Y no es coña

Llamada ancestral

Había decidido no meterme en charcos ajenos, ni dedicar de manera casi exclusiva estas homilías luneras a asuntos relacionados con el ejercicio de la crítica. Pero se han ido amontonando circunstancias y noticias que he recibido como una llamada ancestral, como cuando suenan los tambores de una tribu de la que has formado parte, te has alejado, pero sigues vinculado de manera intermitente o coyuntural. Lo que ha saltado a la luz es que unos medios de comunicación han prescindido de las críticas teatrales. Eso afecta, en primer lugar, a la persona que ejercía esa función. Al propio medio, porque se desvincula de un segmento de sus posibles lectores. Pero resulta que el argumento de las empresas que se coloca en primer plano es que no tienen esas piezas críticas suficiente clientela, lectores, consumidores, como para mantenerla.

Quienes me han seguido durante estos largos años cada lunes, me habrán leído varias veces explicar que las empresas, las cabeceras, las direcciones de los medios de comunicación eligen libremente a la persona a la que encargan la crítica en artes escénicas. Insisto: cuando alguien dice que es el crítico de algún medio no se ajusta a la realidad. No existen medios (me refiero a prensa, radio, televisión generalista) que tengan una política teatral concreta; todo lo referente a la Cultura, desgraciadamente, es aleatorio y, desde hace décadas vinculado directamente a los intereses económicos. Me explico: los grandes medios se convirtieron en productores de cine, crearon o compraron canales de televisión, editoriales comerciales y eso colapsó la parte crítica global. ¿Cómo vas a hablar mal de un libro editado por la editorial de tu empleador?

En las artes escénicas la infiltración es mucho más sutil. Si una institución, productora, evento pone publicidad, ¿desde dónde se puede hacer una crítica cabal, profunda y profesional? Estoy refiriéndome a medios identificados, con continuidad en el tiempo, sean convencionales o digitales, con audiencias testadas, porque he escrito y no me cansaré de ello, que la llegada de espontáneos, de blogs, de personas que se autoproclaman críticos y sus piezas no son otra cosa que la previa del día después, es decir, un copia y pega de los materiales promocionales, con alguna perla de ingenuidad o personalismo. Parece que es una plaga de personas que piden invitaciones. No lo sé. Lo que he dicho y mantengo es que en el momento que en los dosieres de las producciones se puso en el mismo valor un comentario ligero en las redes, una opinión desinformada de un blog que una crítica de alguien que lleva años haciendo esa labor, con argumentos sólidos, análisis de los elementos, se acabó con el valor de la opinión contrastada y se convirtió todo en un conglomerado de opiniones y aplausos publicitarios camuflados.

levo décadas haciendo talleres sobre crítica teatral. Es muy curioso, mirando hacia atrás, resulta que he tenido muchas más actividades en este plano en países donde existe una crítica reconocida, una actividad teatral importante que aquí. Donde más disfruté fue dando clases en una escuela privada de Bilbao, que no se basaba en el objetivo de hacer críticas, sino de algo que considero más importante, despertar en los alumnos una necesidad de analizar los espectáculos y obras que ven con herramientas técnicas que vayan más allá del primer impulso, de ese me gusta o no.

La última vez que di un taller de estas características fue a finales de noviembre en Rosario y me sorprendió el número y la entidad de las personas que se apuntaron. Y el nivel del debate, de la confrontación de ideas a la par de constatar algo que es un terremoto mundial: ya no existen en los periódicos rosarinos una crítica referencial, se han perdido firmas, crecen los espontáneos, parece que no se puede entender una profesionalización de esta función de manera reconocible. O sea, la cuestión del deterioro de la crítica en los medios de comunicación es una pandemia. En los medios especializados, nuestra precariedad económica nos vuelve también nocivos, aunque podamos cumplir de manera subsidiaria alguna forma de aportar pensamiento, conversación con lagunas de las propuestas que se presentan.

Tengo el convencimiento de que esta circunstancia se corresponde con la falta de un marco ético estructurado en todos los estamentos del periodismo y de las artes escénicas. Todo debe funcionar desde una pragmatismo neoliberal. No hay paciencia ni objetivos más allá de la venta, de los números, del porcentaje de ocupación o del número de likes que reciben tus escritos. Algunos pensamos que va a ser difícil acabar con esta infección porque no se han investigado las posibles vacunas. Quizás, solamente quizás, el rearmarse desde perspectivas más fundamentalistas en cuanto al valor fuera del mercado y el turismo de la Cultura y de sus modos de expresión ayudarán.

De momento solidarizarme con las personas que han sido desposeídas de una ventana donde expresarse y, me imagino, que un sueldo escueto, porque esa es otra, ustedes leen opiniones publicadas gracias a la voluntad y generosidad de quienes los escriben.


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