Críticas de espectáculos

Lejos/Siete niños judíos/Caryl Churchill

Dos obras de Caryl Churchill en el cervantes de Almería

 

 

Obras: Lejos (Far Away) y Siete niños judíos (Seven Jewish Children) – Autora: Caryl Churchill – Intérpretes: Lejos: Ana Toro, Alejandra Pérez, Mar Campra, Andrés Aranda; Siete niños judíos: Fran Ruiz, Susana Muñoz, Cristina Jiménez, Pol Andreu, Cécile Vicart, Antonio Baldó, Manuel Ferre – Dirección: Isabel Díaz – Diseño cartel y escenografía: Cristina Gutiérrez – Música: Tipos Serios – Producción Ejecutiva: David del Pino (La Factoría).

 

El teatro universitario tuvo su momento estelar en los años sesenta del franquismo. Es cierto que, por aquella época, algunos teatros institucionales y ciertas compañías privadas cultivaban el repertorio clásico y contemporáneo del momento, pero no lo es menos que el grueso del teatro que entonces se llamaba “de vanguardia” (un término combativo ahora casi desaparecido de nuestro vocabulario teatral) llegó a los escenarios gracias al esfuerzo de los TEUs que, con los escasos medios que les brindaban las escuelas y facultades, competían con los teatros de cámara en la lucha por poner al día nuestro vetusto tinglado escénico. Reconvertidos muchos de sus miembros al teatro independiente radical de finales de la dictadura, su misión innovadora pasó con la democracia a las salas alternativas que, con mayor o menor convicción y acierto, siguen detentando la responsabilidad, al menos nominativa, de velar por nuestra renovación teatral.

Por ello, es de agradecer que el Aula de Teatro del Vicerrectorado de Cultura de la Universidad de Almería haya proseguido con el afán innovador que un día caracterizara al teatro universitario organizando, en el teatro Cervantes de la capital andaluza, la representación de Lejos y Siete niños judíos, dos obras de Caryl Churchill, que es una de las autoras más clarividentes y formalmente avanzadas del teatro británico contemporáneo. Tras iniciarse en el teatro universitario en la Universidad de Oxford, en donde llevó a cabo sus estudios de literatura inglesa, Caryl Churchill (Londres, 1938) comienza a escribir piezas radiofónicas y guiones de televisión para la BBC. Se forma como dramaturga residente en el Royal Court en 1974-75, al tiempo que empieza a colaborar con compañías como la “Joint Stock” de Max Stafford-Clark o “Monstrous Regiment”, esta última constituida exclusivamente por mujeres y de temática radicalmente feminista. A partir de Cloud Nine (1979), una acerba sátira del mundo victoriano, su carrera se convierte en una sucesión de grandes éxitos entre los que destacan Top Girls (1982), Serious Money (1987) o The Skriker (1994), obras en las que desarrolla una visión crítica y radical sobre la guerra entre sexos, los abusos del poder y la potencialidad del capitalismo como arma de destrucción masiva. Al tiempo que deviene más austera y concreta, su escritura dramática se va fragmentando cada vez más en un lúcido intento de reflejar los conflictos y contradicciones de nuestra época. Entre estas últimas piezas se encuentran Blue Heart (1997), This is a Chair (1999), A Number (2002) o Drunk Enough to Say I Love You? (2006).

Lejos (Far Away), escrita en el 2000, es un excelente ejemplo de cómo se puede combinar en una obra dramática una visión comprometida y crítica del mundo en que vivimos con la indagación estética más audaz. En su primera parte, Joan, todavía una niña, inquiere a su tía Harper sobre lo que acaba de ver esa noche en el exterior de la idílica casa de campo donde está pasando unos días: sangre en el suelo, hombres gimiendo encerrados en un camión, a su tío en el cobertizo, golpeando a un niño en la cabeza con una barra de hierro… Tras un exhaustivo interrogatorio, en el que la pequeña Joan ejerce de fiscal, Harper confiesa que todo lo que ha visto es cierto e intenta convencerla de que ahora forma parte de “un gran movimiento para hacer que las cosas vayan mejor”. Pero el espectador ya ha localizado el tiempo y el lugar de la escena en la martirizada Yugoslavia de los años noventa, en plena limpieza étnica, campos de internamiento y exterminio de poblaciones enteras. En la segunda parte, Joan ya es una joven operaria que acaba de entrar a trabajar en un taller en el que se confeccionan sombreros y donde conoce a Todd, que le va poniendo al corriente de la rutina cotidiana. Al principio, todo parece normal salvo que los sombreros son demasiado extravagantes para su uso diario, hay que andarse con cuidado con lo que se dice porque las paredes oyen, y se habla de ciertos “ensayos” que Todd ve por la noche en la tele cuando vuelve del tajo. Todo se aclara en un macabro “flash” expresionista en el que vemos una procesión de prisioneros harapientos, encadenados y golpeados, cada uno llevando uno de esos estrepitosos sombreros, camino de ser ejecutados. Y la segunda parte se termina de nuevo en el taller, en donde Joan y Todd se lamentan de que los sombreros que tanto les han costado hacer se quemen junto con los cuerpos de los condenados. Menos mal que el de Joan ha ganado el primer premio y se conservará en el museo… La tercera parte de la obra sucede de nuevo en casa de Harper unos años más tarde. Ha estallado una guerra y Joan y Todd, ahora movilizados, han quedado allí citados para verse un momento – son ya marido y mujer – provocando el pánico de Harper, que teme ser descubierta encubriendo a dos combatientes que han abandonado temporalmente las armas. Pero la guerra de la que nos hablan es apocalíptica, hombres y animales luchan juntos en los dos bandos. Así, los gatos se han puesto del lado de los franceses y los elefantes atacan a los holandeses. El propio mundo natural toma parte activa en la contienda. Cuando venia hacia la casa, Joan tuvo que atravesar el río pero no sabía de qué lado estaba éste: “Estuve parada en la orilla mucho tiempo (…) Por fin, metí un pie en el agua. Estaba muy fría pero, por el momento, eso era todo. Cuando acabas de meterte no puedes saber qué va a ocurrir. De cualquier modo, el agua rodea tus tobillos”…

