Zona de mutación

Messi, el botín sudaca

el genio insanguíneo

Las Erinias griegas, por mandato de los dioses, vengaban la muerte cometida contra consanguíneos. Era una ley divina que se asentaba sobre el dato natural de lo consanguíneo. El idolatrado pequeño genio del fútbol, Lío Messi, fue teniendo diversos cuestionamientos en su país natal, levantados como presuntas faltas (que no se pueden tomar en serio salvo si justifican una reflexión superadora) al tronco patriótico común, que se expresa como ser de la misma sangre, a partir de rendimientos juzgados como no acordes. Con lo que, aún considerando que es una situación que puede cambiar de la noche a la mañana, las erinias vengadoras estarían prestas a salir a ejecutar su loca venganza. Dudoso fundamento que suele usarse para sustentar nacionalismos y otras menudencias por el estilo. Por el contrario, Messi vendría a demostrar que las fronteras salvadas con la premura con que el Asociación del Fútbol Argentino refrendó su pertenencia de bandera, haciéndolo jugar rápidamente un partido reglamentario con la casaca de su país de origen, allá por el tiempo en que empezaba a manifestar sus dones diferentes, son un bien inalienable. Y no podrá haber expropiación posible, como aquella que, a la sazón, suponía España que lo acogía como país de adopción. Esto es extraño porque se negocia sobre la bases de sus aptitudes pero se resguarda una condición nacional que estaría estampada en que tales condiciones son tasables, pero sin afectar la materia físico-corporal de la persona. Todo bien, en función de los reglamentos, pero las fronteras geopolíticas no son delimitaciones espirituales que valgan. Un simple mapa no internaliza, ni subjetiva los signos identitarios de un cierto país. Al contrario, tales fronteras, en el alma de una persona aparecen diluidas, por más que chirrien dientes nacionalistas por doquier. Lío Messi no jugó las ligas argentinas (lo que lo libró, de seguro, de alguna fractura des-cotizante). Es argentino porque nació aquí, con lo cual, cualquier dilema de límites que pretenda dilucidar la lógica patrimonial queda bajo el paraguas de lo indecible e incuestionable. Entonces, no es una violencia discursiva que pretenda negar su adscripción, refrendada seguramente por sus documentos de identidad. Lo que este pibe no puede es traccionar el sueño frustrado de millones que dan rienda suelta a su deseo impenitente por un jupiteriano Maradona 2, concedido por una mágica acción olímpica. Hay razones recónditas que responden a su temprano desarraigo al fútbol español, que lo acogió en vista de sus promisorias condiciones. Pero de esto pueden hablar mejor quienes arreglan la cuadratura del círculo futbolístico, hoy por hoy, globalizado hasta lo insoportable. Lo que trato de verbalizar es cierta relación que veo con el fenómeno de la representación antes que de la traición a su sangre por cada gol errado en el Mundial de Sudáfrica (ni hablar de la tempestad del 0-6 contra los talibanes de Bolivia, con su presencia naufragante en cancha), dramas sólo superables, en su persona, por el recicle asegurado que brinda un próximo gol a la semana subsiguiente, en las ligas europeas.

 

