Críticas de espectáculos

Medida por medida/William Shakespeare/Cheek by Jowl

Una versión «light» de la comedia de Shakespeare

 

Estrenada en diciembre de 1604, Medida por medida viene a situarse entre Otelo y Macbeth en la producción shakespeariana. Quiere ello decir que el autor pergeñó esta obra en la cumbre de su carrera artística, escrita como está entre dos de sus mayores tragedias. Y sin embargo, nada tiene que ver con ellas en cuanto no trata de construir un carácter trágico excepcional que quede registrado para siempre en un inventario de arquetipos de carácter universal sino que se limita a relatar un hecho que podría ocurrir en cualquier capital europea de la época, llámese ésta Viena, Londres o, pasados cuatro siglos, Madrid. Por un momento, Shakespeare se aleja de la gran tragedia – a la que volverá, tras Macbeth, nada menos que con El rey Lear – para sumergirse en la vida ordinaria de un ducado minado por la corrupción. De modo que, como suele suceder en sus comedias – y ésta lo es, aunque bien negra – nos vemos aquí confrontados a esa otra faceta de su teatro que, a diferencia de la considerada «sublime», se dirige en directo al ciudadano y le interpela en cuanto miembro activo de ese guirigay que genera lo que llamamos «la sociedad civil».

Para tomar contacto con la tropa, más bien patibularia, que sustenta dicha sociedad basta con repasar el «dramatis personae» de la obra, que cuenta, entre sus personajes más preclaros, con los siguientes especímenes: Elbow, «un alguacil necio»; Froth, «un caballero imbécil»; la señora Overdone, «una alcahueta»; Pompeyo, su sirviente, también correveidile; Bernardino, «un preso disoluto» venido de Bohemia; Abhorson el verdugo; y para terminar, ese tal Lucio, caballero grotesco que alterna los papeles de gracioso y bufón y al que acompañan en la pieza dos cortesanos más de su mismo tenor. Pese a las apariencias, la corrupción del reino no proviene de ellos, que no hacen más que subsistir y ganarse la vida como pueden (y que tienen su honrilla, como cuando Pompeyo, nombrado ayudante del verdugo, se asombra de que éste considere su oficio como un arte) sino de la injusticia y la procacidad de sus gobernantes. Ahí está, sin ir más lejos, Angelo, a quien el duque ha encargado el gobierno en su ausencia, gentilhombre sin tacha, austero, riguroso, devoto, casi un santo. Su objeto declarado es que la ley se cumpla y acabar de una vez con la lascivia que convierte la capital en un descomunal prostíbulo. Su primera presa va a ser Claudio, un noble caballero que ha tenido a bien empreñar a Julieta, su enamorada, sin dignarse pasar por el altar. Por tan monstruoso crimen, Angelo ordena que se le dé muerte de inmediato. Apremiada por Claudio, Isabela, su hermana, una joven novicia, se precipita a los pies del regente implorando clemencia. Seducido por su doncellez y belleza y aventando el disfraz de su supuesta perfección, Angelo le propone un trato a la novicia: si se deja desflorar por él, liberará a su hermano. Y cuando cree consumado su deseo, da orden de que se le ejecute…

