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Marisa Soto

Pocas veces, por no decir casi nunca, la historia del teatro recoge la memoria de las actrices y actores. Asentada en el prestigio de las ideas y las palabras, la historia del teatro, prefiere la hegemonía de los dramaturgos y directores de escena, y de algunas, pocas, dramaturgas y directoras.

El arte del teatro es intenso y fugaz en su propia realización. Su naturaleza efímera requiere un mayor esfuerzo por preservar su memoria, por guardar y documentar sus hallazgos para el progreso de las generaciones venideras y para garantizar una evolución del lenguaje artístico. La desmemoria, el borrón y cuenta nueva, son peligrosos en cuanto no favorecen el crecimiento y el avance.

En Galicia, aquel antiguo reino, con su cultura y lengua propias y distintivas en peligro de extinción, se honra la memoria de la actriz MARÍA CASARES (A Coruña, 1922 – Alloue, Charente, Poitou-Charentes, Francia, 1996), gallega que tuvo que emigrar para poder ser una actriz de prestigio en Francia. Los premios del teatro gallego llevan su nombre y en Cangas do Morrazo existe el «Arquivo teatral Marisa Casares» con un importante fondo bibliográfico.

Otra actriz exiliada que marcó la historia fue MARUJA VILLANUEVA (Barrela, 1906 – Compostela, 1998), quien desarrolló su trabajo teatral más importante en Buenos Aires y que, ya en Galicia, contribuyó a la creación de la Fundación Rosalía de Castro en la Casa da Matanza, en Padrón. Localidad que le rinde homenaje con un premio anual de interpretación que lleva su nombre.

Poco más. La historia del teatro en lo que concierne a figuras relevantes de la interpretación se queda ahí. Sin embargo, desde hace años las gentes de la profesión recuerdan con admiración y cariño a la actriz MARISA SOTO (Silleda, 1955 – Lebosende, Leiro, 1998) hasta hacer de ella, para quienes no la conocimos, una especie de mito. La AAAG (Asociación de Actrices y Actores de Galicia), que ella contribuyó a crear, le dedica un galardón anual entre sus Premios María Casares, el denominado «Premio de Honra Marisa Soto» que se concede a personas e instituciones significadas dentro del panorama de las artes escénicas.

Recientemente, en la 30 MOSTRA INTERNACIONAL DE TEATRO CÓMICO E FESTIVO DE CANGAS, descubrimos un poco más de la historia imprescindible del teatro en atención y puesta en valor de la figura mítica de la actriz MARISA SOTO [también dramaturga inédita, poco o nada (re)conocida en este ámbito].

«MULLERES EN ACCIÓN DA MOSTRA», capitaneadas por María Armesto, organizaron en Salasón, Cangas, un tributo a MARISA SOTO en el que participaron María Barcala, César Cambeiro, Patricia de Lorenzo (Cía. Chévere), Rebeca Montero, Elina Luaces, Josito Porto (Cía. Teatro do Adro), junto a la familia y otras amistades de Marisa Soto.

María Barcala hizo un recorrido por parte de la carrera artística y humana de la Soto, comenzando en 1978, cuando se conocieron y Marisa, con 23 años, ensayaba «Memoria de mortos e ausentes» con Roberto Vidal Bolaño en la Casa da Parra, en Compostela. Recordó la participación de la actriz homenajeada en algunos trabajos iniciales, como «Aventuras de Xan o Panteira» de Teatro Obradoiro. «Lenta raigame», con Eduardo Alonso y Luma Gómez. «As criadas» de Jean Genet, en A Coruña. Los tiempos de la Cía. Marigaila, de Xulio Lago y Dorotea Bárcena, con la aventura que supuso el espectáculo «Ensaio festivo para unha marcha fúnebre» o «Acto cultural». La época de Marisa en la Cía. Luís Seoane, donde hizo «Á espera de Godot» de Samuel Beckett. La impresionante actuación de la «tola da boneca» (la loca de la muñeca) en «Woyzeck» de Gerorg Büchner, con el que Xulio Lago dirigió el espectáculo inaugural del CDG (Centro Dramático Galego), en el que después Marisa Soto haría múltiples trabajos. La fundación, junto a Mabel Rivera y Rosa Álvarez de la Cía. Teatro do Malbarate. La fundación de Teatro do Adro, junto a María Armesto y César Cambeiro y el espectáculo «Petición de man» de Antón Chéjov, con César Cambeiro y Josito Porto.

