Mi pobre amigo Clarck
Con tanto teléfono móvil en circulación, las cabinas telefónicas ubicadas en lugares estratégicos de la ciudad, están definitivamente extintas. A los teléfonos públicos primero se les despojó de su vestidura de cabina y ahora ya casi no existen, y los pocos que existen, no funcionan porque a algún cerebro infradotado, se le ocurrió obstruir la entrada de monedas con goma de mascar. Mi viejo conocido Clark, corresponsal del periódico Daily Planet, debe parapetarse a duras penas detrás de su pantalla táctil, para que después de breves instantes se revele su alter ego; Superman.
Y en caso de que ciudad Gótica esté en peligro, para llamar a su colega Batman, el alcaide ya no proyecta la silueta del logo murciélago en las nubes, ahora usa una aplicación de su teléfono inteligente.
Todo está permeado por la tecnología.
Y no es que la tecnología sea intrínsecamente invasora, nosotros no solo le hemos permitido la intromisión en cada aspecto de nuestras vidas, sino que lo hemos propiciado.
Se especula, y lo creo firmemente, que nuestros teléfonos móviles nos espían. No solo nos escuchan, también nos ven, e incluso si no fuese la tecnología la difusora de intimidades, sobre todo los jóvenes habituados a una sobre exposición mediática, revelan aspectos de su vida íntima, no necesariamente sexual, a quien sea capaz de escucharlos, es decir, todos los demás, hablando constantemente por sus teléfonos sobre intimidades que muchas veces no desearía escuchar y mostrando imágenes que no quisiéramos ver, aunque el voyerista reprimido que todos llevamos dentro, toque la pantalla para leer, escuchar y ver.
Porque me vería bastante ridículo y no sería muy cómodo el taparme los oídos como un niño negándose a escuchar las palabras de su madre, me he enterado de cada cosa. El voyerista ha sido satisfecho en más de una ocasión.
Antiguamente, se especula que las abuelas siempre curiosas, eran capaces de apoyar un vaso en la muralla para enterarse de los secretos revelados en la conversación en el recinto contiguo. Hoy no sería necesario; les bastaría moverse por la ciudad en el transporte público, para conocer muchos detalles de la juventud contemporánea. Y con un mínimo de manejo de la tecnología, saberlo todo sobre una persona o situación determinada. Incluso si nosotros hacemos esfuerzos protegiéndonos de no figurar en las redes sociales, alguien nos hará el flaco favor de subir alguna foto en la que se nos etiquete o un comentario en el que se nos haga referencia.
A propósito, eso de etiquetar me da la idea de un producto de consumo exhibido en alguna multi tienda.
A lo mejor solo somos eso; un producto de consumo a quien forzar su capacidad de consumir.
La intimidad está tan ventilada que ha dejado de serlo.
Ante la pérdida de privacidad, así como las cabinas telefónicas se extinguieron, los super héroes también. Ya ni en las tiras cómicas existen personajes con el único norte de salvar a la humanidad. Sálvese quien pueda parece ser la consigna.
Pobre Clarck, va a tener que dedicarse de lleno al periodismo, y si quiere sobrevivir, seguir la línea editorial del medio de comunicación en el cual trabaje.
Pobre Clarck.