Malos tiempos para la lírica
Germán Coppini, el cantante de Siniestro total y de Golpes Bajos, se fue esta Nochebuena, víctima de una de esas enfermedades a las que llamamos «mortales» por no utilizar su verdadero nombre de signo del zodiaco con forma de cangrejo. Germán se fue a la hora de la cena, en silencio, cuando los demás entre besos y felicitaciones nos preparábamos para otro tipo de velada, más alegre y menos definitiva. Se fue, cuando entre plato y plato, entre bocado y bocado, a algunos nos preguntaban ¿qué tal estaba la cena? y si habíamos visto el discurso del rey;… el discurso de un rey que se rompe la cadera cazando elefantes en Botsuana con la que estaba/está cayendo es un polémico tema de conversación…
Polémicas y discursos aparte, yo me quedo con Germán Coppini en Nochebuena; un Germán Coppini al que todavía, si escuchásemos con atención, podríamos oír tiñendo, con su peculiar voz, los días grises de los años ochenta. »…Malos tiempos para la lírica, Malos tiempos para la lírica…» Y sí; eran malos tiempos para la lírica, aquellos grises años 80; unos años ochenta en los que todavía planeaba la sombra de una dictadura, no tan antigua, que no tenía forma de ciprés; una dictadura que en aquellos años ochenta todavía sufría los ecos y temblores de un golpe de estado, que en el ochenta y uno fue algo más que un susto; un golpe-susto-militar, que fue, por un instante, por un día, por unas decenas de horas temblorosas, un regreso momentáneo a un pasado de aciago y sangriento recuerdo. En aquel día de golpes y sustos sí que recuerdo la presencia del rey, pero no por su discurso, del que por entonces no tenía conocimiento, sino por una especie de alivio cuando después se pronunciaba su nombre, sin que supiera entonces muy bien por qué. En aquellos años de punk y de movida, entre las brumas de una niñez todavía inocente, no tenía conciencia alguna de ser representada, ni por nada ni por nadie; ni sabía lo que era una dictadura, ni una democracia, ni muchas otras cosas que aprendí después, cuando la inocencia se convirtió, desgraciadamente, en tan solo un recuerdo. Y sí; son malos tiempos para la lírica, ahora, en este 2013 que se va; un año que temporalmente se sitúa lejos de aquellos años ochenta a los que cantaba Germán Coppini, pero que se encuentra cerca en otro plano, no ya temporal sino de conculcación de derechos dentro de la regresión temporal sin precedentes que vivimos en la democracia actual. Los ochenta fueron años de lucha para conseguir unos derechos negados durante cuarenta años de dictadura; y ahora, en 2013, luchamos por no perder los derechos conseguidos durante treinta y cinco años de democracia. Luchar para no involucionar y desaparecer. Luchar para permanecer vivos y no caer en el sopor que inhabilita los cuerpos.
Vivimos unos tiempos, que más que malos para la lírica, son aciagos y funestos para todos; unos tiempos en los que el recuerdo de la dictadura, ya lejana en el tiempo, en lugar de perder color lo va ganando con los usos y abusos de un despotismo, no lustrado, que ahora se reviste de mayoría absoluta. Vivimos en un tiempo anacrónico de regreso al pasado, en un tiempo de pérdida de derechos y libertades, en un tiempo en el que la mujer, su cuerpo y su derecho a decidir sobre si misma se pone de nuevo en manos de hombres que dicen hablar por boca de Dios. Son malos tiempos para la lírica, pero estamos vivos y podemos seguir luchando y cantando, para que a pesar de todo, la lírica, la cultura y la vida inteligente más allá del pensamiento único, no desaparezca, ni nosotros con ella. ¡Por un Feliz y Combativo Año Nuevo!
En la lucha está la esperanza. Luchar por el teatro como herramienta de defensa ante la estupidez y la barbarie económica y social que nos gobierna.
«…Malos tiempos para la lírica…»