El Hurgón

Las dificultades de don Carlos

Don Carlos Gil Zamora, un hombre que va de un lado a otro en pos de noticias relacionadas con las artes escénicas, y quien por viajar tanto da la impresión de llevar una vida fácil y plena de gratas aventuras, fue víctima de un infortunio durante su última vista a Colombia, y sobre el cual hemos decidido hacer una reseña dadas las curiosas circunstancias que rodearon al mismo.

Hallábase nuestro hombre en una sala de teatro de la ciudad de Buga, en Colombia, haciendo su oficio de disciplinado y agudo observador en la función de apertura del vigésimo quinto ENCUENTRO DE CONTADORES DE HISTORIAS Y LEYENDAS, cuando, según él contó después, sintió algo punzante en la mitad, en el centro mismo, o parte media de su brazo izquierdo, en el espacio que hay entre las arterias cubital y radial, como si fuese un pinchazo dado por la contrariedad que, según siguió contando don Carlos, le produjo ver el lento ascenso hacia el escenario de una narradora oral que le trajo a la memoria a otra, cuyo parloteo, un día, estuvo a punto de enloquecerlo.

Debido a que se hallaba impedido moralmente para cometer un acto de mala educación, como abandonar la sala en medio del espectáculo, porque ya era un hombre distinguido en la ciudad por su doble condición de extranjero y de periodista, don Carlos se aplicó un par de tapones en los oídos, convencido de que así conjuraría la contrariedad y haría desaparecer el dolor, pero nada de ello consiguió, porque una y otro persistían.

Yo, que estaba a su lado, valoraba entre tanto la devoción que este hombre estaba poniendo en escuchar el relato, porque había permanecido en silencio.

Cuando se encendieron las luces de sala y volví la cabeza para pedirle su opinión acerca de la narradora que había pasado y de la calidad del relato, éste me miró como quien pide misericordia, y acto seguido levantó su brazo izquierdo para mostrarme cómo en la misma mitad o centro o parte media de éste se había formado un eritema o rubefacción, que le producía prurito.

Su rostro tenía el color de quien se encuentra muy mal de salud, pero, para no alarmarlo guardé silencio y desvié la mirada para evitar que él leyera en mis ojos, porque se que es un gran lector. Lo tomé del brazo derecho y lo saqué del teatro por la puerta de escape y después de cubrirle el brazo enfermo con una manta lo subí a un taxi y nos dirigimos a la única botica tradicional que queda en nuestra ciudad, y que parece muy efectiva, porque su propietario, un hombre bastante entrado en años, aunque parece embalsamado se mueve con propiedad.

Cuando nos apeamos del taxi y dimos el primer paso sobre el umbral de la única puerta de entrada que tiene la botica, el propietario, desde adentro y sin mediar palabra, sentenció:

-Lo mismo que para las almorranas.

Don Carlos empezó a reír a pesar del dolor, y don Diógenes, tal es el nombre del boticario, afirmó:

-Eso que usted tiene es una picadura hecha por un mosquito al que llamamos zancudo, y se cura con una pomada que fabricamos en esta botica. Y sacó una caja pequeña, redonda, la abrió y dejó ver en el fondo un residuo del color castaño claro, parecido al café con leche, del cual sacó una porción con la punta de un cuchillo y la esparció por encima de la roncha, mientras decía:

– Esta pomada es prodigiosa, porque cura hasta las almorranas.

¿Cuánto cuesta? – preguntó, don Carlos, vivamente interesado en el producto, que de repente había cobrado para él valor de antigüedad y de medicina casera, y el hijo del boticario se adelantó a responder:

-Veinte mil pesos.

->Y, ¿qué voy a hacer yo con veinte mil pesos de pomada? – preguntó don Carlos, disimulando el despertar de su sospecha, a lo que el hijo del boticario, experto en términos de oferta y demanda, respondió:

– Bueno, podemos venderle lo que quiera. Si quiere diez mil pesos, eso le vendemos.

Y don Carlos compró por diez mil pesos el mismo tamaño de pomada que le habían ofrecido por veinte mil, y salió sonriente de la botica, convencido de que había hecho un excelente negocio, porque había conseguido un descuento del cincuenta por ciento.


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