Lo divino y lo humano
El verano es tiempo de festivales. Los secretos de una y otra programación se descubren finalmente. Es un gran momento. Creadores, vedettes, lumbreras o bufones, los directores artísticos de certámenes de todo tipo irrumpimos orgullosos presentando nuestro trabajo. Ofrecemos lo mejor para que nuestra audiencia disfrute de lo lindo con los contenidos que presentamos.
Existen muchos tipos de público, contenidos y maneras de ordenarlos a partir de una dirección artística. Cada director artístico tiene su estilo. El ego del director artístico – vedette, por ejemplo, suele organizar los contenidos a su servicio y beneficio. Cuenta con el público, cuenta con el artista pero cuenta fundamentalmente con su persona: vende su marca y persigue su gloria. El director – erudito se preocupa esencialmente por el hecho artístico, es idealista y tiende a la utopía, vende elitismo y se arriesga. Su principal defecto es que es olvidadizo, puede fácilmente dejar de lado a público, patrocinadores o incluso políticos, circunstancia tremendamente perjudicial para la salud presupuestaria de un evento. Por otra parte, el director – bufón puede inspirarse o reírse un poco de todo y de todos. Se trata de un espécimen que acostumbra a estar en el oficio de manera pasajera, que suele llegar por circunstancias más o menos aleatorias, más o menos diáfanas. El director – artista es, sin embargo, uno de los más peligrosos, porqué tiende a la endogamia y/o al síndrome de Estocolmo. Se inclina a regalar sus logradas plumas de vedette al artista invitado. Así, éste último las monopoliza y acaba disponiendo a su gusto y voluntad. Este ejemplo puede ser, al igual que el director – erudito, el más perjudicial para un presupuesto equilibrado.
Dejando la sorna a un lado –y si me permiten sacar al mitómano que llevo dentro a la palestra- querría terminar hablándoles de otro tipo de dirección artística. Aquella que tiene que ver con el compromiso social, la pasión por la actividad artística y también el espíritu crítico. Me gustaría hablar concretamente de Trayectos, el festival aragonés de danza en paisajes urbanos, y de la excelente labor que Natividad Buil ha realizado durante estos últimos nueve años. Se trata de un ejemplo de responsabilidad reivindicable, una iniciativa con proyección nacional e internacional que tenemos que apoyar a toda costa. La danza es gracias a Trayectos más que un objeto de exhibición. Lo demostró el torrente de público que asistió este fin de semana al festival en Zaragoza, recorriendo las plazas del centro histórico.
En un rato en el que pude compartir con Nati unas palabras, me estuvo hablando de la importancia de ‘lo que no se ve’, pero pudimos intuir perfectamente gracias a la presentación del sábado por la noche del programa de actividades que el festival realiza en paralelo y que tienen que ver con la formación, la movilidad y la danza comunitaria. Un espacio de diálogo entre el sector, la ciudad y sus habitantes que se reparte por la geografía aragonesa –llegando hasta hace poco hasta Huesca y Teruel- convirtiéndose en un mapa coreográfico. A este respecto Nati me habló de los ingleses, de la tradición inglesa y los logros conseguidos por la profesión en el ámbito de la danza comunitaria. Me dijo textualmente: ‘tenemos que saltar más a menudo de nuestros pedestales, pisar el suelo y aprender de los que lo hacen realmente bien o mejor que nosotros’.
Una de las imágenes del festival que te llevas a casa es la de Nati ejerciendo de guía, transitando de un espacio a otro con la mano en alto y sosteniendo un programa. Ella presenta cada función en un ejercicio de hospitalidad sincera. Echa una mano y ejerce de regidora si el momento lo requiere. Atiende a prensa y programadores, está por todos. Así es y se presenta. Así es como se trabaja en Trayectos. Desde lo humano. Por muchos años.