Mamá, de mayor quiero ser algo más que musa
Soñó que vivía en un barco. Aquella noche soñó que vivía en un barco. Y despertó. A la mañana siguiente comenzó a buscar y a buscar. Hasta que la encontró. Una embarcación habilitada como vivienda, la «Belle Aurore», la Bella Aurora, amarrada al Sena del París de la segunda mitad de los años 30. Anaïs Nin fue musa de escritores, dramaturgos, surrealistas, pintores, pintoras, poetas, bohemios, bailarinas, psicoanalistas y demás fauna y flora de la Europa y el Nueva York de entreguerras. Pero no se quedó ahí. También fue hacedora: escritora, poeta, surrealista, bailarina, mecenas y editora. A mi parecer, su legado más valioso es, de hecho, una joya: un diario sublime que escribió a lo largo de toda su vida y que ella describe así: «Este Diario es mi kif, mi hachís, mi opio. Mi droga y mi vicio. Necesito volver a vivir mi vida en el sueño. El sueño es mi verdadera vida».
Anaïs Nin es percepción femenina en estado puro. Ella escribe: «En contra de lo que ocurre con la mayoría de las mujeres de nuestro tiempo – y del mío, pienso yo – no he imitado al hombre ni he intentado ser un hombre.»
No se trata sólo de no escribir como un hombre, me digo. Se trata de trascender el papel que ha ocupado tradicionalmente la femineidad en el arte: es decir, el de la musa – inspiración, el de objeto del mundo real que el artista podía sublimar en sueños, papel, lienzo o trazo.
Cuentan que, en un principio las musas fueron tres: el canto-la voz; la meditación y la memoria. Eran las condiciones previas del arte poético en el culto religioso. Es después cuando aparecen las 9 musas que se establecen como mediadoras entre el dios y el poeta o cualquier creador intelectual. De ahí en adelante, ya sabemos cómo ha funcionado la cosa en el mundo de la creación y el papel de inspiradora que la mujer ha asumido hasta nuestros días.
El teatro, como el resto de las artes, fue cosa de hombres durante mucho tiempo. ¿Mujeres sobre las tablas? Impensable. ¿Mujeres que trasciendan el rol de mero objeto inerte y que se muevan sobre un escenario? ¡Que fuerte!
Parece ser que la primera vez que la mujer sube al escenario en Europa de forma profesional, es con la Comedia del Arte. Llama la atención que, a pesar de que todos los papeles pertenecientes al estamento de personajes de clase baja llevan máscara cuando hacen papeles de «servidumbre», las criadas representadas por mujeres son las únicas de ese estamento de personajes de clase baja que no lo hacen. ¿Por qué? La compañía que tenía una mujer entre sus filas llenaba. Vale que las utilizaban como reclamo. Vale que enseñaban carne. Vale. Pero pisaron las tablas de forma profesional. Seguían siendo objetos de deseo donde posar miradas ávidas, pero, al menos, ya actuaban. Hacían.
Antes de encontrar mi lugar en el espacio teatral, buscaba a tientas. Dando bandazos. Pero la llamada estaba. Y quizás fue por desconocimiento, por un tema educacional, por marca grabada a fuego en el adn que no es el mitocondrial, porque soy corta o vete a tú a saber por qué…: la verdad es que sólo concebía poder ser objeto o sujeto que sirviera al verdadero artista. Dicho llanamente: mi máxima aspiración era que me pintaran. Me dio por ahí, qué le voy a hacer. Sirva como prueba de ello un cuadro que me hicieron en la Habana, allende los mares y que ahora descansa en un cuarto de baño de casa de mi madre. ¡Qué cárcel para el pensamiento y el sentimiento creativos, ¿no?! Y no me refiero al hecho de que esa pintura cubana esté colgada en la pared de un cuarto de baño, sino al hecho de que yo ni oliera la posibilidad de poder hacer algo más que no fuera el posar, es decir, de poder tomar también el pincel entre las manos.
Después de decir todo esto pienso que algunos y algunas podrían pensar: ¿Acaso crees que siendo actriz a las órdenes de un director eres menos objeto que antes? ¿Acaso te crees que posar no es un arte? Yo solo digo: Señores, señoras: No dejemos de soñar…