Y no es coña

Las respuestas silenciosas

Datos y opiniones se repelen o se complementan. No estamos en tiempos de grandes conclusiones definitivas. La incertidumbre sigue siendo un común denominador, pese a que utilizamos todo nuestro arsenal de auto convencimiento para hacer planes, presentarse a las convocatorias, estrenar, hacer representaciones cumpliendo las condiciones restrictivas de aforos y mascarillas. Las noticias se cruzan con las esperanzas y lo sueños individuales o colectivos. 

 

Por todo ello, quienes tenemos la suerte de mantener una actividad profesional más o menos continuada, con ciertas molestias o incertidumbres sobrevenidas, vivimos en una realidad abrasiva y cuando existe una mínima brecha para mirar al cielo, escuchar a tus compañeras de vivencias festivaleras o conversas con esa distancia acortada por las videoconferencias, se repiten una serie de preguntas que van desde lo más circunstancial a lo más estructural y que no encuentran repuestas de manual, ni estudios suficientes ni capacidad de entenderlas sin rodear las vaguadas que hacen que el camino sea en muchas ocasiones indefinible.

Van unos asuntos colaterales que no tiene más valor que la curiosidad inducida pero que en ocasiones asaltan la reflexión sentado en una sala de teatro. Lo planteo de la manera que considero más sencilla. En el pasado campeonato de fútbol europeo, comprobamos de manera indiscutible que, en todos los equipos con himno, la cantidad de jugadores de ascendencia africana sube de una manera exponencial. ¿Por qué eso no se ve esta circunstancia demográfica en los escenarios? Y reduzco la duda, ¿cómo es que en las compañías de danza públicas la presencia de artistas africanos es minoritaria cuando parecen cuerpos dotados precisamente para esta expresión? Hay bailarines africanos en grupos de danza contemporánea, grandísimos creadores, pero cuando se va estratificando la contratación administrativa, esa presencia disminuye hasta que en estos días he vivido dos situaciones contradictorias, un espectáculo “Omma” de Josef Nadj, todos sus bailarines eran de origen africano y en otro, de la Companhia Nacional de Bailado, ninguno de los trece bailarines. 

Esta relación entre las poblaciones reales de ciudadanos de origen africano y su representación en los escenarios y, especialmente, en las salas como públicos es algo que llevo años intentando desvincular de cualquier noción racista, y me imagino que se debe incardinar en prejuicios y en la situación económica, social y cultural de estas poblaciones que se nutren de migraciones muy recientes, me deja bastante perplejo, porque la teoría de hacer un teatro para las clases populares, que es una de las brújulas que han inspirado mi labor desde los inicios, choca con una realidad que cuesta admitir: hacemos teatro para clases medias, mientras a las clases populares se las condena a lo que las televisiones generalistas les suministran. 

Una pregunta de un compañero de los medios de comunicación me sume de nuevo en las disquisiciones circunstanciales, pero que son sintomáticas. ¿De dónde sale el público que va a Almagro? Se podría ampliar esta pregunta a la inmensa mayoría de los públicos que acuden a los festivales veraniegos, sean con una consideración publicitaria u otra. Y aquí hay que tentarse mucho las ropas, hay que hilar muy fino, ya que existe una tendencia ofensiva a considerar los públicos no capitalinos, y aquí capital es toda aquella ciudad hegemónica en su entorno, como menores, como más fáciles de engañar, menos exigentes, formando parte de unas masas más manipulables. Cada espectadora, una a una, cada persona que cumple con el rito de ir voluntariamente a una sala es un mundo, es el mismo Teatro, es la justificación de la existencia de miles o millones de seres que piensan, escriben ensayan, decoran, interpretan obras y coreografías. A partir de esta declaración vienen todos los matices apropiados para entender los fenómenos sociales, las publicidades masivas, las modas y corrientes, el bulto y el esbozo.

No sé detectar de dónde salen y acuden a Almagro los públicos, ni a Mérida, ni a Olite, ni a Almería. Algo de la experiencia me dice que esos públicos funcionan con otros resortes para su elección, que se mezcla la situación de asueto con la experiencia de vivir una noche diferente y cumplir con una hipotética cuota de consumo de cultura en vivo, la presión positiva social, es decir si tus amigos han decidido ir a ver ese espectáculo, lo normal es sumarse. Pero insisto, todo esto me lo puedo ahorrar, son deducciones totalmente voluntariosas, apreciaciones sacadas de conversaciones fragmentadas con profesionales de diversos gremios involucrados. Lo cierto es que existen convocatorias públicas, festivales, con programaciones muy especiales y a las que acuden públicos. Y en ciertos lugares en un número alto. Esa cantidad que tanto justa a los mercantiles y que a algunos también nos entusiasma, aunque sepamos diferenciar de manera científica las churras de las merinas.

Y va otra consideración que subyace, ¿los públicos se equivocan? ¿Se equivocan los electores? Los resultados de unas elecciones democráticas se consiguen sumando votos, haciendo porcentajes y después proclamando a los ganadores. De acuerdo, existen matices, dopaje electoral, publicidades, manipulaciones, etcétera, pero en la elección de los públicos, ¿existe ese dopaje, esa manipulación, ese apoyo incondicional a unos proyectos e ignorar otros? Pues sí, eso innegable. Cuando se puede invertir mucho dinero en publicidad pública y privada en todos los medios, cuando los propios medios informan de manera publicitaria y propagandística de festivales, programaciones o montajes, es obvio que se apuesta por unas propuestas y se olvidan de otras.

No obstante, pese a todo ello, los públicos van a donde creen deben ir, si salen satisfechos volverán y si no dejarán fuera de sus actividades habituales ir al teatro y volveremos a empezar la rutina. Y digo más, es bien cierto que en las programaciones de los teatros de las ciudades donde solamente existe un teatro oficial, la capacidad de elección de los públicos es casi inexistente. Es una persona la que elije, la que canaliza el gusto, la que propone de manera finalista a un sí o un no, ya que no hay ese fin de semana otra alternativa. En Madrid o Barcelona, por ejemplo, hay decenas de alternativas coincidentes. Esa es la diferencia técnica. Tiene que ver con la demografía, las posibilidades reales. No es fácil dar respuestas a preguntas intrincadas, por eso el silencio reflexivo ayuda. O no.


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