Y no es coña

Las edades de la experiencia

Escribo como cada año por estas fechas desde Almada, la ciudad que parece devolverle una imagen más industrial a Lisboa y de repente somos conscientes de encontrarnos presenciando obras y espectáculos dentro del 41º Festival de Almada que fue el germen de lo que después fue un edificio teatral nuevo, una compañía estable, un proyecto que se ha demostrado ser de futuro, porque ha llegado hasta nuestros días con una actividad constante que quizás tenga su mayor proyección con este Festival.

Por muchas razones, este proyecto, edificio público con gestión privada, compañía estable, festival y otras muchas actividades que completan la razón de ser me ayuda siempre a reflexionar sobre las posibilidades que tienen los edificios teatrales, su gestión y su proyección de futuro y, especialmente, para crear públicos, para consolidar una acción teatral en su categoría cultural mantenida en el tiempo y que repercuta de manera constatable en la ciudadanía.

En cuarenta años, los públicos que siguen llenando los espacios donde se celebran las representaciones programadas, por lógica han cambiado. O han evolucionado. Pero si se atiende a las programaciones, que es el único y fehaciente documento o manifiesto donde se establece las ideas que concurren e inspiran en cada edición, existe una fidelidad por un tipo de estéticas, se repiten nombres de grandes creadores que han representado avances innegables en los finales del siglo pasado y que han atravesado esta primera parte del siglo veintiuno con categoría de maestros incuestionables. Hablo sin remilgos de los públicos porque me parece importante ver el acompañamiento a lo ofrecido porque significa un acierto en términos de comunicación no mercantilizada. La capacidad del contenido para provocar a un número importante de miembros de la sociedad para acudir a presenciar espectáculos, obras, coreografías de primer nivel junto a propuestas que llevan en su interior el desafío de la búsqueda o el rompimiento con lo más habitual y establecido es algo importante. Quiero insistir en que no es nada casual, se trata de mantener una idea básica de lo que debe ser este festival, a quienes dirigirse, cómo atender los movimientos estéticos y políticos que sucede en su entorno y traer aquello que se hace en Europa que mantiene, cuando menos, un rigor por encima de los usos menos exigentes.

Por todo ello voy a señalar unas experiencias sobre creadores con una edad avanzada que aparecen con nuevas propuestas o con alguna reconstruida para ajustarla mejor a los tiempos actuales. Por orden cronológico, ver “Full Moon” que llega con bandera francesa con la marca Bureau Plató, la última creación de Josef Nadj, perteneciente a esa generación de coreógrafos y bailarines que revolucionaron en el último tercio del siglo pasado la danza contemporánea, convirtiéndola en hegemónica en muchas programaciones de la Europa más modernas, asentado en Francia, creando un lenguaje significativo, pero que tuvo la buena idea de cambiar sus estructuras y dedicarse a hacer un viaje a lo esencial, que culminó con una nueva formación con bailarines de origen africano de diferentes culturas y países que logró convertirlos en un grupo creativo de primera magnitud. En este montaje las claves escénicas y creativas son fantásticas. Sesenta minutos para inventarse el mundo, la vida, el cuerpo, los sueños, el alma, nueve cuerpos en una escena vacía, luces, máscaras, gestos, ritmos, una interpretación de la inmensidad de los orígenes del mundo, de los bípedos, de las culturas africanas, de la codificación artística, de la explosión de las energías canalizadas por la inteligencia y la fuerza comunicativa. Excelente montaje. Nadj se reinventó hace poco, ahora es mejor que nunca y siempre ha sido de los más grandes. Toda la historia de humanidad contada con libertad y sabiduría en sesenta intensos minutos de movimiento escénico con ocho cuerpos de varones africanos que cautivan junto a un demiurgo enmascarado, el propio Nadj. Dijo en primera instancia el compañero Afonso Becerra que era un espectáculo hipnótico. Puede ayudar a describirlo. Es mucho más.

Llega con bandera italiana de Change Perfomring Arts, “Relative Calm” una creación total de Robert Wilson con coreografía de su siempre fiel colaboradora e inspiradora Lucinda Childs cuyo montaje original es de 1981 y que esta versión se estrenó en junio de 2022 en Roma, es un tríptico con varias uniones ligeras para no dejar las transiciones sin mediación donde las músicas, las imágenes generadas digitalmente que se proyecta en la pantalla gigante que preside el espacio, una iluminación absolutamente intervencionista y unas coreografías obsesivas, complicadas hasta el límite en lo técnico y lo espacial que van configurando un trabajo que se podría definir como sicótico, ya que estamos en una suerte de reiteración infinita, de unos cambios estéticos que simplemente reafirman lo ofrecido, dando unas vueltas transicionales, sin más importancia que su categoría formal realmente formidable para volver a un principio, a dar la vuelta entera, cerrar una suerte de círculo o una vuelta al globo, siempre recordándonos que existe en todo cuanto hacemos en la vida una relativa calma, que puede ser el aviso de alguna tormenta.

La última experiencia que relato de estos días almadenses es «Crisi di nervi, tre atti unici di Anton Cechov», con esas obras breves de Chéjov que tantas veces hemos visto en los escenarios desde hace muchas décadas en formatos y pretensiones diversas, una suerte de prueba actoral, una esencialidad de un prototipo de un teatro naturalista, “El oso”, “Del mal que hace el tabaco” y “Petición de mano”, a cargo de la compañía italiana Tieffe Teatro Milano, con la dirección de Peter Stein, un anciano vitalista, que nos propone un montaje sencillo, esencial, casi diría que museístico, una plasmación de un teatro de texto y actores, con un acompañamiento sencillo de una dirección ordenadora y una iluminación sin pretensiones que logran en su conjunto un espectáculo amable, aunque uno hubiera deseado un nuevo punto de vista sobre las partes más misóginas de los textos chejovianos.

No hay espacio para reseñar más espectáculos. Si se fijan el más joven de los tres creadores tiene setenta años, y el más anciano noventa. El edadismo en la cultura no es pertinente. Tampoco para acumular méritos por edad. Estas experiencias nos lo demuestran.

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