Críticas de espectáculos

Marc/Isabel Díaz/Clara Cosials

El hombre que dejó de existir

Autora, directora y estudiosa del teatro, Isabel Díaz (Almería, 1968) presenta una de sus últimas obras, Marc, en la sala Trovador de Madrid. Una ocasión que ni pintada para conocer de primera mano tanto lo singular de su escritura como la visceralidad, virulencia y acritud (no reñidas con una ironía cercana a la causticidad) de sus tramas y situaciones. Y es que parece que la autora esté más próxima de las dramaturgias europeas del momento (y, en especial, de Caryl Churchill) que de nuestra tradición costumbrista. En efecto, Díaz se mueve dentro de un mundo propio que erige a partir de los deshechos de la realidad, recogiendo los restos del naufragio de nuestra arrasada convivencia y apilándolos en cerros de basura que a veces, precarios rascacielos, llegan hasta las nubes, y otras, se desparraman por el suelo como si de una villa miseria se tratara. Naturalmente, el resultado de dicha construcción es aberrante y lo mismo puede decirse de los seres que siguen habitándola, rudos, casi deformes y totalmente descentrados.

Es el caso de Marc. Embutido en una especie de batín-boatiné que bien podría ser una camisa de fuerza y encerrado entre cuatro paredes «por su propio bien», mantiene a la vez dos conversaciones bien distintas. Una es consigo mismo o, mejor dicho, con sus recuerdos de tiempos más felices: sus hijas, su trabajo, su mujer… cuando todo iba bien y vivía en la inopia hasta que le pusieron en la calle. Y el otro discurso que sostiene – más que discurso, gimoteo – lo hace con un ente invisible, un amo despiadado, cuya inmisericorde presencia Marc nos hace sentir a medida que le va poseyendo, se va haciendo con él. A su mujer, Himar, le revela, obstinado, que ahora hablamos una «neolengua», la del Gran Hermano, «todo para decir que el mundo se divide en amos y siervos y que ni a ti ni a mí nos han tocado los beneficios del Imperio». Y a su amo, que le retiene con la cadena al cuello como a un perro cautivo que casi no puede respirar, le rinde pleitesía: «Sí, mi señor, tu palabra me taladra y me guía (…). Sólo tu cuerpo me permite seguir con vida y no lo merezco. Yo tengo la culpa por haber deseado lo que no me estaba permitido».

Y así pasa su encierro, permanentemente humillado por su sentimiento de culpa, de vergüenza y temor ante las invectivas de los otros y el continuo tormento que le infiere su amo, siempre provocándole dolor. Claro que hay momentos en los que se rebela: «Me corre tu veneno bajo la piel, me infectas la sangre, me deshaces el pensamiento, y aquí sigues y yo a tu lado, siempre tan pegado a ti que… ¡Suéltame! Yo no estoy enfermo. Estoy solo y sé lo que digo». Pero esas rebeliones verbales no llevan más que a otro castigo, incluso más cruel que el anterior. Y cuando llegan a ser físicas, son como la lucha de Jacob con el Ángel, ambos desnudos como en el cuadro de Bonnat y deseando penetrarse por ver quién gana la partida. Excelente momento para hacerse una foto y subirla a Internet al tiempo que suena The Message de la rapera M.I.A. (Missing in Action): «El cráneo conectado a los auriculares / los auriculares conectados al i-phone / el i-phone conectado a Internet / Internet conectado a Google / Google conectado al Gobierno».

¿Será acaso la sociedad ese Otro que se está quedando con Marc, que le mantiene retenido y a punto de privarle hasta de la existencia? ¿No fue el lenguaje de las finanzas – la productividad, la externalización, optimizar recursos – el que le dejó sin trabajo y a sus cuarenta y cinco años de edad, hasta sin esperanza de encontrarlo? Por si cayera en la tentación de dar con el verdadero culpable, la autora le hace cambiar las tornas. Ahora es Marc quien hace del Otro y bajo esa apariencia permutada se recrimina por su pasividad, su continuo quejarse y ésa su falta de pudor. Y es que – le dice el Otro a Marc– «te falta valor, dices que quieres ser libre, pero al mismo tiempo te asusta la idea de serlo y me echas la culpa de cuanto te pasa. ¿Soy yo el malo de esta película? Eres tú el que me busca, mamarracho. Eres de mi propiedad porque tú quieres que así sea». La lucha se reanuda. Vuelto en sí y armado de un revólver, Marc se revuelve contra el Otro y se apunta a sí mismo en la sien: «Tú, sin mí, no eres nadie, por eso me buscas a solas; pero yo existía antes de conocerte y de hipotecarte mi cuerpo. Conoces cada uno de mis resortes para hacer que me doble; pero te confías en exceso y has dejado un cabo suelto, porque este tipo débil y sumiso que tanto te excita también conoce tus flaquezas, y haré que todos vean lo que oculto por vergüenza». Y ahí está la fotografía que da cuenta de su relación dispuesta para salir a la vista de todos y dejar el fondo del cajón.

En una última pirueta, Marc se confiesa con Himar: no hay ángel ni demonio y el Otro no es más que una entelequia, una excusa para ocultarse la verdad. Es él quien se maltrata, quien se ahoga, se hiere o se golpea: «Fui yo el que se hizo esa fotografía, quien la subió a Internet, porque me di cuenta de que la intimidad también es política, y abrí el cajón del silencio y de la vergüenza para exponerme». Y desabrochándose el batín, Marc lo convierte con la ayuda de una linda cenefa que ocultaba en su seno, en una bata de mujer.

Así fusiona Isabel Díaz en el personaje de Marc dos conceptos que parecen dispares, la atracción sexual por individuos del mismo género y los desmanes que causa la política en el cuerpo social. El proceso mental de quien ha sido forzado a abandonar el mundo del trabajo siempre suele seguir la misma senda: una vez pasado el primer «shock», empieza a meditar sobre las razones de su despido. Poco importa que según el gobierno, los medios o los economistas de primeros auxilios, éstas sean totalmente «objetivas» o incluso naturales (una crisis global de las finanzas, la deslocalización de los centros de producción, una mala cosecha), quien ha quedado en paro, terminará pensando que ha sido culpa suya y sentirá vergüenza en vez de indignación. De ahí a encerrarse en sí mismo como le ocurre a Marc no hay más que un paso que la sociedad no se atreve a evitar (otra cosa sería la solidaridad). Es más, pronto el parado se ve considerado como un vago, un parásito, alguien que «no es normal». Y comienza a funcionar la «psiqué»: puesto que él mismo se rechaza, el Hombre se construye un Otro que, poco a poco, se va haciendo con él. Rompe sus lazos afectivos con las personas de su entorno y establece una relación con esa parte desconocida (o antes rechazada) de sí mismo que ahora se dedica a cultivar. Una ligazón que, en el caso de Marc, le llevaría hasta a cambiar de sexo.

Bajo la atenta dirección de Clara Cosials, Mariano García Espada sale con éxito de su lucha a brazo partido con tan complejo personaje.

David Ladra

Noviembre 2016

Título: Marc – Autora: Isabel Díaz – Directora: Clara Cosials – Intérprete: Mariano García Espada – Teatro Sala Trovador, C/ San José, 3. Metro Antón Martín. Horarios: 634 952 679


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