El Chivato

Manifiesto de Teatro defondo

Reyes y peones

La cultura alimenta el alma de una sociedad. El teatro alimenta el alma de una sociedad. Cuanto más y mejor teatro se hace en una sociedad, más sanos son sus ciudadanos espiritual e intelectualmente. El teatro es comunión, es cooperación, es energía colectiva depositada en un lugar y en un segundo determinado, todos a la vez, todos en lo mismo, sentimientos desencadenados en grupo.

Como en la cueva, también oscura, donde nuestros antepasados comenzaron a contar historias. El teatro es diversión, un paréntesis en la vida, un universo donde todo se resuelve al final. Es catarsis, es un lugar donde llorar por el pasado y replantear el presente. El teatro es también intelectualidad, ideas, reflexiones, búsquedas por los laberintos de la cabeza y de la sociedad. El teatro, en fin, moviliza las conexiones entre nosotros y el mundo, entre nosotros y nosotros. Cualquier tipo de teatro es válido siempre que haya un espectador al que le interese. Cada uno cumple su función en el ecosistema.

Hacer que la gente tenga acceso al teatro es una labor que nos corresponde a todos. Que la gente vaya al teatro que desea ver, pero también al que está en el límite de sus hábitos y que le puede abrir nuevas rutas por dentro. El teatro nos puede acoger en su oscuridad y silencio y hacernos sentir en paz, conectados con el presente en un equilibrio momentáneo. Para eso el espectador debe ver lo que está preparado para ver, tiene que subir escalones de percepción y decodificación. Entrar en un vehículo a toda velocidad nunca ha sido una buena idea. Hay que subirse al teatro cuando el vehículo va despacio y, poco a poco, aumentar la velocidad: las comedias fáciles se nos quedarán lentas y necesitaremos otras en las que se exija más de nosotros; ir a ver a un actor o actriz famoso al teatro dejará de ser una motivación por sí misma y se sumará a muchas otras, a medida que nuestro criterio se enriquezca y empecemos a conocer a los artesanos del oficio, los directores, dramaturgos, intérpretes, compañías…

Nuestra obligación es que nadie que vaya al teatro por primera vez vea algo inadecuado a su experiencia. Todos somos capaces de ver cualquier espectáculo, pero ver un espectáculo determinado cuando uno no está familiarizado con sus lenguajes puede significar que esa persona no vuelva a un teatro. La primera experiencia en todo es fundamental y en el teatro muchos espectadores primerizos han sido defraudados por espectáculos que no pensaban en ellos, sino en el beneficio de la empresa o compañía. Si queremos un público que se multiplique tenemos que llevar a cada función al tipo de público al que le puede gustar, no a cualquiera: no volverán.

Tenemos que pensar en conjunto, en el teatro. Aportar más al teatro de lo que él nos aporta a nosotros y mejorarlo con respecto a la herencia que recibimos de nuestros maestros. Con su trabajo, las generaciones precedentes han desarrollado los espacios teatrales, han mejorado las condiciones laborales, han investigado nuevos lenguajes… A nosotros nos corresponde seguir trabajando en ese sentido y abrir nuevas sendas.

Se nos antoja fundamental crear una mejor comunicación entre profesionales. Está demasiado arraigada la idea de que el éxito de otro perjudica a uno. Que otra compañía u otro profesional estrene en un espacio de renombre y obtenga buenas críticas no nos hace de menos a los demás, sino que engrandece la profesión. Hoy en día hay espacio para todos en el teatro. Hay multitud de teatros y salas que funcionan y permiten la exhibición de artes escénicas en cualquier nivel de producción. El tejido teatral se conforma así, en una situación ideal, como un tablero ajedrezado en el que cada uno ocupamos una casilla distinta en distintos momentos y nos convertimos unas veces en peones y otras en reyes. El reto es siempre el mismo: saber qué pieza eres y en qué casilla estás en ese momento y contribuir a que siga la partida. En ella, tan importante es quien estrena en un gran centro de producción con miles de espectadores como el que mantiene la actividad de una pequeña sala o quien ofrece teatro en un pequeño municipio frente a unas decenas de personas. Todo suma en la misma dirección.

La gente que se enriquece esquilmando el teatro, que sólo piensa en un bien individual y pecuniario, no debería tener sitio en esta profesión de artesanos que lo que quieren es establecer una comunicación que estimule tanto a los espectadores como a los ejecutantes. Tenemos que ayudar y apoyar las buenas ideas. No porque eso nos vaya a beneficiar directamente, sino porque cualquier idea buena va a beneficiar a nuestro sector y a la sociedad. Un espectador que sale del teatro emocionado, desternillado, concernido, aliviado, estimulado en algún sentido es el mayor objetivo que podemos marcarnos. Y cuando una función consigue eso debería contar con todo el apoyo posible, al margen de criterios subjetivos en los que acostumbramos a perdernos. El buen trabajo lo es independientemente de nuestros gustos. Hay criterios objetivos en los que fijarse y a los que dar valor. «A mí no me gusta» no sirve para nada. La pregunta es «¿Está bien hecho?» Hay que usar primero la intuición para recibir una primera impresión subjetiva y después los elementos con los que contemos (tendremos más o menos dependiendo de si vamos mucho o poco al teatro) para crear otra impresión objetiva. La combinación de ambas es el resultado interesante. Y si la suma sale positiva, no dudemos en apoyar, difundir, recomendar, agradecer… todo aquello que pueda hacer que una sola persona decida ir el próximo día al teatro.

Vayamos al teatro: ¿cómo pretendemos que el espectador de fuera de la profesión vaya al teatro si nosotros mismos no damos ejemplo? Conozcamos el trabajo de nuestros compañeros para saber quién es quién en este tablero y así poder desempeñar bien nuestra labor en el conjunto. Veamos el trabajo de aquellos equipos que están en lo más alto, pero también el de las unidades de producción periféricas, el de la gente que comienza, el de las compañías que han elegido lenguajes y propuestas minoritarias. No nos lamentemos por oportunidades perdidas, circunstancias adversas, decisiones que no compartimos, supuestas injusticias. En fin: vivamos en la profesión, con la profesión. De una forma activa y constructiva, no obsesiva ni perjudicial (para el medio y para nosotros mismos). Aprendamos a leer los aciertos y errores que todos los días podemos disfrutar sobre los escenarios de nuestro país y apliquémoslos -o no- a nuestra línea de trabajo.

Fuera el egoísmo de esta profesión. Fuera mezquindades. Si otro hace bien su trabajo es motivo de alegría. Si nosotros lo podemos hacer igual de bien o mejor, ocupémonos de conseguirlo. Si no, seamos capaces de reconocerlo y ocupemos nuestro lugar en el ecosistema: ni todos somos el rey negro ni el sistema funcionaría si lo fuésemos. Aprendamos de los que saben más, enseñemos a los que aún no saben lo que nosotros. Seamos humildes y vayamos al teatro con los sentidos abiertos porque de otra forma no podremos ayudar, ni a la profesión ni a nosotros. Disfrutemos de la prosperidad (creativa, económica, artística) de nuestro sector, sea de nuestros compañeros o nuestra, porque no hay nada mejor que conseguir. El gran cambio que estamos pidiendo empieza en un pequeño cambio en nosotros mismos. Quizá no podamos socavar toda la montaña en una sola vida, pero cuanto antes empecemos antes conseguiremos que la montaña desaparezca. Cavemos juntos. Rememos fuerte. Todos a una. Todos al teatro. Todos por el teatro.

Vanessa Martínez (directora artística)

Pablo Huetos (director ejecutivo)

Compañía Teatro defondo

www.teatrodefondo.com


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