana Niebla de la existencia, sueño humano de un borgiano Gran Hacedor girando en redondo en la espiral de sucesivos círculos concéntricos, personalidad soñada por su Autor -”Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo”-, entre ruinas circulares.

TEATRO, LA VIDA ES PURO TEATRO:
Nada, por tanto, mejor y más dramático para la representación de este misterio -si, como aseguraba el comunicólogo MacLuhan, “el medio es el mensaje”- que el gran sueño del Teatro, la ensoñación de la que despierta el espectador con la luz de la araña de un teatro, el ensueño de unos personajes oníricos de carne y hueso que confirman, al encenderse las luces del teatro, el calderoniano “todo es nada”, y más si, como en el presente montaje, hay un distanciamiento teatral del personaje -la morcilla a lo Espronceda o el acento porteño de Clarín- o el contrapunto del dúo -coro trágico andaluz reducido a su mínima expresión- del cante jondo del cantaor que recuerda periódicamente -el diario Clarín, de nuevo- al respetable: a súbditos, vasallos o testigos, pacientes asistentes a un psicodrama o visitantes observadores de una sesión de interpretación de los sueños, chicos y grandes, espectadores todos del mayor espectáculo del mundo, a los extraterrestres que mirar sin pestañear ese círculo terráqueo desde los asteroides de sus palcos o coros celestiales escalonados en los anfiteatros coronados por angélicas bandadas de público escolar -fierecillas indómitas con brutos por “desbravar”- que pelan la pava o mudan la pluma en el gallinero o paraíso, que lo suyo es teatro, con el deje desgarrado de un bolero de acento portuario, aunque no sea precisamente “porteño”, “lo suyo es puro teatro”.


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