Más allá de la mente, danza desde la raíz. Cía. Fran Sieira
Entre los tabúes y los miedos suele haber coincidencia. Uno de ellos es el relacionado con las enfermedades mentales. El órgano del cerebro se puede estropear como cualquier otro. Sin embargo, casi parece como si estableciésemos una especie de jerarquía de los órganos que nos conforman. Igual que hay partes del cuerpo consideradas pudendas, que deben ser tapadas, aunque el resto del cuerpo esté descubierto. Del mismo modo las hay de las que no se puede hablar o se habla poco, porque pesa sobre ellas algún estigma, como el de la locura o la demencia. Quizás se debe también a que el cerebro es una de las zonas más desconocidas y lo desconocido siempre impone un cierto temor.
Pues he ahí que el atrevimiento, en este sentido, puede, en si mismo, implicar una superación de miedos y tabúes. Y eso es, un poco, lo que hace la compañía de danza Fran Sieira en su segunda producción, titulada DeMente, que se estrenó en el Auditorio Municipal de Cangas do Morrazo, el 29 de abril de 2021, Día Internacional de la Danza.
En el cartel el amplio equipo de bailadoras y bailadores aparecen en fila, apoyándose y con la cabeza girada hacia otro lado, con un vestuario semejante a una gabardina color tierra con lo de atrás para adelante o, mejor dicho, unas gabardinas que, tanto por delante como por detrás, parecen estar puestas del revés. Encima de sus cabezas, como una nube, la palabra demente en letras mayúsculas y escrita también al revés, o sea, comenzando por el final y acabando por el principio: ETNEMED.
Como metáfora artística, el procedimiento de inversión o alteración del orden lógico, con el que nos regimos en nuestro día a día, puede ser una de las figuras retóricas sobre la que se asienta la concepción dramatúrgica de esta pieza de danza. Incluso, hasta podríamos considerar que al baile tradicional, del que proviene Fran Sieira y la mayor parte del elenco, a excepción de Daniel Rodríguez, que viene del contemporáneo, se le aplica ese procedimiento que altera y liberta el movimiento respecto a los justillos del tradicional. A ver si me explico. La base coreográfica y técnica viene del tradicional, pero la dramaturgia (la danza como acción con un sentido expresivo determinado), al trabajar a partir de las alteraciones generadas por diferentes tipos de demencia, hace que el tradicional y sus palos se desvíen hacia una creatividad inédita. Es curioso, mi sensación era la de estar viendo un espectáculo de danza contemporánea, aunque pudiese reconocer ciertos pasos de muiñeira o de otras piezas.
Lo más fascinante en este trabajo es el hecho de que la danza, en su inmanencia y materialidad, en la realidad de lo corporal, se despega de representaciones o ilustraciones psicológicas. Esto facilita la sublimación poética de posibles traumas o tristezas y posibilita la universalización de los referentes biográficos o exclusivamente personales.
Por suerte, la danza suele desbordar el orden dramático con su pulsión muscular posdramática. Además, la coreografía que tejen aquí con puntos del tradicional y con la exigencia, a nivel energético y de esfuerzo, en todo el trabajo de pies y piernas, imprime una fisicalidad que favorece ese alivio respecto a los peligros del psicologismo, de lo dramático o de un riesgo aún mayor, que sería el sentimentalismo.
Otra de las riquezas que incorpora el tradicional es la coralidad, el hecho de privilegiar el grupo frente al individuo y sus cuitas. La reunión acostumbra a diluir las congojas y elevar los ánimos.
A mí me impresionó la sensación de angustia sublimada de la primera parte. La entrada, en la que los cuerpos, en un amasijo cubista, enredados unos en los otros, parecen un cerebro rodando por el suelo. El baile, separados unos de los otros, de tonos serios y rostros circunspectos. La procesión en la que los andares se mecanizan al ritmo de castañuelas, como una riestra de penitentes en el limbo. El estribillo de un deambular sin rumbo fijo o sin un objetivo prioritario, como los andares de los abuelos, que ya no son para ir a algún sitio, sino para pasear. El caminar por caminar, igual que toda esa filigrana de sensual plasticidad que despliega el movimiento en la danza. El movimiento por el movimiento y no por una conveniencia finalista.
DeMente no es una pieza en la que la danza represente la demencia senil ni otras alteraciones cerebrales. Tampoco es una pieza sobre enfermedades o de tema médico. Para nada es eso. Se trata de una pieza maravillosa precisamente porque es libre y porque se atreve a inspirarse en aquellos seres queridos que han padecido o padecen demencia, depresión o cualquier alteración mental. Con momentos de recuerdo poético, como cuando Adela Otero trepa por encima del muro humano, compuesto por sus colegas y, subida en la cima, mira al horizonte y nos habla de los rutinarios paseos de su abuelo, las historias que le contaba y aquel pajarito que cantaba tan bien.
En la pieza también destaca el trabajo vocal. Martín Mondragón canta un tema de vals, que la coreografía lleva hacia un antiguo fandango, y Aida Tarrío hace un canto de las labradas, un canto de llamada para las labradas, encima de la voz de Rosa de Moscoso (Pazos de Borbén). Después, la joven se despega de la voz real de la informante de edad, para navegar por las texturas que actualizan el tradicional. Como ese “Ailalelo ailalá” final de Aida Tarrío, de una hondura enorme y casi trágica.
La composición musical de Cristian Silva le da una sonoridad ambiental y electrónica a melodías y acordes viejos. En ese universo entran las muiñeiras del gaitero de Poso, de la zona de Os Ancares y de A Fonsagrada. La percusión que hace Patricia Sánchez al tocar la lata de pimientos.
Punto y aparte merece el baile que hace con esa lata en la cabeza, como en una regueifa. No hay mayor contención que tener que bailar con algo en la cabeza, como en aquellas regueifas de antaño, cuando la mujer imitaba el baile del hombre, pero lo hacía con una hogaza de pan en la cabeza o incluso con un vaso de vino. Sieira establece, de este modo, una especie de delicado paralelismo entre la contención de la bailadora y esas contenciones aplicadas a quien padece alguna enfermedad mental.
La coreografía comienza con el paso arrastrado de muiñeira vieja, del abuelo de Fran Sieira, y avanza por esa atmósfera, que conjuga una alta y exigente fisicalidad, muy atractiva y sensual, con un tono contenido y sobrecogedor. Como he señalado, una especie de sublimación de angustias, tristezas o dificultades. Pero en la segunda parte aquello evoluciona, de manera ininterrumpida, cuando Daniel Rodriguez, con el ademán festivo y desvergonzado de un loco, invita a sus colegas a soltarse y disfrutar de la vida. Giros rápidos, carreras, alegría, diversión…
Así pues, DeMente acaba por ser un viaje hacia la luz, un pasar de la atmósfera circunspecta y gris hacia un vitalismo solar. Una reivindicación de la locura, no solo la de quien no se rige por los parámetros lógicos y funcionales, por causa de una enfermedad mental, sino también la de quien es o se siente diferente. Una celebración, por tanto, de la vida en su diversidad.