teoría de la insanguinidad

Una respuesta puede ser que las condiciones naturales no son la escuela. Las condiciones naturales inciden emocionalmente sobre sus partidarios directos, lo que queda convalidado en cada gol o título festejado en común. Con lo que, re-desarraigado el pequeño principito de las canchas a su selección de origen, queda establecida la condicionalidad del afecto a la prueba de eficacia de sus capacidades traducidas en mercancía futbolística: goles, triunfos, títulos, merchandising. Este segundo paso, mediado por una ‘prueba’, le crea a Messi la paradoja de que lo accidental de la ‘sangre’ no garantiza el amor de la gente, con lo que el ‘potlatch’ del amor a la patria queda evidentemente mercantilizado e invertido: te doy si me das. La matriz del problema es que por algún motivo, nada más pisa estas tierras que ya debe ‘representarse’ a sí mismo. ¿Quién es éste actor de sí mismo que debe jugar tan bien con el corazón como juega en el equipo propietario de su pase, el Barcelona Futbol Club? Este factor se hace determinante, poderoso, porque el muchacho ha vivido casi tanto tiempo ‘afuera’ como en su país de nacimiento. Y de no ser por el éxito mediante, mutuamente, país y jugador, ya se hubieran olvidado uno de otro. Pero el éxito tiene compromisos que no se eligen cumplir. Es algo que extraña, que desplaza su identidad (y no es psicoanalíticamente que lo digo, sino en tanto teatrista) de tal forma que para re-encontrarse con su raíz argentina, debería poco menos que re-inventarse. Eso pareciera necesitar de otra forma de genio, o en todo caso, de más genio o de un genio con valores agregados. Ya no el predominio de las condiciones naturales, innatas, sino el poder del estilo adquirido, un gestus, una manera que llevaría antes que a modificarse a sí mismo, a modificar a todo un país futbolístico que lo mira con un indescriptible deseo angustioso. Es casi evidente que por acá, por este oscuro país de origen, pletórico de desesperados por atar sus fracasos al ‘deus ex machina’ de un gol de domingo, no encontró los motivos pasionales suficientes para intentarlo. Sería necesario diseccionar los sustentos afectivos puntuales de la pequeña maravilla, sobre todo con datos específicos como verlo moverse como pez en el agua en el Camp Nou, comparado a cómo lo hace, ofuscado y distante, en la cancha del River Plate argentino, dando pruebas personales ante extraños, padrinos postizos que no le interesan mayormente, para entender sus dilemas espirituales. Esto habilitaría a pensar también que los dioses eligen a sus feligresías. La consecuencia es similar a cuando el actor repite sus partes, por compromiso, sin apasionarse. Con lo que, según digo, la teoría representacional podría develarnos algún camino. Lo que Messi hace en Argentina es repetirse a sí mismo, contractualmente, a sabiendas de que esta repetición de sí mismo no le interesa ni le apasiona. Por interés pecuniario no se apasionará porque ahora mismo tiene más dinero del que jamás podrían darle por estos lares. Eso no es un factor relevante. Lo que faltaría es el arte representacional de este hijo adoptivo de otro público, que se ha prendado de su corazón, por qué no decirlo, proceso que en términos concretos es capaz de desecar las venas del más pintado. Messi es genio contemporáneo a los herederos, hijos apropiados a desaparecidos por la propietaria del mayor monopolio de prensa del país durante la dictadura militar de los 70, que han elegido no saber quiénes son, pese a los denodados esfuerzos de la Abuelas de Plaza de Mayo frente al escudo mafioso que los considera un bastión del monopolio de prensa excluyente del país. Casos que puede ser un capricho emparentar, pero de síntomas y actitudes se hacen las asociaciones, y que según la relación comparten un background de billetes que disturba la necesidad de sentimiento por lo que realmente son, según las señales de donde vienen. En función de esto, es pensable suponer imposible que este talentoso jugador juegue alguna vez de manera convincente con nuestra camiseta, como que no es responsabilidad de tal rendimiento ni el equipo contextual ni el DT que le ha brindado libertades absolutas y responsabilidades que pesan como plomo. La hinchada afanosa, ha de entender, sincerar, que de no mediar cambios, el muchacho es más español que argentino. Un cambio a eso sería tan oneroso, aunque no imposible de pensar, como cuando Marilyn Monroe estudiaba en el ‘Actors Studio’ porque quería ser la mejor actriz norteamericana. Una amiga de ella, que por un azar de la vida tuve la chance de conocer, decía que la rubia iba por muy buen camino. En las historias de los hijos de Herrera de Noble y en la de Messi hay un crucial desafío a regresar al corazón de la propia vida. Por supuesto, de esto lo disculparíamos, si contra todos los pronósticos, nos hubiese dado la Copa del Mundo, que ya se sabe, es una óptima forma para olvidarlo todo, como leer en la tapa que los argentinos seguimos siendo indestructibles, en una edición de un Clarín, que seguiría siendo el diario más grande, ahora conducido por sus herederos, estos chicos empeñados en no querer saber quienes son.

Y mientras tanto, según los informes semanales, seguirá inconmovible la lluvia de goles de este principito lívido, de pechito frío, que el Vick Vaporub de las manos maternales, curará de los inviernos.

 

 


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