Críticas de espectáculos

Medea/Edipo Rey/Antígona/Teatro de la Ciudad/61 Festival de Teatro Clásico de Mérida

 Tres bolos con muchos fallos

Medea, Edipo rey y «Antígona* son tres coproducciones de  Teatro de la Ciudad, nacidas de un proyecto de investigación teatral –promovido por los directores escénicos Andrés Lima, Alfredo Sanzol y Miguel del Arco que se inició el pasado año, con la convocatoria del taller ‘Mito y Razón’, alrededor de la tragedia clásica. Como los espectáculos han sido estrenados en los escenarios del Teatro de la Abadía de Madrid y están en gira por varios teatros del país, en rigor, poco hay que decir más allá de lo que han repetido otros comentaristas especializados sobre la versión, forma del montaje e interpretación. Aquí me limito a cuestionar esta trilogía, oferta de catarsis múltiple y diversificada, desde su adaptación al Teatro Romano.

Tengo que decir, previamente, que la manera en que se ha presentado este paquete de bolos de la compañía no eleva el listón del Festival. Las tres producciones que habían sido concebidas para espacios de pequeño formato han estado necesitadas de una correcta adaptación a la excepcionalidad del Teatro Romano. Cuestión que no ha sido posible con un sólo día de ensayo en el grandioso escenario, donde los espectáculos han tenido muchos fallos. En este sentido, la organización del Festival (Jesús Cimarro que goza de un elevado presupuesto) y la compañía deberían haber asumido una mayor responsabilidad a la hora de calcular una oferta de mayor calidad de los espectáculos.

En Medea, la versión sintetiza los hechos más relevantes y logra ese arquetipo perverso y especialmente humano del personaje protagonista, apelando a la razón crítica que justifique su venganza (con la técnica del distanciamiento brechtiano). Pero la puesta en escena es precipitada. Se nota demasiado que su estructura teatral es inadecuada al espacio. Además, equivoca el tono de ritual profundo, intenso, racional del arte trágico. La obra, contrariamente, comienza con un tono elevado y no mantiene la fuerza trágica que ha de ir siempre en «crescendo», hasta alcanzar el climax (los lamentos guturales más fuertes de la protagonista estallan al principio y no en los momentos álgidos del final). La música, que suena bien en la voz de Joana Gomila, es un pegote que no favorece la evolución del ritmo trágico. Tampoco el coro de 80 actores aficionados, que parece que han sido puestos en el escenario para hacer bulto. Su participación es embarullada y antiestética, con unas salidas y entradas interminables. El sonido falla con los micros y la frágil iluminación no crea la atmósfera íntima que en la Abadía había funcionado. Desde las caveas más altas apenas se aprecian algunas escenas, como la del ritual de invocación a Hécate. En la interpretación, Aitana Sánchez-Gijón (Medea) pone entrega y se notan sus cualidades artísticas, pero le falta un equilibrio en el enloquecedor rol de ritmos verbales, de desdoblamientos, de cambios de tonos en la solución de ese «pathos» tenebroso que la envuelve. Andrés Lima (*asón, Creonte y Corifeo), actor pasivo en una ridícula escena de Medea matando a sus hijos (muñecos de plástico), deambula por la escena descolocado, más preocupado por templar los sonidos guturales del coro –apenas ensayados- que de lograr la correcta caracterización física de sus personajes. Salvo en la narración del principio sus desdoblamientos están desatinados. En fin, es una de las peores Medeas  que han pasado por el espacio romano.

En «Edipo rey*, versión y montaje de Alfredo Sanzol, sólo asistimos a una sesión de teatro minimalista, con cinco actores sentados en una mesa declamando. El texto está bien resumido, tiene calidad narrativa y poética y las voces de los intérpretes son nítidas y expresivas. Pero la función (diríamos que de teatro radiofónico) es muy estática –los actores solo al final se mueven un poco por la escena y lo hacen mal-, confunde a espectadores que acaso vienen a ver la tradicional obra de teatro adecuada al marco. Algunos se salieron, tal vez pensando que les habían dado gato por liebre (por el pago de las entradas al mismo precio que otras).

En Antígona presenciamos una mejor adaptación escénica del excelente espectáculo que se vio en Madrid. Lástima que el montaje no pudiese utilizar todos los componentes artísticos (escenografía, luces…) del Teatro Romano. Miguel del Arco, que demuestra conocer esta tragedia de confrontación entre protagonistas de destrucción (Creonte) y de sublimación (Antígona) y la clave para la perfecta transposición de los valores y las pasiones a la imagen del mundo de hoy, nos ofrece una interesante versión abierta a múltiples interpretaciones y consideraciones, que monta con depurada técnica teatral y un virtuosismo creativo en el juego de los actores, que cambian de personajes sin repetirse y siempre en un nuevo rol. Con el impecable el trabajo de Carmen Machi (Creonte, con la apariencia de Ángela Merkel), y brillantes escenas, como la de Manuela Paso (Antígona) junto a Ángela Cremonte (Ismene), donde la primera –defendiendo las leyes de relación consanguínea- muestra con grandeza esa rebeldía que aparece como metáfora de su desdichada e insensata vida. Pero, en su valoración global, igualmente destaca el resto del elenco. Todos geniales.


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