Marianella Morena es la directora uruguaya que ha creado la dramaturgia del espectáculo ‘Antígona Oriental’ a partir de textos propios, de ‘Antígona’ de Sófocles y de testimonios personales de ex-presas políticas, hijas y exiliadas que generó la dictadura militar de Uruguay. En esta entrevista Morena nos desvela las interioridades de una obra producida por el Goethe-Institut Uruguay y dirigida por el alemán Volker Lösch que reúne en escena un elenco integrado por una treintena de intérpretes profesionales y de las propias represaliadas. Esta obra que estará en las xxxvi Jornadas Internacionales de Teatro de Eibar, en dFERIA de Donostia, así como en Valladolid, Basauri, Pamplona, Castellón, Murcia, Barakaldo y en las ciudades alemanas de Dresden y Essen, lleva a la dramaturga y directora a perseverar en la línea del teatro político con el que entró en contacto en 2003 y que le llevó a enfrentarse con los comentarios de colegas de la izquierda que rechazaban el teatro político nacional.
Joseba Gorostiza
‘Antígona oriental’ es el resultado de un largo proceso de creación para evocar las consecuencias de la dictadura militar entre 1973 y 1985. ¿Por qué han querido hacer una obra que se refiere a una época que causó tanto dolor?
Latinoamérica tiene una larga tradición de sometimiento. La cultura y el teatro no escapan a esa herencia. Hemos crecido viendo como las tragedias eran ajenas sin la capacidad de elaborar las propias desde la escena. Después de la dictadura, las generaciones que tuvieron una participación vivencial ya sea por resistencia, militancia, exilio o cárcel, no pudieron hablar escénicamente de los hechos. Es así que se producen largos años de silencio (en las tablas), concentrando la tragedia real al hablar de otras tragedias y negar la propia.
En lo personal tomé contacto con el teatro político en 2003 con un trabajo sobre una maestra desaparecida de la dictadura y en ese entonces te enfrentabas a comentarios de colegas de izquierda de todas las generaciones que rechazaban profundamente el teatro político nacional. En 2006 cuando hice mi segundo trabajo, me enfrente con otra realidad: se acercó un público muy joven ávido de conocimiento desde lo artístico. En 2009 nos proponemos con el Instituto Goethe gestionar un proyecto de colaboración artística de dos países (Alemania y Uruguay). La decisión y la elección además de involucrar horizontalmente dos artistas teatrales fue tomar un tema que sigue drenando en la cultura de ambos países: los crímenes en los marcos políticos. Los abusos del poder y las ideologías determinantes sobre la vida en supuestos marcos legales (ilegales).
En Uruguay (como en el resto de Latinoamérica) las heridas están abiertas y, no resueltas. Elegimos poner en diálogo un clásico con los testimonios reales. Ficción y realidad en el ring del debate y de los límites, ¿quién se apodera de la verdad?¿Cuál es el límite de la escena, cuáles son las paredes, hasta dónde puede dilatarse, quién lo determina?
Antígona tiene el potencial de la voz femenina que se rebela frente a lo establecido desde el total desamparo, es la pulsión de Justicia la que le lleva a arriesgarlo todo y perder ‘la razón’ enfrentando todos los peligros. Ahí otra vez hay puntos de contacto con los movimientos de izquierda latinoamericanos, donde las mujeres adquieren una participación activa en la gestación y concreción de los mismos.
Las mujeres (ex presas políticas, hijas, y exiliadas)que se acercaron al proyecto manifestaron la necesidad de recuperar la palabra. La escena potencia la palabra, multiplica la posibilidad y da amparo y marco para otras sensibilidades y dimensiones. La palabra es volcada en un lugar privilegiado por el relato emocional, racional y documental: el teatro. Ellas decidieron hablar, compartir, ser las protagonistas.
El hecho se convirtió no solamente en un teatro testimonial, sino en una cantera sanadora, porque hablar siempre es más liberador que el silencio y la antorcha de la palabra que nosotros vivimos trasciende la Historia para circular en todos los ámbitos donde se convive a diario con el absurdo. A Latinoamérica hay que vivirla para no entenderla. Hay que sentirla para incorporarla. Hay que saberla para disculparla. No empieza la historia hace 40 años, empieza desde el momento que otros deciden que empieza. La colonización no termina nunca. Es una contaminación que está en la semilla original. Para ser libre hay que quererlo y dejar todo, incluso la felicidad y eso no coincide con las expectativas actuales. La gente quiere su felicidad personal, y está bien, los proyectos colectivos también fracasaron. Habrá que pensar todo de vuelta, ¿cómo?
¿Cómo empezó la colaboración con Volker Lösch el director de la puesta en escena?
Comenzó en 2009. El viaja a Uruguay, tenemos los primeros encuentros, luego viajo a Alemania, y retomamos la idea de producirlo. Algunas cosas para ordenar. En el inicio el pienso fue compartido, me interesaba el trabajo de dos artistas que provienen de países tan distintos: uno fuerte y otro débil, pero en el arte sin estatus ni jerarquía. Eso es fundamental. Nadie le enseña al otro. Se trabaja en conjunto.
