Las calles corrían por las calles / Teatro Ensalle
Un grito dulcificado
Teatro Ensalle de Vigo dulcifica su gesto de resistencia y su apología del margen en su última creación titulada Las calles corrían por las calles, que acaba de estrenar. La acción verbal, la palabra, no centraliza el sentido del espectáculo y mantiene un lúdico equilibrio respecto a la acción gestual y coreográfica.
La fragmentariedad posdramática de los cuadros o secuencias se relacionan por un contraste en las acciones escénicas: Momentos en los que un monólogo en primera persona se reparte entre las dos actrices y el actor portavoces. Ahí el efecto de la palabra es coral, con las inflexiones reflexivas y metafóricas que caracterizan los textos de Pedro Fresneda. Momentos de música cañera y danza disímil. Momentos de quietud donde toma cuerpo el estar juntos, sencillamente estar juntos, sentados uno al lado del otro, María Costa, Artús Rei y Raquel Hernández, mientras suena el crepitar del fuego y la sombra de una rama, que cuelga a la derecha del escenario, se proyecta sobre la pared del fondo. Momentos en los que la coreografía tiene un aroma a danza Butho que comienza en las manos y se expande a los brazos y al tronco, mientras Artús nos cuenta fragmentos de historias de mujeres que aman en situaciones precarias, entre ruinas, recorriendo quince quilómetros para cargar veinticinco litros de agua sobre la cabeza… «Y yo no tengo ni puta idea de lo que es el amor.»
Raquel repite esas historias ejemplares pero la palabra se quiebra y no sale. El texto reaparece hecho pedazos. Y suena «El cant dels ocells» de Pau Casals, y sigue la coreografía y los trozos de texto: «Una mujer recorre… Una mujer recorre… joder si ama… para cargar veinticinco litros de agua… mírala a los ojos… joder si ama… Una mujer recorre quince quilómetros… joder si ama…»
La arena blanca sobre el linóleo negro va dibujando los recorridos y las huellas difusas.
Artús nos regala una imagen expresionista, con la camiseta tapándole la cara a modo de máscara en la que se imprime su mímica facial, la boca abierta, el rictus que se contrae, segmentando el movimiento en una danza de manos, brazos y tronco.
Raquel coge un palo de micro sin micro y un atril y nos lee un texto desaforada y veloz: «Estamos aquí construyendo un recuerdo. Mañana lo repetimos…» Artús transforma la imagen expresionista en un muñeco que ironiza sobre el texto de Raquel y ella misma lo juega desde esa misma distancia para abrir una ventana al humor e incluso a la comicidad.
María cuelga fotos y una casita y luego se pone a tocar un piano rojo enano, como de juguete. Raquel alienta en un micrófono de mano y suenan las olas del mar, después el micro se estampa contra el suelo con estruendo y Raquel inicia una coreografía en la que repite unos pasos entre arrastrar y golpear el micrófono, de manera simultánea al monólogo de Artús sobre la niña y la flor. Un paisaje que nos lleva a lugares de una infancia perdida, de las flores que se marchitaron.
«Le temps perdu» es una frase y una canción en francés. Es un caminito de pequeñas piedras negras sobre la arena blanca dispuestas por Raquel, es la danza de María con la botella y la copa de vino, es la presencia fulgurante de Artús.
«Una vida construida sobre briznas y de la que solo van a quedar briznas».
Una mezcla de melancolía, un grito dulcificado, una apología del margen donde brota la poesía y donde la insumisión se crea desde la entrega total de Raquel, Artús y María, dándolo todo sobre la escena.
Afonso Becerra de Becerreá
Dirección y texto: Pedro Fresneda. Actúan: Artús Rei, Raquel Hernández y María Costa. Iluminación: Pedro Fresneda.
Estrenado el 5 de marzo de 2015 en el Teatro Ensalle de Vigo.