Escribo perplejo al enterarme de la partida de la maestra por excelencia: Luisa Josefina Hernández. Durante 40 años, ella fue fundamental para la enseñanza y análisis de los géneros dramáticos en la Universidad México UNAM, además de tener una rica y fecunda creación literaria: teatro, novela y ensayo.
Los alumnos solemos ser ingratos y olvidadizos, por eso quiero reconocer mi deuda con Luisa Josefina Hernández. La semilla de un buen maestro tarda en germinar, todo depende de la tierra en la que caiga y el cuidado que se ponga en su gestación. La virtud de Luisa Josefina Hernández fue iluminar el camino que debíamos seguir en el análisis de las obras de teatro, y también de las novelas. Tenía mucha intuición ante los textos que analizaba, los regeneraba, parecía que acababan de escribirse. Muchos pasamos por sus cursos, cada cual obtuvo lo que podía llevar, el tesoro era grande, como un manantial; ella proponía, nuestra tarea era dar fruto a sus enseñanzas: mi deuda con ella es grande.
Para seguir con este texto, podría ubicar la acción una tarde del siglo pasado en la Facultad de Filosofía y Letras en un aula que se ilumina con la presencia frágil y delicada de ese personaje singular que llega para desentrañar los misterios de las obras de teatro del repertorio universal. Llega para descubrirnos los mecanismos de los géneros dramáticos: la sangrienta búsqueda de la armonía en la tragedia, las virtudes y peligros del melodrama inventado por Eurípides, la aparición de la tragedia moderna en las obras de Chejov, y la ferocidad contemporánea de la farsa tan antigua como la tragedia gracias a Aristófanes, así como la comedia y su implacable persecución de los vicios humanos acicateados por la risa. Conocimientos fluidos que aparecían en las intensas clases semanales de Luisa Josefina Hernández. Nadie faltaba a esos cursos.
Recuerdo que cuando no se disponía de los textos en castellano, ella los traducía. Así conocí la obra Les Boulingrin de Courteline, traducida al vuelo en clase como si estuviera impresa en español; también alguna obra corta de Brecht, transformada como si nada del alemán al castellano. Parecían lecturas de un libro en español, a buen ritmo y sin pausas.
No tenía la manía de acumular libros, como nos ocurre a muchos, un libro se lee, se asimila y se regala, me respondió el día que conocí su selecta biblioteca. Conocía casi de memoria el repertorio de literatura universal que nos invitaba a analizar cada semana, sin embargo ella releía todas las obras que íbamos a analizar, es muy fácil que se escapen detalles muy importantes en las obras… Y es verdad, así nació mi afición por la relectura: es regresar a un territorio conocido que esconde muchos secretos, representa el deleite del reencuentro.
Los oradores en su homenaje póstumo en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México, dieron fe de ese sentimiento de grandeza graciosa que englobaba su persona. Todos reconocieron su deuda con su cátedra, aunque otros subrayaron que es una autora a descubrir, a la que le hace falta difusión, no talento. Su obra es muy importante: 12 novelas, 27 obras de teatro, dos libros de ensayos… Después de asomarme a su inmensa obra siento que escribo desde el olvido. Como se ha reconocido después de su muerte, su obra es muy amplia y casi desconocida, a pesar del auge actual de la literatura escrita por mujeres.
Nosotros no sabíamos con certeza los alcances de su trabajo de creación. En clases jamás mencionó ninguna de sus publicaciones, así fuera una obra editada recientemente. Analizar el trabajo de otros creadores era sagrado y encontraba tiempo para leer lo que nos dejaba leer en una semana. Ni una palabra sobre su propia creación. Una creadora que acaba de dejarnos, aunque sus palabras quedan impresas en sus obras.
Los maestros se van, los que estamos todavía aquí debemos seguir con la tarea de difusión y enseñanza del teatro y la literatura, la tarea es inmensa, el contingente reducido, pero allá vamos…
Febrero de 2023
