Los cuentos también hacen dormir
Las diversas opiniones concitadas por nuestra columna de la semana pasada titulada, la consecuencia de los cuentos, nos lleva a deducir que los cuentos, a pesar de lo molestas que resultan algunas opiniones, cuando se habla de ellos para expresar sus deficiencias, interesan a muchos, lo cual nos convida a suponer que este es un tema sobre el cual, en privado, se reconoce su ausencia de diagnóstico, la carencia de una disciplina para construirlo como componente artístico con capacidad para desarrollar una tarea social, es decir, avanzar más allá del entretenimiento, aunque en público todos expresan, con mucha seguridad, su pleno conocimiento hacia el mismo, y tratan de demostrar al momento de contar, que se han preparado para hacerlo y que además comprenden muy bien qué significa contar un cuento.
Contar cuentos se ha convertido en una actividad popular, lo cual no quiere decir, en manera alguna, que su objetivo actual sea arrimar al receptor a situaciones que lo reencaucen socialmente, pues en este caso, con el término popular queremos decir que es una actividad cuyo desarrollo es visto sin las prevenciones de rigidez disciplinaria y de conocimiento exigente, sugerido por otras disciplinas, y por lo cual ha logrado mucha demanda social, tanto de emisores como de receptores.
Es esta una razón por la cual el objetivo social del cuento se ha vuelto tan endeble, y por lo cual, muchos de quienes lo usan como disciplina artística cuidan poco de su trascendencia comunicacional y terminan por ello convirtiéndolo en un mecanismo de distracción.
Desde esta tribuna hemos manifestado en otras oportunidades nuestra preocupación, como gestores que somos de un evento de narración oral, sobre el objetivo, no de los cuentos, sino de quienes los toman para desempeñarse como narradores orales, porque estamos convencidos de que en el funcionamiento de un mecanismo inciden la manera como lo acciona quien pretende utilizarlo, y los componentes de su estructura, y en el caso de los cuentos, considerando que éstos son mecanismos aptos para la comunicación, siempre nos hemos preguntado si no se vuelve vulnerable el cuento, cuando quien lo toma como mecanismo para realizar una actividad lúdica, promocional o de divertimiento, carece del conocimiento necesario para encender los diferentes controles comunicacionales que posee éste, y además desconoce la estructura del cuento como un compuesto verbal con una codificación previa destinada a ratificar la costumbre y la ideología.
Cuando hacemos mención del término moda, refiriéndonos del uso de los cuentos, no estamos desestimando la actitud de quienes por un contagio momentáneo deciden dedicarse a contar cuentos, hasta hartarse, para luego cambiar de actividad. Nuestra preocupación respecto de la moda, en cualquiera disciplina artística o actividad conexa con la naturaleza humana, radica en la trivialización a que es sometida dicha disciplina, porque la moda es un acto cuya preocupación por la apariencia está por encima de cualquiera otra consideración.
Nos parece de gran importancia recuperar la reputación del cuento como el lugar en donde podemos hallar los pasos perdidos, y volver consciente dicha capacidad, porque los cuentos tienen consecuencias no advertidas por nosotros, porque siempre hemos tenido por cierto que su objetivo es solo divertir, y en la mayoría de las ocasiones, también, hacer dormir.