Lo bueno de los cuentos
Cuando una actividad se populariza convida al ejercicio de la misma a muchas personas cuyas actividades están relacionadas con la popularizada, porque la emulación es también parte del proceso de búsqueda del ser humano.
Tal cosa está sucediendo con la generalmente conocida como narración oral, a la cual se han ido acercando paulatinamente personas que, para dar la idea de originalidad le han puesto otro nombre a su oficio, como cuenta cuentos, cuenteros, contadores de historias, comediantes, promotores de lectura, etc.
Muchos de quienes se han acercado a esta legendaria actividad, con el fin de enfatizar su aspecto de originalidad utilizan ayudas escénicas, mientras que otros, sencillamente suben limpios al escenario porque solo hacen uso de la palabra cuando van a contar algo.
Cuando tal cosa sucede, es decir, cuando sobre una actividad genérica empiezan a influir en cantidad oficios que se le parecen, o que tienen cercanía con la misma por su naturaleza, suelen ocurrir dos hechos simultáneos como son, el enriquecimiento de las ideas, por una parte, y la degradación de las mismas, por la otra, porque por un lado entran en juego elementos responsables, capaces de trazar un rumbo cierto y coherente a las ideas, para que el mensaje llegue claro, y por otro lado ingresan aquellos que carecen de dirección, porque su esencia es de aprovechamiento y utilitarismo y entran a ejercer el oficio solo para resolver problemas de última hora o de simple subsistencia.
La primera de las influencias es generada por quienes están reconociendo en esta nueva modalidad para llegar al público, una sustitución afortunada de las artes escénicas tradicionales, ahora en crisis, y han comprendido por ello el papel que la narración oral puede cumplir en la emisión del mensaje con el compromiso social que otrora asumía el teatro, y por tal motivo, quienes ofician la narración oral desde este punto de vista, la están enriqueciendo, no con artilugios para entusiasmar al espectador y llevarlo dócilmente durante el relato, sino con el redescubrimiento de relatos que habían sido olvidados y que son parte esencial de la historia colectiva de las comunidades dentro de las cuales se cuentan.
La segunda de estas influencias, que puede crear empobreciendo de la actividad denominada narración oral es aquella sobre la cual nos hemos referido en algunas oportunidades, porque está orientada por muchos de quienes han considerado a la narración oral como un lugar de tránsito, en el cual permanecen sin trascender, esperando el fin de la crisis en la que desde hace algunos años han entrado las artes escénicas.
Hay por ello una explosión de activistas de la palabra, y de lo cual se infiere que hay mucha gente haciendo uso de ésta para comunicar algo, de muy diversas formas, unas, con una deficiente emisión del mensaje, y otras con la conciencia de que contar una historia es un acto en el que debe estar muy bien definido el propósito compartido del entretenimiento y la comunicación.
Lo bueno de esta proliferación de relatos, llamados de diversas maneras con la intención de hacer aparecer original la forma empleada por cada uno, es que se mantiene vigente el oficio del hablador, y que sin importar qué tanto digan unos y qué tanto callen otros, se están protegiendo hábitos como contar y escuchar, de utilidad suprema actual para evitar el silencio total a que puede condenarnos la compresión del lenguaje que impulsa cada día más el uso inconsciente de la tecnología.