María Barcala también leyó fragmentos de una carta que Marisa le envió desde Moscú, donde se había ido a estudiar interpretación a la RATI (Academia Rusa de Arte Dramático), y recordó el carácter insobornable, libre y aventurero de la actriz, sus viajes a Buenos Aires, Francia y Moscú para nutrirse y aprender. También los viajes iniciáticos de juventud por la noche Compostelana y otros capítulos de la vida.

César Cambeiro hizo un monólogo dirigido a Marisa Soto, hablando con ella como si estuviesen juntos, en una jornada de trabajo de mesa, antes de iniciar el proyectado espectáculo sobre los «CANTARES GALLEGOS» de Rosalía de Castro. Una dramaturgia realizada por Marisa que se perdió por el descuido del Concello de Silleda, que extravió el legado de la actriz, que le había cedido su familia y que estaba depositado en la Casa da Xuventude que lleva su nombre.

Patricia de Lorenzo también leyó fragmentos de una carta, en los que Marisa le hablaba sobre su intención de reflexionar, a través del teatro, sobre el amor, un sentimiento que tenía, según sus palabras, mucho de social, tema sobre el que había escrito una obra que esperaba poder representar con César Cambeiro. Patricia también hizo memoria de alguna de esas frases que Marisa siempre decía y que a ella se le quedaron gravadas como un talismán: «No frivolices» o «Nunca choveu que non escampara».

Rebeca Montero leyó una «laudatio» poética llena de agradecimiento y emoción a la maestra y mentora.

Su amiga Luisa Veira escribió un guión vitalista y vibrante, que interpretó Elina Luaces, con guiños cómicos, situaron a Marisa en el olimpo de Hollywood, mientras se proyectaban fotos en las que la Soto aparecía entre los dioses y diosas míticas del celuloide.

Josito Porto cantó «Volverei por ti» y puso a Marisa como ejemplo de valentía y tesón, recordó que ella había sido una de las impulsoras de la creación de la Asociación de Actrices y Actores y una de las personas que más lucharon para legitimar y dignificar la profesión del teatro en Galicia.

La maestra de ceremonias, María Armesto, además de presentar a las/os participantes en el acto y de aportar su evocación, cantó una nana de Kurt Weill en la que en vez de «María» puso el nombre de su amiga «Marisa». ¡Inolvidable!

Ya hace 15 años que murió Marisa Soto, un año después, en 1999, sus amigas/os publicaban, con el auspicio del extinto IGAEM (Instituto Galego das Artes Escénicas e Musicais), un libro homenaje titulado «MARISA SOTO. A VOZ MÁIS HUMANA». En él se recogen testimonios que dan cuenta de una personalidad artística fuera de lo común. Textos y fotografías que constatan la existencia de una mujer de teatro portentosa.

El escritor Anxo A. Rei Ballesteros señala: «Lo que más me gustaba de ella era su rebeldía; una rebeldía que se manifestaba de mil maneras – como mujer, como artista, como gallega – y que constituía, en mi opinión, el mismo centro, vibrante y apasionado de su ser.

Ya hace mucho tiempo que a mí me pareció advertir en su carácter un cierto componente heroico, líricamente libertario y quijotesco. Sobre ella el teatro – el «mundo» del teatro – ejercía una seducción y un hechizo semejantes a los que sobre Don Quijote proyectaban las novelas de caballerías. No se trataba únicamente de una profesión, ni de una forma, bastante insegura y arriesgada, de ganar el pan, sino de algo mucho más decisivo y , por lo tanto, mucho más difícil de encontrar: una promesa de vida.»

