Y no es coña

Leña al mono

Entre villancicos, la mirada a nuestra realidad escénica se edulcora. La buena voluntad se apodera de un estado de ánimo propenso a la fuga. Necesitamos algún signo que nos haga crecer la escasa confianza que nos queda. Miramos el calendario del año 2012 y nos parece que está muy en cuesta. Que tiene más de trescientos sesenta y seis días. Un año bisiesto que proclama sacrificios, recortes, angustias, lágrimas, incertidumbres miles. Por eso cantamos coplillas para escondernos del frío que sopla y buscamos un remanso, un tiempo de encochinamiento mental para no acabar enloquecidos antes de hora.

Casi nada apunta una leve pista para el optimismo, y sin embrago, debemos seguir en este camino que nos lleva a un destino incierto porque no hay vuelta atrás, ni giros a la derecha, porque más a la derecha está la pared. En un marco mal regulado nadie sabe las prioridades, pero en la desregulación que se nos avecina, solamente es posible aprender a frenar el último. Entramos en la fase de retroceso, y probablemente las mariposas vuelvan a ser larvas. Y las larvas proyectos abortados.

Los más listos se repeinan porque se sienten los elegidos. Ellos no van a tener ningún problema, están fabricados con un material parecido al corcho y por ello siempre flotan en las aguas claras o en las ciénagas. Están blindados, encapsulados, pertenecen a una casta ajena a toda realidad. Con ellos podemos contar para que protejan el arca de la mediocridad, de lo inane, de aquello intemporal, por estar fuera de toda relación con el espacio y el tiempo actual. Porteros de museos dramáticos, profetas del universalismo apócrifo o simples capataces del latifundio empresarial.

Debemos contar con todos para el juicio final. Mientras tanto, los trabajadores de la cultura, las almas cándidas del arte contemporáneo, los creadores cuya vida se funde con su obra, deberán reestablecer la comunicación directa, sin intermediarios ni profilácticos funcionariales, con lo que les da sentido a su existencia: los públicos. Con todos los públicos: los libertos y adictos a los musicales, los secuestrados por las redes del oligopolio, los despistados que renuncia a la aventura de lo desconocido, los hastiados de tanta reiteración y falsas promesas experimentales. Todos los públicos, el público. A ellos, a esa ciudadanía que son nuestros iguales, les debemos felicitar las fiestas, y reclamarles atención, solidaridad, complicidad.

Pero para ello debemos llevarles presentes nítidos. Rigor, calidad, trayectoria, fidelidad estética, compromiso ético, apuesta, búsqueda, personalidad propia. Con todos los errores y todos los desaliños. Los feos, los gordos, los altos, las bellezas despampanantes, todos, en una biodiversidad de géneros, estilos, formas y lenguajes porque no a todos nos gustan los mazapanes.

Esta debe ser nuestra ocupación. Andar firmes, cada uno con su bagaje y su ilusión, en la dirección hacia los públicos que nos esperan. Buscarlos, porque a lo mejor muchos de ellos ni lo saben todavía. Sin complejos, sin cortapisas, cambiando el paradigma, convirtiendo cada teatro en un foco de agitación cultural y teatral, amoldándose a la coyuntura económica y confiando más en los ciudadanos, en esos entes que alguna vez se convierten en públicos. De tú a tú. Cuerpo a cuerpo. Viva el Teatro.


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