Los hilos de Vulcano/Marta Torres/62 Festival de Teatro Clásico de Mérida
‘Los hilos de Vulcano’ con gracia de chicha y nabo
Obviamente, el Festival ha dado este año un giro ofreciendo en su totalidad una variedad de espectáculos de nueva creación basados en los mitos grecolatinos, algo que considero perfectamente válido. Pero mi pregunta al respecto es: ¿Están estas obras escritas por contemporáneos a la altura de las que conocemos de los grandes autores clásicos de Grecia y Roma? Rotundamente no, me parece después de haber visto los tres primeros espectáculos. Por lo que tengo que decir, claramente, que estos resultados -de la arriesgada apuesta- tal vez deberían comprometer a la organización a hacer una seria reflexión.
«Los hilos de Vulcano», es un espectáculo de Toom-Pak y el Festival que mezcla música y comedia. Escrito y dirigido por Marta Torres, tiene como argumento una historia basada en el canto VIII de La Odisea que narra las infidelidades entre la diosa Afrodita a su marido el dios Vulcano. Una historia de atractiva temática de índole amorosa donde salen a la luz los personalísimos defectos de los dioses, que son similares a los de los mortales, reflejando los aspectos estúpidos de nuestro sistema dominante de prejuicios sociales. Una historia con la idea sobrepuesta de querer liberar al público con la risa para «enfrentar los problemas desde otra perspectiva», según la autora. Propuesta expresada –como otras muchas- en las ruedas de prensa y los programas de mano, que apenas se ve luego en la realidad de la escena.
Torres, maneja una estructura teatral correcta y sencilla de la comedia, tramada con vitalidad en las situaciones, pero con demasiada superficialidad en el contenido de la obra y en el esquematismo de los personajes, que impiden cumplir la pretendida función moralizante y eminentemente social características de la buena comedia. La trama que es bastante fiel al mito, está necesitada de una mayor ambición textual en el desnudamiento que opera generalmente en el melodrama fársico, que objetivamente puede sacar a relucir la crítica, la denuncia, de las miserias humanas en cuanto al respeto a la pareja y en una mayor consideración de la mujer.
En la obra tampoco hay humor sino gracia celtibérica de chicha y nabo, solo apta para mojigatos. Carece en los diálogos de ese soplo vital de ingenio satírico que, comparando, en Aristófanes o Plauto es toda una gama inagotable de vis cómica inteligente para hacer brotar irresistiblemente la risa de todo tipo de público.
La puesta en escena es –otra más- visualmente encogida en el amplio espacio romano. Representa una especie de cóctel teatral-musical-circense con ingredientes artísticos que se amalgaman o complementan en vital conjunto. Dispone de una singular escenografía, que reproduce la fragua de Vulcano, bien ensamblada con el brillo de las luces y el juego de los objetos de utilería que los actores mueven para desarrollar sus escenificaciones: acciones que en algunos momentos de la parte musical logran atractivos cuadros de imaginería espectacular y festiva, de maniobras espaciales y personajes mágicos. Pero que nada aportan a un conflicto de baja intensidad.
La interpretación, en general, me pareció entusiasta de signo y resultado discreto (incluida la de la cantante y compositora Carmen París). A algunos actores se les notó que navegan teatralmente forzados, entre ellos Javier Mora (que interpreta al atontado dios Marte) y Tomás Pozzi (como el chismoso dios Sol). Los más entonados, aportando seguridad y simpatía, fueron Fele Martínez (Vulcano, dios inseguro, agresivo, celoso y traumatizado por sus complejos) y la veterana Verónica Forqué (Aspasia, una rara prostituta que sólo quiere poner contento a todos).
Lo destacado, sin duda, fue la interpretación de los integrantes de la compañía multidisciplinar Toom-Pak (convertida en los Gigantes que acompañan a Vulcano), desplegando todo un abanico de recursos expresivos y exactos de música y de movimientos que funcionan a la perfección, luciéndose en frenética y bien construida vía de acciones con el ritmo y la intensidad gradual del clímax.
En definitiva, «Los hilos de Vulcano» resulta un espectáculo con el atractivo envoltorio en que la cultura industrial ofrece sus mercancías (muy apto para los espectadores que sólo buscan entretenimiento).