El giro hermenéutico

Luces de bohemia, hoy

Cuánto hemos oído aquellos epítetos desafortunados respecto a la obra dramática del prolífico poeta dramático Valle Inclán!

Adjetivos como irrepresentable, no dramático o cinematográfico fueron en realidad cortina de humo para encubrir la censura que su obra sufrió en este país entre 1941 y 1977. El caso de Luces de Bohemia estudiado por la investigadora Berta Muñoz Cáliz en el CDT es un ejemplo de lo incómoda que resultaba esta pieza dramática, lo mismo que Divinas palabras. Si bien nunca se prohibió en su totalidad, sólo se autorizaba una función en el denominado «teatro de cámara» recortada y mutilada; los expedientes de censura calificaron en 1957 de «inconvenientes morales» y otros muchos de carácter político-social, suprimiendo dos escenas completas: la sexta que transcurre en los calabozos de la Dirección General de la Gobernación de Madrid, donde tiene lugar la escena entre el preso anarquista y Max Estrella; la décima, en la se encuentran Max Estrella y Don Latino con las prostitutas La Lunares y la Vieja pintada. A pesar de las supresiones, oh, paradoja, los censores comentaron positivamente los cortes efectuados y consideraron como factores favorables a la autorización el hecho de que se tratara de una representación única de homenaje a su autor, y el que la obra estuviera ambientada en un tiempo pasado: «En lo político, la obra responde a una situación tan concreta, incluso con nombres propios, que se sale de nuestro tiempo». Un valiente Carlos, hijo del dramaturgo, defiende que la obra de su padre nunca se representaría «con las bárbaras e inconcebibles mutilaciones decretadas por el Director General de Cinematografía y Teatro» en el año 1960; andaba junto a José Tamayo persiguiendo la supresión de la censura para poder montar al fin, la obra íntegra. Pasarán 11 años hasta conseguir su estreno íntegro con éxito en el teatro comercial gracias al tesón de Tamayo y al brillante trabajo de José María Rodero en el papel de Max Estrella.

Es cierto que Luces de bohemia responde a aquella época tan concreta; sin embargo, el viernes en su estreno del CDN en el teatro María Guerrero, a mí me pareciera estar asistiendo a una historia tan actual como española. Crepuscular como su inicio, contradictoria como su protagonista, medida del carácter socio-político y la situación de la cultura en este país, esperpéntica. Entré a la sala pensando y pareciéndome que mucho ha cambiado España desde los años 20 del pasado siglo, y sin embargo, durante la función se produce la revelación: todo «parece» distinto y sin embargo, todo en el fondo, es similar. Y esto me provoca un malestar irreconciliable con mi natural buena fe: ¿qué me pasa? ¿porqué Valle me afecta de este modo? ¿Por qué cuando hablan burlona y cínicamente de los políticos y monarcas de la época, yo pienso en los de ahora? Entonces me digo: ¡»chapó»!: Valle Inclán fue un visionario extraordinario y de una universalidad comparable en España a Cervantes, Calderón y García Lorca. Max Estrella tiene la dimensión de don Quijote, de Seguismundo y de Yerma. Y me emociona advertir cómo la experiencia de Luces de bohemia se convierte en piedra angular de nuestro teatro, de nuestra identidad cultural y de nuestros fantasmas, de nuestras luces y sombras.

Un Lluís Homar comprometido, conecta sutilmente la puesta en escena clásica (Madrid, años 20) con ecos y ráfagas informativas de revueltas, manifestaciones y protestas del último año en ciudades de España, Europa y el mundo árabe. El trabajo de Gonzalo de Castro es inmenso; se consolida como gran actor y comunica junto al resto del reparto todas las emociones, los conflictos y la dialéctica del hondo texto valleinclanesco; el difícil lenguaje de la jerga madrileña nos llega ágil, fresco y divertido. Todo queda claro, gracias a un minucioso trabajo de dirección de actores y composición de personajes eficaces en la proyección de sus gestos y voz. Tiene momentos sublimes como el encuentro con Rubén Darío en el café Colón, reales y duros como el encuentro con el anarquista barcelonés, terribles, cuando muere el niño, -flor de mayo- en brazos de la madre, literariamente exquisitos y osados, de una intertextualidad cómplice, como la escena del Marqués de Bradomín y Rubén Darío con los sepultureros «hamletianos» del cementerio. Las didascalias de la obra son de guión cinematográfico, largas y minuciosas descripciones del paisaje y atmósfera de cada escena, y lejos de obviarlas o conformarse con tratar de expresarlas, Homar decide proyectarlas, honestamente, como en el cine.


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