Machos alfa
Hay que ver lo aburrida que es la cultura en masculino. Qué cansinos los machos alfa –y lo de macho alfa va también por muchas mujeres-. Qué interés pueden tener los proyectos personalistas, los patriarcados y las torres de marfil.
Con la testosterona también relaciono las palabras proscriptor, gurú, altavoz o antena. Como nos gustan los profetas y las meadas en las esquinas, pensar poco y compartir menos.
En la mesa de la cultura –así como en muchas otras- tendríamos que poder sentarnos todos a hablar. La horizontalidad es posible. De mesas precisamente y no de penes quería hablarles yo esta semana. Puesto que estamos todos en el mismo barco y que mal vamos si continuamos cada cual en su silla, sentado a kilómetros del otro. No está el mundo para compartimentos estancos. El crítico estrella, el artista encumbrado, el público sumiso, el político inspector, el programador de moda y todo aquél que se dedica a la profesión forma parte de un mismo todo obligado a entenderse, a sumar fuerzas, a sentarse en una mesa y a trabajar por el diálogo entre nuestro sector y la sociedad en la que se ubica, con el objetivo básico de asegurar un futuro de las artes escénicas digno.
Bajando a la realidad, les quiero hablar de un ejemplo fantástico. ¿Han oído hablar del Be Festival? Se acaba de celebrar la cuarta edición, en Birmingham, del 2 al 12 de julio. Se trata de un proyecto altamente recomendable. Más allá de su programación, es un espacio de intercambio de ideas y contactos sensacional.
En Be Festival todos nos sentábamos en la misma mesa. Por la mañana, público, estudiantes de artes escénicas, artistas en cartel y otros no programados, programadores e invitados varios compartían talleres a cargo de diferentes profesionales. Luego almorzábamos juntos, organización incluida. La actividad se reemprendía después de comer, cuando los creadores que habían presentado pieza la noche anterior se sentaban a tomar café con los asistentes, en busca de ‘feed back’ sobre su espectáculo, pues el material que se presenta en este festival está normalmente por terminar. Después del tanteo, siempre constructivo, nada forzado -y moderado por los estupendos Sleepwalk Collective-, el programa continuaba con presentaciones de proyectos ejemplares -normalmente prácticas tan inteligentes y refrescantes como la que Quim Marcé y su equipo del Teatro de Bescanó plantearon hace un tiempo para plantarle cara al IVA cultural, basada en la venta de zanahorias que incluían como regalo una entrada para un espectáculo- y espacios de encuentro entre unos y otros, donde contar quienes somos y qué buscamos, una zona de diálogo dinamizada con mucho salero por los directores del certamen, Isla Aguilar, Miguel Oyarzun y Mike Tweddle, una trenza de perspectivas más que interesante.
Los espectáculos empezaban a las siete de la tarde, un menú de cuatro platos por noche, materiales con DO europea nunca vistos en el Reino Unido. Después de la segunda función, cena popular, otra oportunidad para compartir mesa con desconocidos. Una vez finalizado el último espectáculo, las puertas del teatro REP, sede del festival, continuaban abiertas hasta las dos de la madrugada, de tal manera que el área habilitada como hall y zona de relax durante el día se convertía en local de copas en el que despedir la jornada retomando charlas con unos y otros, esta vez de manera más distendida y relajada, la actividad en la pista de baile le saca a uno de su zona de confort, a parte de relativizarlo de manera estupenda.
Al final de la semana, aquello parecía una familia. Pero no una de esas en las que el patriarca se sienta en la punta de la mesa, no. Todos importábamos. Tuve la impresión de ser escuchado y de haber escuchado, de aprender. Y a veces eso, cuando creemos saberlo todo, da vértigo.