Mirada de Zebra

Leer para hacer

Leer para confrontar ideas propias con las de otros. Leer para no acabar proclamando el descubrimiento del fuego. Para dejarse influenciar, contaminar, para vivir la paradoja de ser uno mismo impulsado por el conocimiento de otros. Leer para que nuevas palabras den sentido a lo que llevamos haciendo desde hace tiempo. Porque leyendo nos hacemos herederos de un legado que secretamente se nos ofrece. Leer para masajear ideas, para que no se contracturen formando prejuicios. Para que convivan pensamientos, se mezclen y reproduzcan. Leer para que el tiempo convierta cada afirmación en una pregunta. Para que cada nueva pregunta encuentre una respuesta, que será una nueva afirmación condenada a ser otra pregunta. Leer para que este ciclo reflexivo empiece de nuevo. Para repensar, visualizar, debatir el nuevo teatro. Pero sobre todo, leer para hacer teatro.

Escribo desde la Feria Internacional del Libro Teatral, que ha tenido lugar esta semana en México DF, donde uno puede encontrar cualquier libro relacionado con el teatro, sea teórico o dramático, novedad editorial o reliquia encuadernada en hojas amarillas. Mientras husmeo entre ese olor característico a papel prensado, me resulta inevitable recordar los viajes que hacía desde Bilbao a Madrid a la librería Avispa (cuyo lugar hoy ocupa la librería Yorick), cuando mi inquietud por el teatro apenas despuntaba. Organizaba el viaje para disponer de un día entero dedicado a la librería. A la mañana hacía una primera selección de los libros (llevaba un cuaderno exclusivamente para ello) y a la tarde, después de una dura diatriba entre mi capacidad económica y mi obsesión librera, en la que siempre perdía la primera, compraba los ejemplares que empezaría a devorar en el viaje de vuelta.

En aquellos tiempos había una serie de libros muy atractivos publicados por una editorial mexicana llamada Escenología, que trataban sobre las vanguardias del siglo XX. Eran los ejemplares más caros (debido al transporte que debía cruzar el Atlántico) y, generalmente, también los que mejor satisfacían mis inquietudes. Gracias a ellos conocí el teatro y el pensamiento de Eugenio Barba, y profundicé en el conocimiento de las teorías, hoy ya clásicas, de Stanislavski, Grotowski o Meyerhold.

Lo que entonces resultaba tan inaccesible, hoy lo tengo al alcance de la mano, pues en esta Feria del Libro Teatral, Escenología tiene un puesto exclusivo con sus libros. A su alrededor, más puestos de librerías y editoriales iberoamericanas igual de relevantes (entre ellas, Librería Yorick y Artezblai), conformando un laberinto de teorías, prácticas e historias teatrales, en el que uno no teme no encontrar la salida. ¡Lo que habría dado hace unos años por estar en un lugar así!

Este impulso por compilar tanto libro puede parecer un mero impulso coleccionista. Pero en mi recorrido, sin ninguna educación oficial que sustentase mi desarrollo, todos esos libros han ocupado el lugar de una escuela permanente. Allí estaban los maestros y yo, sustituyendo la falta de experiencia por determinación, he sido su alumno a distancia. Si bien fui alimentando mi curiosidad a través de una amalgama de textos diversos, entre todos esos libros hubo dos que resultaron cruciales, hasta tal punto que quizá hubiese tomado otros caminos de no haberlos encontrado. Por un lado, «Teatro: soledad, oficio y revuelta» de Barba, donde descubrí la tradición del llamado teatro de grupo, y donde encontré un reflejo sólido de aquello que se estaba trabajando intuitivamente en Gaitzerdi. Y por otro, «La preparación del director» de Anne Bogart, que despertó mi inquietud por la dirección de escena y por conocer el teatro de su compañía, la SITI Company. Ambos libros están en el origen de mi trabajo actual.

Con tal bagaje, me dejo perderme en el laberinto de libros de esta Feria, y recupero la antigua costumbre de recorrer todas las baldas, confeccionar una lista, para finalmente acabar comprando más ejemplares de lo económicamente razonable. Ahora solo espero que la maleta, que tan grande parecía hace una semana, no se haya quedado pequeña.


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