Así, a la manera de los filósofos de las Luces, Caryl Churchill construye una fábula, un cuento moral, que, a pesar de su inventiva y singularidad, no es sólo una metáfora sino una descripción objetiva de un mundo sometido a la explotación insaciable de esa forma moderna del capitalismo salvaje que se esconde bajo la fórmula, aparentemente apolítica y más “civilizada”, del neoliberalismo económico. Una fórmula que arrancó con el consumismo de los años setenta para terminar consagrando al Mercado como único Valor objeto de deseo a partir de los ochenta. Lejos es, pues, una crónica realista y un tanto profética – puesto que fue escrita en el 2000 – de lo que ha ocurrido en nuestra sociedad continental en estos últimos treinta años: una masacre, la sucedida en los noventa en los países balcánicos, esto es, en pleno corazón de la vieja Europa, que los países comunitarios contemplan con total indiferencia cuando no la utilizan para extender sus áreas de influencia; la conversión del tejido social en una masa amorfa de consumidores y usuarios continuamente manipulados por unos medios de comunicación afectos al Poder que nos sirven el terror cotidiano (por ejemplo, los prisioneros ejecutados con sus sombreros de diseño) a la vez como diversión y como advertencia; y por último, en la tercera parte, una anticipación visionaria de lo que nos espera si no reaccionamos a la voracidad incontenible del crecimiento ilimitado, una lucha de todos contra todos en la que Humanidad y Naturaleza se terminarán viendo las caras con el resultado previsible, la aniquilación de nuestra especie. Esclarecida y enjundiosa se presenta pues esta creación de la autora británica, movida además por ese aliento profético que siempre ha caracterizado a los grandes poetas y a los grandes dramaturgos (¿o acaso no son la misma gente?).

En cuanto a Siete niños judíos, se trata de una pieza breve, de unos diez minutos de duración, que Chuchill escribió para el Royal Court en enero de 2009 como reacción a la operación “Plomo Fundido” que las tropas del Tsahal israelí lanzaron sobre la población civil de la franja de Gaza a finales de 2008. En ella, los padres o familiares de un niño o una niña judíos, no presente en escena, le hablan de siete momentos cruciales de su historia reciente a partir de la Segunda Guerra Mundial: la persecución por el régimen nazi, el Holocausto, la creación del Estado de Israel, las diversas guerras mantenidas con los países árabes, la “intifada” de los palestinos y, por fin, la masacre de Gaza. En definitiva, un recorrido histórico que muestra cómo una significativa parte del pueblo de Israel ha pasado, al correr de los acontecimientos, de ser la víctima a convertirse en el victimario. El texto se presenta como una cantata o un oratorio, con intervenciones muy breves, generalmente de una sola línea por cada participante, lo que sugiere una interpretación coral, en cierta manera semejante a la de ciertas piezas didácticas de Bertolt Brecht, a quien la autora británica ha rendido frecuentemente tributo. En el desarrollo de la obra, Caryl Churchill va exponiendo los hechos históricos con sobriedad y contención, así como con una gran carga poética dirigida a proteger al niño invisible al que se habla de la brutalidad de lo sucedido. Tan sólo en el monólogo final, como en Las Troyanas de Eurípides, salta la ira de la autora, una ira pronto contenida por la intervención de los coreutas: “No le digas eso”; “Dile que la queremos”; “No la asustes”.

La función del teatro Cervantes estuvo producida por La Factoría, que dirige David del Pino, e inteligentemente puesta en escena por Isabel Díaz, quien se centró en que el texto de Caryl Churchill llegará con toda claridad al público a pesar de su dificultad conceptual. Para ello la escenografía, austera y eficaz, fue reducida al mínimo, si no es por el imaginativo y rompedor diseño de los sombreros que llevan puestos los condenados en el momento de su ejecución en Lejos, obra de la escenógrafa Cristina Gutiérrez. Destacaron en esta pieza las interpretaciones de Mar Campra (Harper) y Ana Toro (Joan niña) en la inquisitiva indagación de la primera parte y la intervención de Alejandra Pérez (Joan joven) en el monólogo final. En cuanto a Siete niños judíos, la obra estuvo interpretada por siete actores y actrices que consiguieron darle a la obra el aire conjuntado y coral que necesita, empleando un tono justo y un tanto distanciado en su desarrollo y moviéndose hacia un registro más enérgico al final. Muestra todo ello de lo que puede conseguir un grupo de jóvenes actores cuando trabaja concienciado en un equipo perfectamente coordinado. Y una exitosa experiencia que debe animar al Vicerrectorado a seguir con su Aula de Teatro pese a las actuales dificultades presupuestarias.

David Ladra

 


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