Velaí! Voici!

La virtud de lo inútil y de las ‘Islas desiertas’ de ArtesaCía

Cuando una máquina se equivoca o comete un error es que funciona mal. Cuando un ser humano se equivoca o comete un error es que funciona bien. La tolerancia al fracaso no solo es índice de inteligencia, sino también asunción de la naturaleza falible que nos constituye. En definitiva, la tolerancia al fracaso es salud y camino de sabiduría y felicidad.

 

En el polo opuesto está la persona que es quien es por su currículum, por su profesionalidad intachable y eficaz. El ser caracterizado por el éxito y el triunfo. La persona educada para no fallar nunca, como un robot. Adiestrada para ser productiva, para estudiar algo que tenga salidas en el mercado laboral, para triunfar, para ser la primera… Todas esas cosas que, quienes escogimos estudiar arte dramático o danza, no pensamos bien en su día. Todas esas circunstancias y condiciones que desafía quien escoge el camino de las artes escénicas. Aún así, incluso en este ámbito, en los años que llevo como profesor de arte dramático, observo cada vez menos tolerancia al fracaso en las nuevas generaciones de alumnado. Asunto éste que me llena de curiosidad y cierta inquietud.

También el teatro, en muchas ocasiones, se marca el objetivo de demostrar su utilidad, en analogía a cualquier otra empresa del mercado laboral. El propio vocabulario nos va llevando hacia ahí: las piezas teatrales pasan a considerarse productos artísticos y el sector profesional pasa a depender de agencias de industrias culturales u otras denominaciones por el estilo. Un léxico que pertenece al campo semántico de la mercadotecnia (ahora nombrada como marketing) y del sistema competitivo capitalista de consumo.

Es obvio que no existe el acto teatral sin un público que participe de esa experiencia artística y es obvio, también, que cualquier compañía teatral busca conectar con un público potencial, porque sin la recepción no hay teatro. Por tanto, ese hincapié en la utilidad y en la cantidad de espectadoras/es, análogo al de la empleabilidad en la elección de una formación académica, resulta, en mi opinión, malévolo y manipulador. Es como ponerle puertas al campo.

Tras la coartada de la utilidad y la rentabilidad está, muchas veces, el intento por controlar la creación teatral y llevarla hacia los estándares de las modas de consumo y de las tendencias promocionadas por quien programa los espacios públicos, festivales y otros organismos e instituciones canonizadoras y reguladoras. En otros casos, la concurrencia competitiva, además del control sobre lo que se hace, también puede tener un afán disuasorio. La utilidad y la rentabilidad hay que demostrarlas con evidencias documentales, todo un aparato de protocolos y burocracia capaz de hacer desistir a cualquier artista o compañía que no tengan el dinero necesario para pagar a un gabinete especializado en esas lides.

Todo esto viene a colación de uno de los últimos espectáculos que he podido ver, Illas desertas (Islas desiertas) de ArtesaCía Transmedia. Una pieza que celebra la inutilidad, la nececesidad de lo inútil, de lo utópico, de la aventura y del fracaso. Calificativos que a mí me hacen pensar en teatro, en danza, en libertad, en salud…

Illas desertas se estrenó en el Auditorio Municipal de Tui (Pontevedra), el 23 de marzo de 2021 y, en ella, el núcleo de ArtesaCía, formado por Laura Villaverde y Roi Fernández, convirtió al equipo técnico e incluso al público en equipo artístico, al propiciar una experiencia colaborativa en la cual los dispositivos electrónicos se convierten en elemento de juego teatral.

Velahí uno de los aspectos aparentemente contradictorios e interesantísimos de esta propuesta, respecto a la reflexión inicial sobre utilitarismo, capitalismo, consumo y modas. La tecnología, las apps diseñadas para la interacción remota y virtual, la utilización de avatares, los robots voladores (drones), las cámaras y las manipulaciones de la imagen en directo, etc. son elementos que podríamos considerar últimas tendencias, moda y productos de consumo del mercado global del primer mundo (porque el tercero sigue existiendo). En muchos casos, su utilización puede servir para enajernarnos y aislarnos, en el espejismo de que estamos en contacto a través de esos dispositivos. Pero, a su vez, eliminan la comunicación presencial, en la que intervienen las energías, las inflexiones y texturas del gesto y de la voz, los olores y todo ese conglomerado de sensaciones dirigidas a nuestros sentidos, al inconsciente y a la transmisión de los instintos. Vamos, todo aquello que es fundamental y que las pantallas apagan, todo aquello que desborda los límites de la palabra escrita o ecualizada y que navega por el cuerpo de la voz en un espacio compartido y por todas las modulaciones proxémicas y gestuales, en el espacio dinámico de la comunicación.

