Memes
Desde hace algunos años estamos viviendo la moda de la genética, según la cual entendemos que nuestra apariencia, muchas enfermedades, ciertos rasgos de comportamiento y otras muchas cosas que no llegamos a imaginar vienen codificados por esas tres letras que conoce todo el mundo: el omnipotente ADN. Mis estudios en el ámbito de la farmacología han estado totalmente imbuidos por esta moda. Recientemente, sin embargo, me han hablado de otro concepto tanto o más poderoso que el gen a la hora de determinar el comportamiento y el estilo de vida de los humanos. Se trata del término «meme», acuñado por Richard Dawkins. Explicado sin espacio para los matices, un meme se refiere a la unidad de información que se transmite de unas personas a otras y que conforma la herencia cultural de un grupo humano. De cómo se crean y comparten esas unidades de información depende el grado de evolución de una sociedad, sus avances no sólo en el ámbito tecnológico, sino también en terrenos menos tangibles ligados a la espiritualidad, la ética o el arte.
Veamos, en cualquier caso, un ejemplo prosaico. Si en poco más de un siglo la esperanza de vida ha alcanzado los 80 años en ciertos países industrializados, no se debe desde luego a una supuesta evolución selectiva de nuestros genes, sino a la creación y traspaso de unos memes relacionados con el estilo de vida y ciertos descubrimientos clave –el de los antibióticos por ejemplo–, que se han ido propagando de generación en generación.
La comparación entre gen y meme viene a colación puesto que, según Dawkins, pese a las diferencias obvias, ambos son unidades de información que se replican y se transmiten de unas personas a otras. Aplicando la mirada más optimista, se deduce que aquellos memes más útiles para las personas son los que sobreviven y se transfieren de una generación a otra. La realidad también dice que los memes capaces de generar malestar e injusticia tienen, por alguna ciencia incierta, mayor facilidad para permanecer entre nosotros.
Puesta la cuestión de los memes en este espacio virtual, la pregunta es obligada: ¿Cómo se generan y se transmiten las unidades de conocimiento en el ámbito de las Artes Escénicas?
Resulta interesante al respecto la distinción de Richard Schechner entre texto y texto performativo («performance text»). El texto se refiere a las palabras del espectáculo que se registran en el libreto dramático, mientras que el performance text hace referencia a todo aquello que acontece durante el espectáculo, tenga palabra o no y esté dentro o fuera de la escena.
Según Schechner, históricamente el trasvase del conocimiento del Arte Escénico en Occidente se ha dado a través del texto. Lo que nos llega de los teatros antiguos es generalmente la dramaturgia escrita, ya que todo lo relacionado con la puesta en escena o la interpretación de los actores suele ser circunstancial o secundaria. De ahí esa confusión que lleva a asociar la historia del teatro con la historia de la literatura dramática, cuando resulta obvio que la segunda es sólo una parte de la primera. En los teatros tradicionales de Oriente, por el contrario, la transferencia se produce mediante el texto performativo. Un actor de Kathakali, por ejemplo, no sólo aprende el texto de la obra que representa, aprende también las acciones físicas y vocales con las que tiene que interpretar, así como la manera de maquillarse y todos los rituales previos y posteriores al espectáculo.
En la actualidad, aunque se hacen esfuerzos para que la transmisión del conocimiento escénico no se reduzca a lo que ha quedado registrado en libros, creo que aún somos víctimas de una educación en exceso centrada en teorías y textos escritos. Tendemos a encerrar el supuesto saber en las aulas y a saturarlo de conceptos y palabras. Y si bien es cierto que las palabras son materia prima indispensable para crear pensamiento y que a veces sólo por sí mismas –cuando las escuchamos o leemos en personas particularmente estimulantes– catalizan acciones imprevistas, rebeldes o innovadoras; sucede, sin embargo, que en cuestión de arte escénico, salvo excepciones, las palabras hallan su verdadero sentido cuando alcanzan su reverso práctico, un lugar donde el saber etéreo se traduce en acción palpable.
Quizá sea por todo esto que siempre que puedo me escapo para ver demostraciones de trabajo, participar en trueques de procesos creativos o en cursos donde el aprendizaje fluye piel a piel. Pues es en estos contextos donde la teoría se transforma en experiencia viva, es decir, en el lenguaje del que está hecho el Arte Escénico. O dicho de otra manera, es allí donde el «meme escénico», por así llamarlo, encuentra las vías adecuadas para ser transmitido, repetido, moldeado y, por qué no, contestado.