Los que cuentan, a veces, no cuentan
La narración oral es una actividad, u oficio, o arte, o entretenimiento o manera de consumir la vida que nos queda, para no sentirnos vacíos, o una nueva forma de ganarnos ésta, o una actividad escénica comprimida, que se adapta muy bien a las condiciones de liviandad y ligereza de los esquemas actuales, caracterizados por la ausencia de espacio y de tiempo, y que por uno de estos motivos, o por todos al tiempo, se ha puesto de moda y ha comenzado a padecer la tragedia que se va apoderando de aquello que se vuelve digno de atención, porque todo el mundo lo menciona, pues ya está demostrado que lo que se convierte en moda, no tiene como objetivo reproducir en el tiempo, mejorándolo, aquello que significó su origen, sino ajustarse a las estrategias que el mantenimiento de la fama le va exigiendo.
La narración oral, que es connatural al ser humano, porque cada vez que habla narra algo, se ha convertido en un episodio de moda, que puja por entrar en la historia para adquirir carta de naturaleza definitiva, y debe su protagonismo actual al deseo de la gente de restablecer mecanismos tradicionales de comunicación, para contrarrestar la soledad que imponen los denominados medios de comunicación, el tiempo cronométrico, el crecimiento de la urbe, el acoso de la competencia, el deseo insatisfecho de consumo, etc; pero al parecer, la mayor parte de quienes la ejercitan hoy en día han ido haciendo con ella una serie de experimentos, que tienen como objetivo buscar modalidades de impacto, para hacerla «más apetecible», y que han desdibujado su objetivo natural, cual es la integración, para convertirla en otro medio de competencia y discordia.
Hay quienes cometen la equivocación de decir que han inventado la narración oral, apurados por su deseo de promover algún estímulo que le han dado al acto de contar cuentos, porque no es lo mismo inventar, que innovar o modificar.
No podemos desconocer que el acto de narrar oralmente, como nuevo oficio para unos, y como actividad artística para otros, es algo que viene sucediendo hace poco tiempo, desde que la conversación fue expulsada de la sala de recibo, conocida entre nosotros como sala de visitas, y fue entonces trepada al escenario, en forma de cuento, hasta convertirla en una propuesta más de espectáculo escénico.
Así como algunos se arrogan la autoría del invento de la narración oral, por haber tenido la idea de sacarla de dichos lugares, treparla al escenario, y volverla notable poniéndole el apellido de artística, otros se han dedicado a hacerle innovaciones, hasta desnaturalizarla, con academicismos y procesos de autosugestión traídos de los cabellos, sólo para tener la satisfacción competitiva de decir que han sido primeros en tal o cual modificación de la misma. De tal manera que han venido surgiendo próceres de la narración oral que son los que se encargan de decir quién está o no habilitado o preparado académicamente para contar una historia.
La narración oral es cada vez más víctima de las mañas de quienes conducen los hechos que empiezan a mover público, como la maledicencia, el desconocimiento de la calidad del trabajo ajeno y la formación de cofradías con poder de decisión y de ordenamiento territorial de la narración oral, pues son éstas las que dictaminan cuáles son los eventos de narración oral importantes, cuáles los contadores de historias más capaces, dónde deben contar unos y otros, y cuáles deberán estar en la sala de espera del vasallaje para recibir su bendición.
Por eso no siempre cuentan los que cuentan.