Illas desertas de ArtesaCía complementa el juego en directo del teatro con la intervención de nuestros teléfonos móbiles, a través de la app Kalíope, creada por La Fura dels Baus y lo hace, en mi opinión, superando a los propios promotores de esta aplicación. Hace unos meses asistí al macro espectáculo Nueva Normalidad (NN) de La Fura dels Baus, en el recinto exterior de la Cidade da Cultura, en Compostela, y la utilización de esta app resultaba anecdótica, compartiendo, a través de ella, algunos mensajes informativos prescindibles y una interacción que te dejaba como estabas. Sin embargo, ArtesaCía, en la caja oscura del teatro crea, a través de los teléfonos móbiles y de Kalíope, un universo lumínico y sonoro fascinante, que expande y potencia los efectos oníricos de la aventura teatral que nos proponen.

Las pantallas de nuestros teléfonos se tiñen de color rojo o de color azul y, si elevamos los brazos, la platea se convierte en un firmamento ígneo o en un mar. Al mismo tiempo, de cada uno de los dispositivos sale el sonido que, de esta manera distribuido, inundará, envolvente, todo el espacio.

Las fracasadas aventuras de la aviadora Amelia Earhart y del explorador Ernest Shackleton, son dos mitos, relacionados con el aire y el mar, que sirven como base narrativa para el juego posdramático que recrea fragmentos fantásticos de esas dos expediciones. Dos proyectos inútiles, pero sumamente ilusionantes, que revelan la fuerza vital de la imaginación y de los sueños.

Así, sobre el escenario, una inmensa tela, movida con cuerdas y poleas por Laura y Roi, será como un títere gigante de factura abstracta que, teñido por la acción lumínica de Héctor Pazos, nos procurará uno de los clímax de emoción estética más encantadores.

Las maquetas de los círculos polares, de un barco, de una avioneta, como los de Ernest y Amelia, así como la evocación de los personajes, con algún elemento icónico para su caracterización y también con la actuación de Laura y Roi, sumándose al cine en directo, que amplifica y manipula las imágenes, cual títeres virtuales o avatares, configuran ese universo entre lo surreal, lo onírico y lo fantástico. Casi me atrevería a afirmar que se trata de teatro de ciencia ficción, estableciendo un paralelismo con el género cinematográfico.

En el escenario, además de Roi y Laura, están Susana Méndez, en el control técnico en directo, y Héctor Pazos, que actúa con la música, tocando el piano electrónico y generando también un espacio sonoro que ambienta, de manera evocativa y fantástica, el juego teatral. Su presencia en escena no es la de dos técnicos, en el afán posdramático por afirmar la realidad escénica o el escenario como laboratorio de operaciones artísticas, sino también como actriz y actor manipuladores del dispositivo escénico, tal cual titiriteros a la vista de la espectadora y el espectador.

Su manipulación también alcanza nuestros dispositivos móbiles, a través de la app Kalíope, cuando activan nuestras linternas o nos envían fragmentos de imágenes documentales sobre las aventuras de la aviadora Amelia Earhart y del explorador Ernest Shackleton.

Durante las transiciones entre los diferentes cuadros de Illas desertas, en la oscuridad de la platea, las pantallitas de nuestros teléfonos se activan, iluminando los rostros enmascarados del público, para ver imágenes históricas que producen un desdoblamiento, complementario y mágico, respecto a las evocaciones aventureras que Laura, Roi, Susana y Héctor juegan sobre el escenario. De esta forma, se produce una doble o triple articulación. Por un lado, las aventuras de Amelia Earhart y Ernest Shackleton, en su formato documental en las pantallas de nuestros teléfonos. Por otro lado, la  invocación en la aventura teatral de Laura Villaverde y Roi Fernández, junto a Susana Méndez y Héctor Pazos. Y, por otro lado, el juego con la artesanía y la tecnología que se arma y desarma ante nuestros ojos. Una aventura en la que entramos, como en un viaje fantástico, cada persona que va a participar en esta experiencia teatral transmedia.

Todo ello con el eco de una pregunta clave: ¿Cuál fue tu última experiencia inútil?

Sin duda, tanto la pregunta, o mejor dicho, hacia lo que ésta apunta, como la experiencia artística compartida de Illas desertas resultan algo excepcional.


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