Respecto a su enorme vocación por crecer y aprender, Rei Ballesteros dice: » Su avidez por aprender era, claro está, inseparable del permanente ejercicio de autocrítica, bien lejos de cualquier forma de autocomplacencia narcisista.»

Circunstancia que este escritor, cuñado de la actriz, pone en relación con su capacidad analítica, positivista y su, ya mencionado, carácter insobornable: «[…] lo curioso es que, en mi opinión, era la suya una inteligencia más, por expresarme así, de «ciencias» que de «letras». Quiero decir que la suya era una mente (había estudiado y acabado la carrera de Farmacia) predominantemente lógica y analítica; rigurosamente analítica. Cosa ésta que tenía, cómo no, sus ventajas, pero que no siempre armonizaba bien con la otra parte, la más ciegamente visceral, la más intensa y dolorida, de su ser. Acostumbraba a haber, casi siempre, en ella (tanto en la actriz como en la mujer) una considerable distancia pascaliana entre el «corazón» y el «cerebro»; entre la claridad lógica de la mente y su temperamento tormentoso e impulsivo.

La implacable intransigencia con la que, tanto en el terreno ético como en el estético, se juzgaba a sí misma, se proyectaba, ligeramente atenuada y principalmente en el terreno de la estética, sobre el trabajo que realizaban los demás.

No soportaba la estupidez, ni la adulación servil, ni la mentira. La estupidez, con todo su arsenal de resentimiento y su imprescindible montón de «ideas recibidas» y clichés, me parece a mí que era, con mucho, lo que más la enfadaba. La enfurecía. La sacaba de sus casillas. No aguantaba contemplar en un escenario el consabido repertorio de los tópicos de la falsa rebeldía (o progresía) transformado ahora en demagogia burda o en torpe oportunismo comercial. […]

Cuando juzgaba el trabajo de sus colegas – de sus compañeros de oficio – sus juicios solían ser, por lo común, bastante fundamentados, aunque, según mi modo de ver, tal vez en exceso inapelables y rotundos; sus entusiasmos, resonantes, hiperbólicos; sus rechazos, igualmente ruidosos, drásticos.

Entre las virtudes que no tenía, la prudencia (el disimulo social) ocupaba, sin que me llegue a caber la menor duda, un primerísimo lugar.»

No obstante, esta mirada crítica sin concesiones no era óbice, a decir de Rei Ballesteros, para que impidiese un constante entusiasmo para emprender proyectos y animar nuevos sueños y empresas teatrales.

El director de teatro argentino Augusto Fernándes apunta: «Teníamos largas charlas en las que ella me hablaba de sus sueños de una mujer de teatro, de sus anhelos de convertirse en una actriz poseedora de un oficio realmente noble. Hablaba mucho de Galicia. De su lengua largamente postergada, de su cultura necesitada de mucho más apoyo. Quería adquirir conocimiento para transmitirlo, quería formarse mejor en su profesión para formar y ayudar a elevar el nivel del teatro de su País.»

Después de un curso con Augusto Fernándes en Lectoure, Francia, Marisa organizó en Compostela, para sus colegas de Galicia, un seminario con el director argentino. Y luego se fue a Buenos Aires para continuar su aprendizaje.

Augusto Fernándes, respecto a las cualidades actorales de Marisa, dice: «Tenía un notable sentido de la lógica del comportamiento de los personajes y sobre todo observaba con particular atención la «verdad» en los procesos emocionales del actor. La vi una sola vez actuando para público en un teatro, en una representación de «Xogos á hora da sesta» de Roma Mahieu, no recuerdo ahora el nombre del personaje que ella hacía pero sí la impresión que me causó. Su presencia era franca, directa, respiraba verdad. A algunos directores nos gusta decir: este actor o esta actriz «está presente». Se refiere a cuando el actor está creando su personaje delante de los ojos del espectador, no está solo reproduciendo lo ensayado. Ella actuaba de esa forma, sus acciones se iban desarrollando delante de mis ojos segundo a segundo. Yo considero esta una de las cualidades más importantes de los actores y es algo que no ocurre con frecuencia.»

