Meltdown
El público va llegando a Brunswick Square, una plaza situada cerca del British Museum, donde reposan cuatro árboles gigantescos desde hace muchos decenios. A la parte sur de la plaza se encuentra el más grande, que al igual que los demás, en esta época del año aún conserva gran parte de la hojarasca que poco a poco va tiñéndose de los colores de otoño. La gente se dispone no sabe bien dónde: la plaza es muy grande y no hay ningún escenario que indique el lugar de la actuación. También hay muchas personas que, sin estar enteradas de lo que pasa, han aprovechado un insólito fin de semana seco del mes de octubre para echarse simplemente en la hierba. No parece que suceda nada.
En un momento dado, empiezan a entrar una serie de personas (todo hombres) desde diferentes puntos de la plaza. A primera vista no parece que entre ellos haya ninguna relación, pero el espectador en seguida se da cuenta de que todos ellos se dirigen hacia el mismo sitio, hacia el árbol más grande. Se disponen aleatoriamente debajo de la enorme copa ocupando la totalidad del espacio y se quedan allí plantados durante unos segundos. De repente, empiezan a levantar los brazos todos a la vez extendiéndolos hacia arriba. Entonces suena una campana. Se oye perfectamente en toda la plaza y resuena durante algunos segundos. La campana cuelga de una estructura situada al otro extremo. Sin duda marca el inicio de algo. La gente se ha ido poniendo en el perímetro de la escena, algunos de pie, otros sentados. Los actores restan inmóviles, o al menos esto es lo que parece. Al cabo de un minuto suena otra campana, y tras sesenta segundos más, otra. Mientras tanto la escena ha ido cambiando. Los brazos ahora no parecen estar tan tensos y las muñecas y los dedos de las manos es como si se hubieran marchitado un poco. Algunas cabezas se tuercen ligeramente hacia un lado, y sus orejas ahora miran hacia el suelo. Otra campana. El público observa callado. Se notan las caras de estupefacción de aquellos que no sabían nada, los que simplemente estaban allí saboreando la mañana del sábado. Es una de la cosas mágicas de las performances en el espacio público, la sorpresa y el desconcierto de no saber qué pasa. La cuarentena de actores siguen allí, plantados. Sus piernas empiezan tímidamente a doblarse y su cuerpo parece que desciende poco a poco. Todo esto a una velocidad lentísima, difícil de apreciar. Doble campana, la mitad de la obra, se supone. La escena sigue transformándose. Los cuerpos de los actores se encogen, y esto es como si permitiera que la mirada del espectador se alargara, puesto que de repente puede ver los intérpretes que estaban detrás, escondidos. Y aún más allá también, el espectador empieza a ver mejor el público que está justo en el lado opuesto. Los performers siguen allí, tratando de alcanzar el suelo. El viento aprieta un poco y desplaza las hojas secas que cubren la hierba de la plaza. Alguna queda enganchada en un cuerpo, se quedará ahí.
Campana. Sus piernas tiemblan ligeramente pero se mantienen firmes, dependiendo de la fuerza de cada uno. Los hay de todas las edades y condiciones. Visten todos ellos tonalidades grisáceas, pantalones largos y alguna americana. El espacio de representación se hace cada vez más amplio, más limpio. Sus rostros siguen impasibles, ajenos a todo. Un niño se acerca, debe tener dos años. Por suerte sus padres no le dicen nada y se produce una escena maravillosa dentro del espectáculo. El niño les mira atentamente, les lanza algún grito, como queriendo llamarles la atención, y tras observarlos un rato se tumba torpemente com si él también fuera uno de ellos. Campana. La mayoría de los hombres ya están en el suelo. Apoyan sus brazos sobre el cuerpo mientras se van encogiendo y doblando, tratando de evitar los movimientos bruscos. La concentración es total.
Doble campana, parecen haber transcurrido diez minutos. Calma. Todos los intérpretes restan por un rato tumbados en el suelo. Cada uno ha quedado de una forma determinada. Los cuerpos ahora están totalmente relajados, nada se mueve. De repente, uno se empieza a levantar muy suavemente. Les siguen todos los demás y en un momento vuelven a estar todos en la posición inicial. Unos segundos, y se van. La plaza vuelve a quedar vacía, gobernada por los majestuosos árboles de Brunswick Square.