Las cabras pal monte
En mi país, cuando alguien actúa de manera momentánea fuera de la supuesta normalidad, lo que llamamos una pequeña locura, se dice que al sujeto se le arrancaron las cabras pal monte para dar a entender que algo se salió de control, como esas cabras que saltan y saltan sin una aparente dirección.
Sinceramente creo que por nuestra sanidad mental, la de, todos y cada uno, de vez en cuando deberíamos dejar abierta la puerta del corral de nuestra normalidad estandarizada por la sociedad en la que a duras penas sobrevivimos, para que se nos arranquen todas las cabras al monte y por supuesto seguirlas sin cuestionamientos ni aprensiones.
Eso siempre y cuando las cabras no vayan en estado alterado por psicotrópicos o resentimiento social, premunidas de sendas ametralladoras Kalachnikov AK-47 y con munición suficiente como para aniquilar a todo aquello que se mueva del otro lado de la mira.
Al seguirlas, desde las alturas de la geografía alejada de moldes y prejuicios, sin duda tendremos una amplia perspectiva diferente de las cosas que quizás nos ayude a encontrar otro camino por el cual transitar hacia nuestros objetivos, eso sí tenemos objetivos, o que al menos lo hagamos por el mismo derrotero pero con una actitud diferente. Si escalamos a una altura suficiente, incluso podremos vernos a nosotros mismos, a ese individuo normal de actuar normal en un mundo normal, encasillado en la norma.
Todas esas locuras de comportamiento tan de la mano con la adolescencia, pareciera que al ir teóricamente madurando, las relegamos sin derecho a réplica a la cárcel de lo imposible, de lo irrealizable, de lo prohibido, de una locura de locos en reclusión.
¿Si sobrevivimos a pesar de nosotros mismos a nuestra adolescencia efervescente cargada de hormonas superponiéndose a la razón, por qué no habríamos de sobrevivir ahora de mayorcitos con todo ese cúmulo de herramientas que la vida nos ha ido enseñando a utilizar?
En un acto casi masoquista, no nos atrevemos a salirnos de «lo que se debe hacer» para no ser excluidos del grupo social que tantas veces nos martiriza con su exigencia de ajustarnos a como dé lugar al normado molde pre establecido.
Sin tener reservada una habitación en la clínica psiquiátrica más cercana, una locura inesperada de vez en cuando, le hace bien al espíritu, aunque por último solo sirva para tener algo interesante que contarle a nuestros nietos.
Si repasamos las historias personales que solemos relatar, la mayoría tienen una dosis no menor de locura transformada en memorable anécdota.
Las cabras encerradas en el corral de la rutina diaria se aburren junto con todo el ganado sumiso a la prisión aceptada, mientras que en el monte, algunas disidentes corren y saltan en plena libertad, moviéndose a su antojo, comiendo variedad de pasturas diferentes y disfrutando de una vista privilegiada del valle que se encuentra allá abajo.
Me tengo que ir porque concentrado en este escrito se me quedó abierta de par en par la puerta del corral.
Anímense, nos vemos allá arriba para disfrutar de una hermosa vista global.
Be, ee, eee.