Velaí! Voici!

Lo que queremos ver

Aplaudimos con una sonrisa de oreja a oreja, mi vecina de butaca, artista polifacética que ya ha tocado casi todos los palos, desde la producción a la distribución, me dice: “A los programadores seguro que no les ha gustado nada. ¡Pero qué bien nos lo hemos pasado!”

Efectivamente. Hemos flipado y nos hemos reído. Estamos en Galicia Escena Pro 2024 (GEP24), la décimo primera edición. Acabamos de ver un espectáculo de payasos para adultos. Para adultos porque la mayoría de las veces da la impresión de que los payasos trabajan para la infancia. En este caso hemos flipado con el lado gamberro y punk y, sobre todo, con la manera “trapalleira” de actuar. ¿“Trapalleiro” se puede traducir por chapucero, descuidado, impreciso…? No estoy seguro. En todo caso, esa manera un tanto torpe o descuidada parece formar parte de la poética (sello) de estos payasos, que en ningún momento muestran una pretensión contraria. O sea, en ningún momento hay un afán de preciosismo. De hecho, trabajan con elementos escénicos reciclados y el conjunto tiene un cierto estilo “trash”. La torpeza y lo naif parecen formar parte del show, también el desenfado bufonesco, diciendo en voz alta algunos pensamientos que, por educación o por vergüenza, callamos. En todo caso, se ve que tienen mucha calle. Aquí “tener mucha calle” se refiere a esa dimensión que también podríamos denominar como contacto “barriobajero”.

Así que, al acabar el show, sonriendo y con sensación de habérnoslo pasado bien, mi vecina de butaca, la artista, me dice: “Esto a los programadores seguro que no les ha gustado nada. ¡Pero nosotros qué bien nos lo hemos pasado!” Las frasecitas se me quedan grabadas, como si en esa sentencia hubiese una verdad inextricable.

Continuamos la feria de artes escénicas y me encuentro con un grupo de programadoras/es tomando algo en una terraza, al lado de un teatro al que estábamos a punto de entrar para ver otro espectáculo. Saludo y pregunto qué tal, pregunto si han visto algo que les haya interesado. Una programadora municipal con la que tengo buena relación y en la que confío, porque creo que hace muy bien su trabajo, me dice, en unanimidad con sus colegas de mesa, lo poco que les ha gustado el show de los payasos. Me dice que, de hecho, ya habían acudido pocos programadores para verlo y que, de los que fueron, algunos se marcharon antes de que acabase la función y que ella se quedó dormida en varias ocasiones y que aquello era muy viejo y muy mal hecho.

Esta persona, una magnífica profesional bajo mi punto de vista, es alguien con experiencia, que acude a estrenos, que va a ferias, que tiene una formación y un criterio.

Otro espectáculo que, según algunos profesionales con los que tengo trato, ha fracasado “estrepitosamente” fue el de una compañía emergente, con estética “trash” y con un humor muy sui géneris. Curiosamente, esta compañía emergente y el show de los payasos tienen varias cosas en común: uno de los jóvenes creadores de la compañía fue el director de la pieza de los veteranos payasos (no lo he comentado antes, pero se trata de un dúo de payasos veteranos); la estructura fragmentaria de collage de ambas dramaturgias; la importancia de lo real en escena, más que de la construcción eminentemente ficcional, o sea de los actores, de la manipulación, casi de carácter laboral, de los objetos; la naturaleza de los materiales reciclados; lo naif, lo paródico y lo caricaturesco; y lo “trapalleiro”.

Curiosamente, ambos espectáculos habían sido defendidos por mí en la comisión de selección de GEP24, aunque, evidentemente, no habían sido los únicos que defendí. También defendí, entre otros, todos los que acabaron siendo seleccionados en danza y ahí, según parece, sí que hubo un éxito unánime, a juzgar por la respuesta del público en general. Pero esos dos fracasos relativos dan que pensar. Es necesario subrayar esto de relativos, de fracasos relativos, porque hay que considerar que solo he recabado la opinión de algunas personas que se dedican a eso de la programación teatral, con las que tengo un cierto trato y con las que he coincidido, de manera aleatoria, esos días de GEP24.

Dándole algunas vueltas a la irresoluble ecuación he llegado a pensar: a ver si, inconscientemente, he defendido esas dos propuestas, que supuestamente han fracasado, porque, en ambos casos, no parecen “programables” por los teatros municipales de Galicia. A ver si, inconscientemente, las he defendido en la comisión de selección porque se trata de dos propuestas, en el caso de la compañía emergente es más obvio, que no se han hecho intentando seguir la receta no escrita de lo que quieren ver las programadoras y los programadores de los teatros municipales gallegos. No lo afirmo. Me lo pregunto. Si la respuesta fuese afirmativa, entonces podría interpretar tales propuestas escénicas como hechos disruptivos en un contexto de programación teatral más bien conservador, en lo que atañe a estéticas y modalidades. Un contexto en el que se suelen repetir, casi siempre, los mismos nombres de artistas y de compañías y donde nombres como el de AveLina Pérez, por poner un ejemplo, nunca cuentan. También podría citar a Diego Anido. Me han comentado que O deus do pop, en GEP23, también suscitó polémica entre algunos programadores, que salían de la función echándose las manos a la cabeza: ¿Pero esto qué es? ¡Esto no es teatro! Quizás porque ambos ejemplos también comparten esa pulsión disruptiva y punk o ese transitar por zonas difíciles de etiquetar. Quizás, también, porque hay quien va al teatro para ver lo que quiere ver y no para abandonarse y liberarse de sus gustos, de sus conocimientos y para acceder y descubrir otros mundos, otras posibilidades, otras sensibilidades. La otredad, lo desconocido (que siempre nos da algo de miedo y nos hace sentir inseguros), lo inhabitual… lo que, en definitiva, nos expande y nos abre.

En todo caso, continúa la duda y no tengo, para nada, la sensación de haber resuelto la ecuación.

En todo caso: ¿qué quieres ver? Pues, nada, que te den lo que quieres ver. Lo que se supone que queremos ver. Y así, todos tan contentos.

Bien sabido es que, igual que no escuchamos todo lo que se nos dice (oído selectivo), tampoco vemos todo lo que hay. Solo vemos lo que queremos ver.


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