Las miserias del actor
Los actores estamos acostumbrados a hacer muchas cosas, además de a sabernos un texto a la perfección, conocer nuestras entradas y salidas al escenario, navegar por un río de emociones durante el espectáculo, viajar a través de los impulsos que animan cada acción que realizamos en escena o tejer la sutil red de relaciones que establecemos con el resto de personajes de la obra. También debemos conocer dónde y en qué posición concreta van colocados cada uno de los objetos que vamos a utilizar para contar nuestro relato, debemos controlar nuestro vestuario para que la manga izquierda no se enganche con el velcro que que está pegado en la escenografía o para que la aguja del tacón no quede atrapada entre la raja que hay entre las tablas de la parte derecha del escenario, que es más ancha que las demás.
Muchas de las cosas que acabo de mencionar es lo que acostumbro a llamar con sorna «las miserias» del actor, ya que suelen ser asuntos que son de vital importancia para nosotros (imagínate que se te queda pillado el zapato entre las tablas y no puedes seguir tu camino a no ser que tires cual cabestro y te dejes el tacón allí clavado a modo de pica en Flandes), pero que, a su vez, no interesan en absoluto a la dirección. Pequeñas trampas, movimientos sutiles, detalles a la hora de colocar el vestido acá o acullá, traslados de material escénico que hay que hacer en un momento concreto porque si no conviertes el desplazamiento de una compañera en una carrera de obstáculos insalvables. Asuntos de ritmo que hay que cuadrar entre los componentes del elenco, que son verdaderamente importantes para los engranajes del montaje interno funcionen con suavidad y sin estridencias.
Hay miles de pequeños detalles sutiles que operan en otro plano del espectáculo, una capa muy interna de trabajo entre actores que el espectador no huele ni ve cuando todo funciona bien, pero que pueden causar una catástrofe en caso de no quedar bien atada: un elemento que cae al suelo rompiendo en mil añicos la magia escénica, un objeto que no se encuentra en el lugar donde debería en el preciso momento en el que hay que cogerlo y usarlo, un corchete que no abre cuando tiene que abrir… el camino es largo y entretenido de transitar.
Desde la dirección, el nivel de visión es otro. Es macro. Incluso cuando se cuidan los más ínfimos detalles. Porque el nivel de sutileza que se trabaja desde la dirección siempre es de cara al espectador. Opera del actor hacia fuera o del actor hacia sus adentros (en el caso de una buena dirección de actores) que siempre tendrá su reflejo hacia el exterior. Pero las «miserias» de las que hablo son otras, compañeros. Son esas cosas no se deben ver. Hablo de lo que sucede entre patas, del respeto y salvaguarda de las necesidades propias y del resto de compañeros. De todas esas pequeñas cosas que manejamos con elegancia de reyes para no caer de bruces ante los ojos que miran sin ver las pequeñas triquiñuelas que manejamos constantemente para el espectáculo pueda continuar.