Desde la faltriquera

Medea, un empeño titánico

Un título contundente como Medea, escrito con letra grande y al lado el nombre de una buena y célebre actriz y cantante, Ana Belén, aseguran el reclamo. El espectador sin mayores miramientos informativos acude a la taquilla a la espera de un buen espectáculo. El cartel anunciador no engaña. Honestamente, escribe el nombre del director, José Carlos Plaza, se lee «Texto Dramático Vicente Molina Foix» y evita los nombres de Eurípides o Séneca, que podrían llevar a engaño. No se trata, por tanto, de ofrecer una tragedia clásica versionada libremente. Se agradece la limpieza de la producción que no manipula nombres.

Molina Foix se propone una tarea de titanes, escribir un texto dramático para lucimiento de una actriz, que aquí son dos Medea (Ana Belén) y la nodriza (Consuelo Trujillo), y contar una historia que supere las recogidas por Eurípides primero y Séneca después, fijándose en la mitología griega. Si Eurípides y Séneca comienzan la tragedia con la decisión de Jasón de abandonar a Medea para casarse con Glauce, la hija de Creonte, rey de Corinto, Molina Foix se remonta a las fuentes mitológicas y arranca su texto en la leyenda de los Argonautas: la expedición de Jasón, ordenada por Yolco el rey de Pelías, para traer el Vellocino de Oro. Empresa imposible que le acarrearía la muerte, intención de Yolco, si no fuera por la ayuda de Medea, hija del rey de la Cólquide, poseedor del Vellocino.

Contar los antecedentes y seguir con la tradicional tragedia en la convención temporal de menos de horas, resulta un empeño imposible. La larga historia se relata con muchas lagunas, que me imagino que a un público poco versado en mitologías le dejará algo perplejo, por las faltas de consecuencialidad entre unos episodios y los siguientes. Además para abordar tan ingente tarea se apoya en lo diegético: en la sucesión de parlamentos narrativos de Medea y Nodriza, con alguna pequeña escena dramática con otros personajes, escrita a modo de alivio narrativo o ilustrativa de algo ya dicho o intuido en el texto. Así la historia pierde vigor y claridad expositiva, hasta que enlaza con la fábula conocida de Medea, que se resuelve con una ligereza que la aproxima al thriller.

El exceso de planteamiento fabular elimina los resortes de la tragedia o las formas que, hoy en día, el espectador echa poco de menos, porque la estructura y las partes en que se divide ni se conocen y, cuando se omiten, no se echan en falta, aunque la propuesta escénica se resienta. Lo peor es que la preponderancia de la historia de Medea y Jasón impida contemplar sobre el escenario las fuertes oposiciones entre lo masculino y lo femenino, la preponderancia de Medea en la sucesión de escenas binarias sobre los hombres que le salen al paso (Jasón, Egeo, Creonte), pero que no impiden su decisión funesta, vengarse de su esposo en la figura de sus hijos y de Glauce, y la rebeldía de una mujer que no acepta una existencia subyugada a un hombre. Tema hoy tan actual. Tampoco se atisba lo que estoicamente Séneca plantea, el sometimiento de la pasión a la razón, con lo que conlleva de dominio de uno mismo.

Es evidente que mi horizonte de expectativa no se colma con la Medea de Molina Foix, pero el problema no está en la comparación de original y réplica, sino en que esta surge, cuando desde la escena no llegan los estímulos necesarios para atrapar racional o emocionalmente al espectador, y a este se le va la cabeza pensando, como escribía Brook, en lo que cenará después o en los impulsos pasionales de la mujer trágica de Eurípides que quedan en el camino, o en la plasmación del pensamiento estoico de Séneca que aflora en las tragedias. Y todo ello pese al denodado esfuerzo de Belén y Trujillo.

Además un problema añadido que distancia del escenario, el lenguaje. La cadencia rítmica de la tragedia, la retórica eficaz con la sucesión de figuras que se encadenan, necesitan de una capacidad poética sublime. El aproximar expresiones o fragmentos clásicos a otros escritos exnovo chirría, distancia y, sin querer, aproxima al espectador al menú o a la rememoración de los originales. Molina Foix lo intenta, pero no define y entrega un texto más narrativo que teatral.


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