La obra tiene en su base un triple eje textual: la obra de Sófocles, los testimonios propios de ex presas políticas, hijas y exiliadas y de la dramaturgia que tu has elaborado. ¿Cómo se plasman esas ideas en la puesta en escena?
Son cinco realidades de texto. Sófocles; los personajes dilatados en su límite y traídos al hoy (en una síntesis argumental y dramatúrgica); textos nuevos; testimonios y comentarios de políticos contemporáneos. Todos ellos conviven, se mezclan, se separan y vuelven a encontrarse.
¿Cuál es el resultado de la reescritura de un clásico griego a partir de un tema contemporáneo?
Es que no hay otra forma de dar luz a lo trágico contenido en el texto. El texto, la selección de las palabras que dan origen a un tipo de relato es una forma de perpetuar la idea en el tiempo. Nosotros agradecemos el puente del idioma humano que mantiene su vigencia (para bien y para mal) y lo colocamos en el presente, (que es para quien trabajamos) y esperamos a ver qué sobrevive, después de cruzar siglos qué está vivo, qué está muerto. Es una disección clínica donde la vida se distribuye y el latido de los contenidos políticos solicitan revisión. ¿Quiénes son los dioses, y el destino? Es obligatorio el paralelismo histórico si no es una representación frívola y hay suficientes textos frívolos, de entretenimiento para descuartizar ideológicamente una tragedia. Ella necesita otro tipo de tratamiento para recuperar el faro, la confrontación, sacudir los dados de la pasión y la fundamentación de las personas cuando gobiernan.
¿Qué razón os llevó a decantaros por un elenco que incluye jóvenes actores profesionales y un gran coro de ex presas políticas, hijas y exiliadas que no son profesionales de la escena?
En la reorganización, unos son portadores del relato ficcional y las otras del relato histórico testimonial. La escena las convoca y es en ella donde se da la cita. Los elementos del encuentro, de la charla son dramáticos, herramientas teatrales, códigos actorales, de vida social y política, siempre en la decisión artística como eje de contexto en esta gran mesa entre las sobrevivientes y las nuevas generaciones.
¿Cómo afrontan esas mujeres represaliadas la evocación en escena de recuerdos tan dolorosos?
De forma sanadora. La palabra se recupera, tanto así la voz, el relato abandonado, el grito adormecido.
Decís que algunas de esas mujeres «hablaron de los sucesos vividos por primera vez en más de treinta años» y que «sintieron alivio». ¿Es posible aliviarse cuando se evoca el horror?
Es lo que ellas dicen y lo que uno ve reflejado en sus cuerpos, en sus alegrías, en su entusiasmo y en la infinita entrega y disciplina que tuvieron con el proyecto. El año pasado fui invitada a un congreso de lacanianos donde todos me hicieron la misma pregunta.
La catarsis de la palabra pero con el cuerpo habilitado a transformar el dolor en otro espacio de sentimiento que no sólo es liberador sino transformador es algo muy gratificante cuando se ve, se evidencia y se vive. La oscuridad se convierte en luz, y no solamente queda la ropa sudada después de horas de ensayo, sino que tiene resonancia dramática. Descubren interioridades propias. Es decir: están cuidadas.
¿Que sentimientos generó entre los jóvenes actores profesionales que completan el elenco la exposición de esas dolorosas vivencias?
Fue una dificultad que les permitió dar un salto: como artistas, como personas y como ciudadanos. Una de las actrices dijo al tercer ensayo: «ellas me responden desde ellas y yo desde el personaje, ¿cómo se vuelve a la ficción después de esa respuesta, en qué lugar y cómo conviven el personaje y la actriz?». Y así se dio: el actor y el personaje empezaron a opinar.
En ‘Antígona’ se aborda el derecho del individuo a oponer resistencia a la autoridad y las mujeres que participan en ‘Antígona oriental’ son víctimas de un Estado represor. ¿Cómo se entrelazan esos dos conceptos que unen la tragedia clásica y el teatro testimonial?
Es el conflicto que aumenta. El conflicto potenciado, expuesto, evidenciado, abierto y dinamitado. No se trabaja sobre las respuestas (que además no están) ni sobre los malos y los buenos, sino sobre las confrontaciones históricas, las dinámicas ideológicas, la lava que circula cuando ellas relatan las torturas sufridas. Ellas son esas jóvenes que nos cuentan sobre cómo fueron abusadas. Ellas que representan lo que fue, también son este hoy, aunque no sean directamente las gestoras del presente. ¿Qué generación es la dueña del presente, del pasado y del futuro? Ese material vivo, ese tajo de la Historia dialoga con el texto trágico original. Ahí empieza la batalla.
La obra ha girado por diferentes países, ¿cuál ha sido la reacción de los públicos?
