Los peligros del actor
Una de las críticas que Nietzche le prodiga a Wagner, inspirándose en Burckhardt, es la de cesarismo. Si bien el filósofo había ponderado en el ciclópeo compositor alemán su capacidad para unir gesto, palabra, música, mixturar lo culto con lo popular, aggiornar una simbólica arcaica como cuna de deseos, terminó disparando acremente contra su apetito de poder y desmesura yoica, de su ostentación y presunción burguesas, de su egocentrismo y presuntuosa reclamación de la verdad última, considerándolos más bien como los típicos «peligros del actor dramático», a los que en el colmo calificó de «reaccionarios».
La definición subliminal que guardaría cualquier sociedad a la misión que le cabe ejecutar al actor en la misma, no parece ponerlo en un ‘camino de Damasco’ que lo habilite como factor inductor de cambios. Muy por el contrario, y otra vez según Nietzche cuando se refiere al arte, su batalla «existe para una tregua de la batalla, no para la batalla misma: para esos minutos en los que, miando hacia el pasado y avistando el porvenir, lo comprendemos todo de un modo simbólico, mientras nos asalta una ligera fatiga. El arte es el sueño para el reposo del guerrero, el sueño reparador para sueño reparador del guerrero. Pronto vuelve a amanecer y las sagradas sombras se disipan y el arte queda lejos entonces».
Qué estaría significando éticamente ese rasgo o condición que casi naturalmente se le adjudica al actor dramático. Bajo su exhibicionismo ¿queda subsumida una verdad que expresa en realidad aquello a lo que nos oponemos o es que exhibiendo su exitismo consagra los valores culturales de aquellos que le pagan? O aún más, ¿es que su ritual de fetichización como estrella de los espectáculos, consagra su subalternidad de empleado destinado a celebrar el brillo del oro y por extensión el de sus dueños? La desmesura o falta de recato imputable a un actor, en su presunta prodigalidad mundana, equivaldría a la defenestración de lo que sólo puede conocerse con mesura. Por esto mismo no se le concede sino la función del atolondrador deliberado, la de fingidor profesional, que hace que la risa o la mera diversión operen de señuelos seductores en un sitio, cuando en realidad el huevo ha sido puesto en otro.
Destino de banalizador, de distractor, de camouflador. ¿En dónde radicaría la posibilidad de que el peligroso actor fuese emisario de otra cosa distinta? Sinónimo de atisbador de la verdad, de redentor diría Joseph Beuys.
Pero es que el actor, en un mundo de sufrimiento, simboliza a lo que escapa del dolor, y se escuda en lo nimio. Es susceptible, no obstante, que asuma la imagen interna del ser humano, pese a haber sido símbolo de aquello que es externo. Al final, ¿es el actor un impedido cultural, creativo? Un sinónimo de aquello que no profundiza, y que tiene en lo epidérmico su razón de ser, aún en el sacrosanto fin de sus actos que no es otro que el de aligerar las pesadumbres de la existencia. Que la cultura tenga depositarios ‘naturales’, ¿a qué ukase divinal, a qué tácito decreto responde? Su peligro de zorro en el gallinero ¿significa la imposibilidad de asumir un ‘ethos’ imprescindible?
¿De qué sirve hablar de nuevo mundo, de liberación, si no se puede apelar a otras formas de conocimiento, o es por ausencia de éste que lo primero se dificulta? Desde la cultura artística el planteo es si las artes colaboran en su búsqueda a desarrollar nuevos cuadros perceptivos, para una cultura que realmente justifique que su materia prima es la libertad, así como el desarrollo de una nueva conciencia.
Hay una perspectiva que no puede considerarse purista, que considera al actor como signo de una barbarización espiritual, como un camino impropio para alcanzar el conocimiento de sí mismo.
El cumplir una función de empleado es lo que le impediría ser un agente de autodeterminación. No serlo lo hace funcionar como el que promete lo que no está en capacidad de cumplir.
Triste será que el actor venga a ser el fariseo que nos aleja del verdadero conocimiento, la verdadera gnosis. El agente de la no-conciencia, nada menos.