Haití ha supuesto para mi una grata experiencia personal y profesional. Personal porque me ha hecho conocer a un auténtico equipo de trabajo, y profesional porque ha sido la primera vez en la que he actuado en unas circunstancias tan precarias…
Después del terremoto, el 95% de la población se quedo en la calle, y gracias a la ayuda de organizaciones e instituciones se han construido unas especies de campamentos, no con tiendas de campaña, sino con plásticos, cuerdas y palos, y esto es lo que cobija a niños, mayores y ancianos. Son grandes explanadas repartidas por toda la ciudad, donde no hay agua, no hay luz, no hay alcantarillas, ni seguridad de ningún tipo. Mi aportación fue dentro de un programa que Cruz Roja Haitiana lleva en estos campamentos para la lucha contra la malaria y otras enfermedades derivadas de las malas condiciones higiénicas. Tras los talleres que la Cruz Roja impartía, yo hacia mis actuaciones, donde a veces el calor, y el olor eran realmente difíciles de llevar. Pero lo más importante no es esto, es que las sonrisas son iguales en todas las partes del mundo, y todo el mundo se asombra y se ríe, tenga o no tenga casa. Lo que sí es cierto es que a veces a los niños les costaba un poco más entrar en la dinámica del espectáculo, y es que cuando el estómago aprieta, no se tiene ganas de reír. Las actuaciones se repitieron a lo largo de todos los campamentos, donde por medidas de seguridad nos permitieron el acceso, y el público disfruto con los mismos juegos que disfrutan los niños de España.
Todo un lujo haber vivido esta experiencia, de la que saldrá un documental dirigido por David Furones, y que esperamos sea del agrado de todo el público español, y que además sirva para sensibilizar.
