Los aplausos
Fuertemente deseados, grandes desconocidos. El aplauso, normalmente se erige en la frontera sonora que separa el tiempo de ficción del tiempo real. Cuando se produce el aplauso el artista rompe con su personaje y se sitúa en su propia persona. Aunque no siempre es así. En muchas ocasiones, el aplauso prematuro, el aplauso que interrumpe adquiere un rol distinto al habitual. Se puede producir al comienzo, en la mitad del espectáculo o incluso interrumpiendo una escena o un número, en el caso del circo. El artista desea el aplauso como el respirar. Es imprescindible en su trayectoria profesional.
Ocurre que el aplauso se ha convertido en una convención social transmitida de generación en generación. Cada situación tiene sus referentes que marcan el comportamiento del grupo: en un teatro, en un homenaje, en un funeral, en un acto deportivo, en una reunión familiar o en otras circunstancias. El colectivo, el público negocia, pacta, acuerda cómo y cuánto aplaudir. A veces, hasta cuando aplaudir.
En una representación teatral la convención obliga a aplaudir, normalmente al final. Se aplaude cuando gusta y cuando no gusta. Cuando gusta el aplauso será de mayor o menor duración e intensidad en la medida que haya tenido mayor o menor aceptación. A veces, incluso, irá acompañado por «bravos». O al estilo francés, prolongándose eternamente al tran-tran interminable orquestado por el respetable. Pero cuando no gusta también se aplaude: si las entradas han sido demasiado económicas se aplaude por pena, si el espectáculo no funciona también se aplaude acaso por educación o por respeto al trabajo realizado independientemente del resultado final. En el caso de que el espectáculo no guste y las entradas hayan sido muy caras también se aplaude por disimular ese ictus de estupefacción que se queda en la cara. Si no hemos entendido nada de lo que hemos visto también aplaudimos, en este caso, para disimular. Cuando el espectáculo es internacional y le precede una fama de culto… aplaudimos, lógicamente, por no quedarnos fuera de onda. Como suele decir un amigo mío: «Norka, los que hemos dormido en tantos teatros del mundo…» pues siendo sinceros, también aplauden. ¿Y cuando se organiza u orquesta un aplauso a través de grupos pagados, o personas individuales, las claques repartidas entre el público? ¿Qué pasa entonces?
Con este panorama nos planteamos varios interrogantes: ¿realmente los actores pueden deducir por los aplausos si el espectáculo ha gustado o no? ¿hay diferencias entre el aplauso sincero y entre el aplauso por compromiso? ¿la intensidad y la duración del aplauso son factores de medición? ¿utiliza el público el aplauso como escapatoria catártica? ¿los aplausos son indicadores válidos?
Afortunadamente existen aplausos sinceros, no desvirtuados. En ocasiones, seguramente en muchas ocasiones, el público aplaude con el corazón y con la cabeza. En menos ocasiones, el aplauso alcanza un sentido ritual, de respeto y admiración. Y de agradecimiento por haber sido participes de un momento exclusivo, único, mágico,… De estos aplausos y de los otros vive el artista.