De mucho interés por saber más. Tuvimos acceso a públicos muy diversos, en contextos de izquierda y de derecha. Jóvenes colegas, estudiantes de ciencias políticas, gestores, periodistas, ONG, creo que el alcance es para cualquier persona que tiene una mínima capacidad de pensarse en este hoy sabiendo que viene de algo y de alguien, todos sabemos que venimos de unos padres, de una genética determinada.
La Historia es la genética de las sociedades. Aunque la niegues o la desconozcas igual está en tu ADN. La derecha y muchos tontos han peleado desde todas las formas institucionales, culturales, sociales, educativas, de imponer un modelo de pensamiento donde la historia que nos precede, que nos da vida, lugar y ubicación, hay que enterrarla. Por suerte fracasaron. Quizá el fracaso no sea el más ruidoso de los fracasos. Pero en este momento la florcita crece a pesar de todo. Y esa es la respuesta humana. No se puede enterrar la memoria. Ella siempre vendrá y se pondrá delante nuestro. Quizá no en el tiempo que deba, pero siempre volverá.
El espectáculo cuestiona la ‘Ley de caducidad’ de 1986 que impide juzgar los delitos económicos cometidos por civiles y mandos militares o policiales. ¿Por qué?
No soy abogada, no redacto leyes ni tomo decisiones políticas, por lo tanto voy a opinar como artista y ciudadana. Bajar todo a ser plebiscitado tiene altos riesgos, no tengo claro cuáles son los límites del ejercicio democrático. Y creo que ese es el centro de este debate tan manoseado y que ha causado tanto dolor, ilusión y enfrentamiento terrible entre los uruguayos.
Cuando digo que no todo puede plebiscitarse es porque hay cosas que no deberían ponerse en cuestión, como es el caso de los derechos humanos, ¿es posible tal retroceso que al día de hoy se le pregunte a un ciudadano contemporáneo que sabe que está mal torturar, matar, hacer desaparecer personas y secuestrar niños, que vote si le parece bien o no el castigo a los culpables?
Cualquier persona de la nacionalidad que sea, vote lo que vote, viva donde viva, clase social o educación terciaria o no, hoy sabe que los delitos criminales deben ser penados. Ese estado de conciencia existe en las personas normales y sanas, ¿Por qué se deben hacer plebiscitos entonces?
¿Es posible que tanto Uruguay como Argentina o España cerrasen en falso sus dictaduras?
Yo hago teatro político, no política. No busco ese tipo de poder, sí, me interesa la provocación para llegar al debate y para que pensemos, actuemos y nos responsabilicemos por lo que heredamos y por lo que hacemos o no. Tomar decisiones. Ser ciudadano es eso, pero hay que ejercerlo. Ejercer la ciudadanía es de esfuerzo cotidiano, individual y entre todos; requiere una voluntad que no siempre coincide con la amabilidad con la que se quiere bautizar todas las conversaciones. Pero la llama la pongo en la escena, que es donde el fuego queda acorralado y no incendia, claro está que se puede tomar la antorcha y prender otros fuegos, creo y apuesto por eso.
Después, sobre la pregunta, no tengo ese alcance de visión habría que tener otros talentos, en un país como Uruguay que todavía depende de la RAE para organizar el buen uso del idioma español es muy complejo pedirle que logre una idea profunda de la independencia y del costo que tiene trabajar por la libertad. A veces se opta por el confort. La burguesía nos viene derrotando.
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Antígona Oriental, el espectáculo
Antígona Oriental una pieza que incluye trazos de tragedia clásica y de teatro testimonial, que expone y acerca el mito griego tratado por Sófocles a uno de los conflictos de la sociedad uruguaya actual y lo hace desde la óptica de una estética provocadora que no deja de cuestionar y abrir la escena a todos los diálogos posibles.
En la puesta en escena que dirige Volker Lösch a partir de la dramaturgia ideada por Marianella Morena conviven “cinco realidades de texto: los originales, la continuación a nuestros días, palabras de políticos actuales, nuevos textos, y testimonios auténticos”. El espectáculo sacudió, conmovió y enfrentó a los uruguayos cuando se presentó a finales de enero de 2012, al tiempo que reavivó “una herida que enfrenta a todos los ciudadanos” y que les lleva a preguntarse “¿qué se hace con el pasado? Con una ley que nos impide llorar a todos los muertos por igual”.
La puesta en escena de Antígona Oriental gira en torno a la problemática del poder del Estado y al derecho del individuo de oponer resistencia a la autoridad y lo sitúa en la época de la dictadura militar uruguaya, que detuvo a miles de personas y torturó a muchas de ellas por razones políticas. La rebelión individual de Antígona contra los decretos del poder corresponde, de algún modo, a aquello que en la actualidad es importante para estas mujeres.
Desde la ‘Antígona’ de Sófocles hasta la realidad política uruguaya actual se encuentran en el escenario el personaje portador de la tragedia con el testimonio portador de la verdad histórica.