Los caminos de la murga
La murga debe sus orígenes a manifestaciones populares de carácter festivo, donde indudablemente predomina el carnaval. De hecho, a partir del siglo XX, en un contacto de artistas populares de Uruguay y España, se establecen las bases de este género sincrético, que por su ruidosidad y algarabía, está asociado al ‘dar la murga’ español. Hoy éste epónimo nomina también al grupo de intérpretes. Según los países de América del Sur, predominan entre sus instrumentos ya los vientos, ya la percusión. Lo que les es común a todos, incluidos los españoles, es su irreverencia y espíritu crítico. De la incidencia de raíces indígenas, negras, surge el protagonismo de la percusión, la máscara y el ritmo, a lo que hay que adosar una inequívoca referencia a la ‘commedia dell’arte’. A sus variadas formalizaciones, interesa destacar la murga conceptual, capaz de definir un tema de la más candente actualidad, y a través de cuadros, voces y composición musical, para terminar por caracterizar un género que se ha ido depurando hasta ser inclusive un estilizado arte de sala, sobre todo a partir de los grupos pertenecientes a la ‘escuela uruguaya’.
El recorrido de una obra murguera, adquiere con su base crítica un rango paradojal, lo que sumados a la ironía y el patetismo de gesto intenso, no permite disimular una base inequívoca de dolor. Seguramente que su evolución de pulsión popular a gran arte, está ligada a que su tono celebratorio no elude a la hora del alzar la voz lo que constituye la problemática urgente, de interés de todos, lo que asocia su fuerza coral a una verdadera interpelación de tribuna. Sus formas, sus coreografías, las variaciones corístico-actorales, y la veta poético-musical donde se encadenan volumen identitario con afán social por proclamarlo, han dado en uno de los formatos político-artísticos más idóneos a la hora de demarcar en una canción un interés comunitario, pues la propia jerarquización de sus cultores ha coadyuvado por sí misma, ha establecer un espacio cultural en la que los ritmos socavan los viejos muros de la ignominia.
Esta instalación cultural, que crece y puede saborearse en el propio cuerpo, conforma la empiria de un género pujante aunque específico, que aún tiene mucho espacio a recorrer.
Las corrosivos gestos de la indiferencia y la desidia, pueden encontrar en los ribetes informales de la emisión coral capaz de designar su propia expectativa grupal, colectiva, los dignos arietes para acometer con la voluminosa tarea de demarcar los sones, darles letra, orden y estructura, hasta orquestarlos paratácticamente en relación a la calidad de las vibraciones político musicales, haciendo palpable que una dramaturgia sea en definitiva una modulación de intensidades que porta el susurro y el grito, la ternura y la furia que representan a todos. Es al fin y al cabo, una irreverencia que marca la distancia de los focos oficiales. La carnavalización se atreve con los detritos humanos, con lo feo, pero no se olvida de convertirlos en risa. Es que para eso, hasta lo más solemne puede ser ridiculizado, para que la verdad se parezca a la insolencia. Sin embargo hay en ‘la murga’ antídoto que invita a contrarrestar la anomia y la disgregación. La fiesta une. Todo depende de cuan alto se ponga el horizonte sonoro para sellar el contrato, porque siempre habrá un orden moral donde reina la alegría del encuentro.
La murga juega con esa voluntad de amnesia de los olvidadizos. Su memoria trae a colación la democracia, casi con el gozo con que se celebra al vino. Por esa memoria desfilan personajes lamentables, dignos acreedores del trazo grueso. Taras hay muchas, pero nada que no cure un carnaval. Y si por algo quedan cuitas pendientes, no hay como estar seguro, que el año que viene volverá.