Los Jodorowsky y Kafka
Actualmente se presenta en París el monólogo El Gorila de Alejandro Jodorowsky adaptado del cuento de Franz Kafka, Informe para una Academia, que narra la transformación de un simio en hombre, no por gusto, como único modo de salir de la jaula, señala el largo camino del primate humano al sabio iluminado, del mono al académico. El Gorila regresa a París tras una larga gira de seis años.
La historia de esta obra es singular, porque a pesar de que no lo recuerden las crónicas teatrales actuales, es un trabajo que nació en México, a finales de los años sesenta con el actor Narciso Busquets. Jodorwsky evocó esta puesta en escena en una entrevista para la revista Paso de Gato… era un actor enorme (Busquets)… Era grande, feroz, con una voz increíble. Pero en realidad no tenía gran disciplina… Y añadía en aquella ocasión, Cuando comencé a trabajar con Brontis (su hijo) empecé a ver que era un actor completo, no solamente tenía una dicción perfecta, voz y emotividad y todo lo que debe tener un actor, sino que sabía karate, había estudiado baile, pantomima y que tenía todo lo que yo quería…
Así resurge este Gorila, de las cenizas de aquel monólogo en México, que de acuerdo con el propio Jodorowsky estuvo en cartelera más de cuatro años consecutivos, al lado de otro monólogo que también dirigió, El diario de un loco de Gogol, interpretado por Carlos Ancira y que estuvo en catelera treinta años, hasta la muerte del actor.
Lo interesante de esta larga historia es el proceso alquímico de un texto: se inicia con Kafka, uno de los pilares de la literatura contemporánea. La ventaja del texto kafkiano es su apertura de posibilidades, su carácter irónico, con un alto grado de comicidad, y da la posibilidad de avanzar en el camino que propone, la transformación de un ser. Como espectáculo teatral su fuerza no es literaria, su potencia reside en el escenario y su intérprete.
Jodorowsky habla de su nueva visión del monólogo en la revista francesa Les Trois Coups:
El esfuerzo para integrarse a un mundo que nos tolera, sin dejar de despreciarnos, es terrible. Esta historia me conmovía tanto que sólo podía confiarla a mi hijo Brontis, pues aunque él sea francés por parte de madre, es un eterno inmigrante por parte de padre… Cuando, en los últimos ensayos, preparamos la escena en la que el simio por fin se rebela, nos abrazamos para llorar, pensando en nuestros ancestros, esa larga estirpe de tristes, aunque valientes gorilas.
Me gusta la idea de que los teatreros sean peregrinos por un mundo fantasmagórico en el que reina lo insólito. Me gusta que sean seres en transformación. Que manifiesten su potencia en escena. En la transformación del texto y la puesta en escena de El Gorila hay una purificación sistemática, hasta llegar a la última versión, la de Boris, convertido en un excelente simio blanco que nos recuerda las dificultades de la evolución interior. Admiro esta correlación de padre a hijo, esta herencia de talento que se manifiesta en un trabajo de transformación interior.
Disfruto de este largo camino de la obra El Gorila, de los años sesenta en La Casa de la Paz, espléndido foro en la Ciudad de México hoy abandonado por una universidad negligente, hasta su resurrección en Le Lucernaire un centro de creación emblemático de la ciudad de París. Creo en este camino del teatro que es el de crear y recrear, aunque como dijo Jodorowsky en la entrevista a Paso de Gato, El teatro es existencial, es decir se hace y desaparece. Pero no tanto, es como una semilla perene que renace de sus cenizas, a veces con más fuerza y brillantez que el original. El teatro es —aun en su vertiente más deleznable— un proceso alquímico.