Zona de mutación

Los bucaneros del alma

Están muy a la moda los actos improvisados que hacen descontable la supuesta capacidad virtuosística del intérprete para vérselas con el instante, sin red de seguridad. Diría el poeta: Héroes de la fugacidad, de ese misterio instantáneo, el lampo. Pero en realidad la fórmula ‘teatro improvisado’ es una tautología, que encuentra su pureza de origen en la descontada condición de arte que le sería propia. Pero decirlo así no acarrea la demostración de una pulsión libre de condicionamientos. Nada garantiza al intérprete libre de sus componendas con el inconmensurable artístico, lo que equivale a decir que puede ser un perfecto alienado y aún así, tener la extraña habilidad del impromptus embozada bajo un catálogo de ‘lazzis’. Y aquí, la improvisación, aún cuando se pretenda una especie de estado del alma, no pasa de ser algo así como un ‘género’ más, de los tantos a la mano en los anaqueles clasificatorios y opcionales. La sensación de libertad no es garante de la libertad verdadera. La improvisación no redime una condición antropológica reasegurativa de cierta humanidad prístina, proverbial o epifánica. Un alienado es un alienado y ningún formalismo asegura que lo que improvisa es el precipitado de una libertad real o sólo la marca reactiva, expresiva y correlativa de un coeficiente enajenatorio más. Aquí suena a que el ‘teatro improvisado’ reclama un cierto status, adscribible a una especie de superioridad espiritual que no pasa del ingenio o el virtuosismo. Asumiendo que ninguno de estos dos bucaneros del alma, que asaltan a la ‘creación’, podría reclamar para sí ‘pedigrees’ prometeicos o fundantes. Siempre terminará primando la capacidad de crear condiciones que permitan la ‘epigénesis dramática’ por la cual, los dones escritos en las aguas virginales del ser, con los ADN del drama prestos a crecer, en relación con el entorno y el propio aparato psicofísico, darán curso al ‘mecanismo de visión’ con el que podrán penetrar las capas aparienciales de la realidad. La improvisación no disculpa sino que retarda el modo de pensamiento, el modo de conocimiento. La improvisación desanda el camino al pensamiento. Lo atendible es que parte del impromptus de un actor, se autoabastece de un plano anterior a la visión, por lo que bien puede pasar por ser un ejercicio dinámico, pero ciego, sin aptitud para el horadamiento. Con lo que a nivel sensible, se aceptará sin chistar el piso de sostén del status quo perceptivo, donde las mieles del buen improvisador, no serán sino el darse por satisfecho con lo que aparece de primera instancia a las palestras sensibles. El dilema es: falsa pureza o denuedo crítico, pese a todo. La ‘vía regressiva’ a nivel mental, no garantiza que el páramo inconsciente (libre de formalizaciones y coacciones) sea base de la virulenta acción de creación. El rango del artista en un sistema que propende a saturar la creación (o meramente figurarla), devela la invariante flamígera inscripta en el cuerpo, como don para reinventarse. Hay una pulsión doble: volver al Paraíso o salir de él. La paradoja de la improvisación, es que el flujo de los datos inmediatos de la conciencia (o preconciencia) no implican sino un saber de segunda mano, fruto del ejercicio a-crítico en el que se originan. El método de creación artística, así como el de conocimiento en tal sentido, puede verse desviado, extrapolado en su pseudo-naturalismo, hacia una coartada inverificable y espontaneísta que aún cuando se ensalce como ‘libre albedrío’, no pasará de ser lo que Whitehead denominara como ‘fallacy of misplaced concreteness’ (falacia de la concreción deslocalizada). Cuando la gratuidad aleatoria de la ‘impro’ cosifica, no tiene efecto de un desaprendizaje, finge concretarse como falsa realidad, adjudicándose una importancia de la que carece. La improvisación como recurso para compensar una falta de imaginación, apelando a que la salida espontánea abreva en la fuente de la poesía, es mezclar y confundir ámbitos lógicamente diversos.


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