Así contada, parece que la historia no da para más. Al fin y al cabo, todos somos humanos y, aprovechando su poder, Angelo se deja llevar por la concupiscencia e incumple su promesa. Pero Shakespeare no se queda en la anécdota sino que, alrededor de este simple relato, teje una maraña de atropellos y pequeñas ruindades que no deja títere con cabeza: aunque todos piensen que es una salvajada, nadie objeta la decisión de Angelo; de no mediar el duque con su ingenioso trueque, Isabela sacrificaría la vida de su hermano a la preservación de su honra; éste, aterrado por su inminente muerte, le pide que se entregue al regente; antes de engañar a Isabela, Angelo ya burló a Mariana rompiendo su compromiso de boda cuando ésta se quedó sin dote; ahora será Mariana quien le burle ocupando el puesto de Isabela en su lecho… Un suma y sigue de bajezas que va dibujando con detalle el vivo retrato de una urbe que el propio duque reconoce roída por «una corrupción que hierve y burbujea hasta desbordarse del puchero». Aunque el mayor corrupto sea él, su autoridad suprema, que, incapaz de hacer cumplir la ley, nombra a Angelo, sabiendo quién es, para que la aplique en su lugar y así, una vez conocidas sus fechorías y amonestado en público el regente, poder reaparecer ante su pueblo como un príncipe justo y benévolo. Excelente fábula política la que, a la manera de Maquiavelo, el dramaturgo inglés nos trae a colación aquí. Bien es cierto que Ricardo III, por poner un ejemplo, supera a esta comedia en crímenes y crueldades, pero estamos allí en plena convención de una tragedia clásica, pletórica de estruendo y de clamor, y no en medio de la ciudad, entre el alboroto de los mercados, el bullicio de los carruajes y el griterío de la gente. Sin ningún tapujo salvo el estrictamente conveniente (Viena en lugar de Londres) Shakespeare nos está hablando de la capital, sus envilecidos regidores y el nuevo rey Jacobo que había tomado posesión del trono de Inglaterra un año antes del estreno del drama y bien podría ser su recipiendario «in pectore» . De ahí el enorme interés y significado de Medida por medida: un autor se mide con su tiempo y se compromete con él.

Conducido por la mano maestra de Declan Donnellan, el montaje fluye como un géiser del que surgen hallazgos e ideas sin cesar. Arremolinados en un grupo del que se desprenden los que van a actuar, los actores recorren la escena de continuo como si se tratase de un cuerpo de ballet. Todo es acción y movimiento y la función transcurre como un suspiro. Y hasta los momentos más tensos se ven aligerados por ese aire irónico y liviano que les da un director que parece estar, como este mundo nuestro posmoderno, de vuelta de todo. No por este afán de ingravidez deja de marcar Donnellan la intensa sensación de frustración que nos depara el final del drama: ese Claudio, al fin en libertad, que, resentido aún, no besa los pies de su hermana; ésta, que no responde al duque cuando le propone el matrimonio; Angelo, casado a la fuerza con Mariana, a la que no desea aunque ella le adore; o Lucio, que en una bufonada festiva del monarca, se verá unido de por vida a una pupila de madame Overdone. Que todo ello funcione hasta el último vals es un mérito propio de los intérpretes del teatro Pushkin de Moscú, cuya altura de vuelo iguala a la de Cheek by Jowl, que ya es decir. Con estos últimos montó Donnellan en Almagro Medida por medida hace diez años. Su versión era entonces radicalmente opuesta a la de ahora: lúgubre, sombría, turbadora como un «thriller» de la serie B rodado en blanco y negro en un Estado totalitario. Puede que ésta actual se encuentre más de acuerdo con la frivolidad de nuestros tiempos pero, personalmente, prefiero la de Almagro en cuanto, más allá del brillante espejeo en superficie, se podía avistar la oscuridad del fondo.

Septiembre 2014

David Ladra

Título: Medida por medida (Measure for measure) – Autor: William Shakespeare – Intérpretes: Alexander Feklistov, Anna Khalilulina, Nicolay Kislichenko, Andrei Kuzichev, Anastasia Lebedeva, Ivan Litvinenko, Alexander Matrosov, Elmire Mirel, Valery Pankov, Alexey Rakhmanov, Yury Rumyantsev, Peter Rykov, Igor Teplov – Escenografía: Nick Ormerod – Iluminación: Sergei Skometsky – Música: Pavel Akimkin – Coreografía: Irina Kashuba – Dirección: Declan Donnellan – Asistente de dirección: Kiril Sbitnev – Producción: Cheek by Jowl y Teatro Pushkin de Moscú en coproducción con el Centro Dramático Nacional, Barbican (Londres) y Les Gémeaux /Sceaux/Scène Nationale – Teatro María Guerrero, del 18 al 21 de septiembre de 2014


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