Y no es coña

Lo que se aprende y lo que cambia frente a nuestras narices

Invitado por COFAE y acogido por la Fira Mediterrania, tuve el honor de participar en Manresa en una de esas reuniones, a puerta cerrada, que organizan las ferias españolas para ir repasando su historia, pero, sobre todo, preparándose para afrontar los próximos años. La edad no perdona. La memoria se activa y se descontrola. Quisiera uno transmitir en cuatro frases toda la experiencia acumulada, todo aquello que ha ido aprendiendo a base de fracasos y aciertos, pero existe otro mundo, otras personas que están mucho más acertadas en el cada día y que tienen algo que es imprescindible: creencia en la necesidad de lo que hacen y proponen.

No es buena consejera la supuesta supremacía intelectual ni la perpetua desobediencia a lo que es imposible de concretar. Uno aprende y desaprende. No es el olvido, es la evolución de los hechos. Lo he escrito varias veces, en diferentes tonos, por lo que ahora lo repito: si no existieran las ferias, habría que inventarlas. Dicho lo obvio, lo que parece a mi entender difícil de mantener es la existencia de diecisiete ferias coordinadas. Más las que esperan. Más las que se disfrazan de festivales. Más las que no saben ni lo que quieren ser. Lo digo de nuevo: todo es fruto de la Constitución, del modelo de Estado, de los Estatutos de Autonomía, la descentralización, sin eje, por lo que no se puede hacer una selección, ni nadie supra autonómico puede por ley o por convicción señalar de manera científica o por decantación de residuos las ferias que se consideran necesarias para el desarrollo global de todos los concurrentes de cualquier punto del reino de España y las que cumplen una labor, importante, pero mucho más local.

Situados en esta conclusión absolutamente personal e intransferible, que no necesita de que sea compartida por nadie para que sea verdadera, alucinante o simplemente fruto de un resentimiento, hay que seguir aportando lo que se pueda para su mejor funcionamiento. Los lunes son días de resaca, y sigo con la parte no funcional, no agradable, y es el porcentaje del presupuesto que va a la parte artística que, debería ser, lo cuidado, lo que se tratara como material fundamental de las ferias. Y no siempre sucede así. Me entero en esa reunión que alguna feria no paga a los artistas. En otros casos es un treinta por ciento del presupuesto el que se destina a los artistas. ¿Dónde va el otro setenta? A hoteles, restaurantes, sufragar estancias de programadores, alquiler de material técnico y un largo etcétera. Bien, yo creo que, como ya he escrito tantas veces, deberían recibir ayuda de otros departamentos que no sea el de Cultura. Y no es nada imposible, es cuestión de tratarlo con seriedad y de manera conjunta.

El mercado, la feria, la compra y venta, las circunstancias, los conocimientos, las relaciones, las nuevas tecnologías. Cuando empezaron las primeras ferias a funcionar no existía la pléyade de distribuidores (antes llamados representantes) que ahora estructuran parte de la profesión y dan continuidad y han ocupado un sitio preponderante. Es más no había correos electrónicos, ni teléfonos inteligentes, y casi, casi no había fax. Quiero decir que ha cambiado mucho casi todo, delante de nuestras narices, hemos ido cambiando de modelo de ordenador, de Tablet, de servidor de señal, que las posibilidades de conocerse, de intercambiar de todo, de relacionarse de manera comercial son muchas y más amplias. 

Lo que también sucede es que ha crecido el número de propuestas, pero no se ha ampliado el supuesto mercado, no hay presupuestos suficientes. Hay programadores históricos que han visto reducido su presupuesto hasta la inacción. Nuevos que no conocen bien el sistema, pero que no tienen dinero para la contratación de lo que desean. Es decir, todo parece algo colapsado y la esperanza, para muchos, de lo que podemos denominar la clase media, baja, de la producción de las artes escénicas encuentra en las ferias su clavo ardiendo, allá donde colocan las expectativas y por ello ponen todo lo necesario para participar. Los resultados, como siempre, toda la vida, depende del momento, el lugar, las circunstancias y, sobre todas las cosas, la calidad de lo presentado. En mi larga vida no he visto muchas injusticias, los trabajos, las obras, las propuestas de calidad, rigor e interés estético, ético o político, acaban teniendo una vida lógica en los escenarios que más o menos los puede recibir.

Y, vuelvo a un clásico. Hay públicos, no público. Hay espectáculos, no teatro y danza, quiero decir que hay propuestas para unos públicos y otros, que crear nuevos públicos no es una matemática, sino una filosofía, que todos los problemas se encadenan, que partimos de un sistema que considero agotado, que necesita de una reformulación y reestructuración profunda, y que mientras tanto, vayamos a las ferias a encontrarnos, celebrar la vida, discutir, muy pocas veces, de teatro como arte y olvidarnos de ese lenguaje obtuso, del enemigo que convierte las ilusiones, la poética en un Excel y un comercio. 

Otro día hablaremos de los mil festivales que aparentan serlo.


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