Siguiendo con los testimonios sobre su quehacer actoral, la profesora y directora Judith Mainer, afirma: «ella estaba por estrenar «A voz humana» de Cocteau y me pidió que participara en alguno de los ensayos finales. Siempre recordaré el encare de su personaje desde un lugar de sí misma sensorial y evocativo y como, en esa noche fría y desangelada, la gran nave de las afueras de Santiago se tornó cálida y luminosa por la gracia de una personalidad artística que trascendía la modestia de su camisón blanco. Así la recuerdo, como a las grandes: intuitiva, investigadora, cuestionando y descubriendo cada gesto. Entregada y sensible.»

Y para acabar con la rica enumeración de citas testimoniales sobre el arte de Marisa Soto, que bien pueden servir de ejemplo para quienes nos dedicamos a esta profesión, anotaré las de Irina Promptovna y Natalia Svereva, profesoras de la RATI (Academia Rusa de Arte Dramático): «Conocimos a Marisa en el verano del 93 en Lectoure, una pequeña ciudad francesa al pie del Pirineo, donde tenía lugar un seminario para actores impartido por los profesores de la RATI Natalia Svereva, Irina Promptovna y Nikolai Karpov. El curso duraba tres semanas e incluía ejercicios de interpretación, voz y movimiento escénico, así como improvisaciones sobre «La Gaviota» de Chéjov. El grupo de participantes era numeroso, pero nos fijamos en Marisa enseguida: se distinguía por una especial curiosidad, pasión y constancia. Con un entusiasmo asombroso, como si fuesen sus primeros pasos en el arte, se presentaba siempre voluntaria tanto para los ejercicios más sencillos como para los más complicados. Se veía inmediatamente lo estupenda actriz que era, estaba generosamente dotada por la naturaleza de una sorprendente y fuerte voz aviolonchelada y de un poderoso temperamento escénico. No se detenía ni por la dificultad de los ejercicios a los que no estaba acostumbrada, ni por tener que escucharlos en ruso – lengua que le resultaba ajena – por lo cual debía captar el sentido de los mismos mediante la breve traducción al francés. […]

En 1995 consiguió organizar un viaje a Moscú para continuar sus estudios en la RATI. Para entonces ya había aprendido ruso, uno de los idiomas más difíciles de estudiar, de tal manera que se sentía casi libre tanto en las clases como en el resto de su vida.

Una vez en Moscú se esforzó persistentemente en las clases de interpretación, dirección escénica y movimiento escénico. Asistió a muchos espectáculos profesionales en los teatros de Moscú y ofreció muchos recitales en el Teatro Académico de la RATI.»

Irina Promptovna, añade: «Yo trabajaba individualmente con Marisa en el campo de la voz. El objetivo de su trabajo era dominar el método para poder transmitírselo a sus colegas. Además, trabajábamos juntas sobre composiciones poéticas de García Lorca en español y en ruso. También preparó un programa sobre cuentos de Chéjov con el que ofreció un recital ella sola, pero en el que mostró tantas caras diferentes, tal variedad de matices, que parecía como si hubiese varias actrices en escena. Para ella fue una gran alegría leer a Chéjov en idioma gallego, y encontró especial satisfacción en la lectura de «Dama con perrito».»

Velahí solo una parte ejemplar de una aventura humana y artística digna de ser recordada y valorada por quienes amamos este antiquísimo oficio. La gallega Marisa Soto merece entrar en la historia del teatro por la puerta grande ( y ojalá no hubiese puertas).


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