Libro de instrucciones
En esta grisura contemporánea, con el acompañamiento de esa musicalidad de la naturaleza cuando se expresa en forma de tormenta en ocasiones virulenta, me hallo en un estado de incertidumbre a la espera de una llamada de una secretaría de un departamento clínico para una intervención. Esta situación de dependencia del exterior sigue siendo un estado compartido por miles de artistas de todas las categorías y de todos los gremios y estamentos que concurren para la realización del hecho teatral.
Como empieza el curso en primaria, en pocas semanas estará todo el sistema educativo en marcha, las preguntas sin respuesta sobre la formación específica para la actividad en artes escénicas se cronifican y suelen manifestarse en forma de tumores que se auto disuelven. Una idea todavía más superficial es si en los estamentos oficiales de formación existe una disciplina de autoayuda, de asimilación de los tiempos reales de eso que se llama carrera, de la distancia existente entre la titulación y la profesionalidad, de todo eso que se llama realidad, de la selva en la que se puede convertir esa neurosis colectiva en forma de citas para completar repartos que se llaman castings para despistar.
Desde otra parte de esta situación poliédrica, la duda es si existe un libro de instrucciones que se adjunte a la titulación correspondiente. Y al escribir este párrafo anterior, me entra el pánico. Por que el impulso para escribir bajo la presión de un futuro incierto era una pregunta que es (o fue para algunas generaciones) fundamental para contextualizar toda acción creativa, toda interpretación, toda escritura dramática: “¿para qué?
No hace falta contestar, con la simple acción de entender la pregunta y pensar sobre ella es suficiente para abrir un cuadro sinóptico de preguntas, dudas, contestaciones sectoriales, avances menores, formas de incidir en la evolución de las artes escénicas más allá de las rutinas y la tozudez del día a día, de las zonas de mediocridad incrustada en el discurso institucional y político como apósito para evitar una posibilidad de ruptura, de quiebra de lo establecido y necrosado.
No soy capaz de hacer un señalamiento mínimo que conteste el ¿para qué?, porque hoy, por convicción y estadística filosófica creo que es el principio de casi todo. Y como estaba rondando la formación, además del qué, preguntarse el ¿para qué? formamos a dramaturgas, intérpretes, directoras y un largo etcétera sería un primer paso para que en un tiempo prudencial se mitigara la ansiedad de la espera de la llamada de teléfono. Un ordenamiento global que atienda al Todo y no a los gremios y particularidades, para no convertir esas instituciones necesarias en fábricas de frustraciones.
Una pregunta canalla. ¿son necesarias (y eficaces) diecisiete escuelas superiores de arte dramático? Escampará.