Las puertas cerradas
Una puerta abierta o una puerta cerrada dibuja la diferencia entre lo público y lo privado. Es también la frontera entre la cerrazón y el intercambio, entre el aislamiento y la comunidad. En estos momentos, pienso en las puertas vigiladas de la Universidad Industrial de Santander, en Colombia, uno de los espacios públicos en los que desde el 27 de julio se viene desarrollando la octava edición del Festival Santander en Escena. Y al pensar en esas puertas bajo control, una descubre como su naturaleza se queda privada y se restringe su libertad de movimiento.
«Apunta. Soy árabe. El número de mi carné de identidad es cincuenta mil». Pienso en ese poema de Mahmud Darwix mientras nos identificamos una y otra vez a las puertas privadas de esa universidad pública que es la UIS. También pienso que soy una visitante con un documento que acredita mi participación en un evento artístico y no una estudiante que ve limitada a diario su libre circulación por un espacio que le pertenece.
Y mientras permitimos que nos lean en braille para acceder a un teatro, descubrimos que el acceso a los jardines también está condicionado y destapamos paradojas kafkianas como la de no poder acceder al teatro porque para acceder al teatro una persona tiene que tener una entrada que debe obtener al otro lado de la entrada vigilada a la que no puede acceder sin entrada. Para solucionar el problema, la organización del festival se ve obligada a colocar una mesa en medio de la calle.
Y mientras nos piden que nos identifiquemos, algunas personas se niegan renuncian a entrar al teatro para no ver privada su libertad de acción, ni restringidos sus movimientos. Y mientras nos piden que nos identifiquemos, otras se niegan a perder un espacio público que vio nacer este festival que sigue adelante con la dedicación apasionada del colectivo Jaulabierta. «Esta es una universidad pública. Pero se nos ha olvidado el sentido de lo público. Es el sentido de este festival es el público. Este festival nació en este espacio y ahora tenemos que pasar por las rejas, por la vergüenza y por la pena», compartía públicamente el director del evento, Jaime Lizarazo, al tiempo que recordaba la situación similar por la que pasa también la Universidad de Antioquia.
Pero, a pesar de las dificultades, el auditorio Luis A. Calvo de la UIS ha acogido una entrada masiva de público –aún no privado- que ha tenido la oportunidad de disfrutar de compañías de larga trayectoria en el teatro colombiano como es el caso de La Candelaria, de Bogotá o Matacandelas, de Medellín; que ha acercado la rigurosidad y la elevada sensibilidad en el trabajo de los grupos cubanos Danza del Alma y Estudio Teatral de Santa Clara; que ha inyectado el teatro en niños y mayores con espectáculos de rica sencillez como el de la compañía ecuatoriana Espada de Madera… Así hasta diez grupos internacionales, compañías nacionales y locales que distribuyen el arte de la escena por diferentes comunidades de la zona, pone en contacto a creadores de diferentes países y teje puentes a base de insistencia soñadora.
Siguiendo con la programación prevista, en estos momentos la segunda parte del festival se traslada a la calle, refugia su corazón a cielo abierto y continúa en salas que no solicitan más identificación que la que podamos encontrar en ese espacio de mil espejos que es la escena. Pero la mirada debe seguir atenta y alerta, para no sentirnos privados, para no vernos recluidos en las puertas cerradas de lo privado, para no caer en el eterno insomnio de los que solo sueñan materia y poder seguir abriendo puertas en paredes sin puertas.