Críticas de espectáculos

Medea/José Carlos Plaza/61 Festival de Teatro Clásico de Mérida /

 Una Medea con altibajos de calidad

 

«Medea», es la mujer más siniestra que aparece en toda la mitología universal y la que ha ejercido la más sugerente atracción como prototipo de mujer fatal. Por eso, en este Festival muchas han sido las versiones y adaptaciones –se han hecho diecinueve hasta ahora- de la tragedia de este personaje que nos produce al mismo tiempo compasión y terror, fascinación y congoja: por su amor apasionado y su odio delirante que generan las más terribles venganzas.

La versión realizada por Vicente Molina Foix, que indaga en los trágicos griegos y latinos, Eurípides, Séneca y Ovidio y, sobre todo, en «Las Argonáuticas» de Apolonio de Rodas (que inspiraron por lo menos una decena de óperas y a Pasolini que la llevó al cine), resulta una de las propuestas diferentes que han resaltado la tragedia concreta de un ser épico, socialmente situado, que cuenta las hazañas de Jasón mostrado como el héroe que alcanza su objetivo: el Vellocino de Oro. Algo que en 2004 también nos ofreció Ricardo Iniesta en el Anfiteatro y que, sin embargo, no funcionó, al haber desplegado en el escenario un empacho de atractivos recursos estéticos –al estilo de Eugenio Barba- que terminaron haciendo perder al espectador el hilo conductor de la historia de Medea.

En la composición de esta «Medea» de Molina Foix el estudio y la erudición de los relatos -que soberbiamente describen las venturas y desventuras de los personajes de una forma narrativo-reflexiva, con un rejuvenecido resplandor de sus versos- predominan sobre la inspiración dramática de las abstractas pasiones de la tragedia, que se entrevén encajonadas con calzador. Y esto es un inconveniente. Pues ese afán de protagonismo narrativo, que tanto se esfuerza en justificar el comportamiento de los personajes, está escaso de dramaturgia. Sobre todo en la reseña de los héroes de Argos en la Cólquida. Todo ello, complica la propuesta artística que, en algunas partes del espectáculo, tiene altibajos de calidad.

El montaje, de José Carlos Plaza, exhibe un atractivo abanico de recursos espectaculares y dinámicos que funcionan, pero no logran alcanzar el éxito deseado. Pesan los problemas que acusa la enrevesada versión, que el director trata de ajustar labrando con esmero la interpretación de la actriz protagonista, la escenografía sugerente que incluye para la ambientación hermosas imágenes (el impacto visual del ‘mapping’, que luce en el marco del teatro romano y arropa bien la densa narrativa escénica) y esa atmósfera sobrenatural de la tragedia y ritmo necesario, que sabe manejar, para que brote la emoción y suba la tensión dramática hasta el final -donde aparecerá Medea, esculpida por halos de luz blanca, proclamando una extraña sentencia: «Voy a ser la mujer que no sufre más. Medea será vuestro recuerdo de Medea»-, que recibe el público con silencio religioso.

Los puntos débiles están en la frágil dirección de algunos actores (algo raro en este director, un maestro del «método» de interpretación) y en escenas tan poco creíbles –porque se ven muy forzadas- como la muerte de Creusa o la escena final donde Jasón abraza a sus hijos asesinados, delante de Medea.

En la interpretación, sólo pusieron brillo a la tragedia, Ana Belén (Medea) y Consuelo Trujillo (La nodriza). Ambas dan réplicas mostrando los sentimientos con equilibrado ritmo, subrayando los momentos álgidos de la narración y la tragedia. La primera, actúa sacando a relucir su raza de actriz, mostrando su personaje de mujer inteligente y astuta, impetuosa y temeraria, malvada y vengativa –a la vez que perdidamente enamorada- con ese fuego arrebatado que sale de su genio trágico en gestos y declamación (y que la elevan al listón de las actuaciones de Nuria Espert, Julia Trujillo y la extremeña Maria L. Borruel, las mejores que he visto en el Festival) y la segunda, vibrante de energía corporal y declamatoria se luce en todos sus registros (en la excelente narración que hace a los hijos de Medea llega a superar a la protagonista).

Por otra parte, Adolfo Fernández (Jasón) y Poyka Matute (Creonte) están desajustados y poco verosímiles en sus roles (el primero en nada se parece al héroe que describe Medea). A los dos les falta actuar con más organicidad en sus movimientos. Y Luis Rayo (Preceptor), como también Matute, apenas dan el perfil cómico y grotesco pretendido por el autor de la versión. Los demás actores secundarios y el coro –con escasa significación- cumplen sin destacar ninguno.

José Manuel Villafaina


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