Zona de mutación

Micropolíticas de la devolución

En una sesión de trabajo, los actores hacen ejercicios, luego se reúnen al centro a verbalizar lo hecho. En los mismos, se ponen en manos del guía, observador, director. Hay un protocolo de continencia y resguardo a la des-estructuración consciente del que bucea en la escena. ¿Cuál es? La devolución. Protocolo, bien, pero también código. Superbien. Son recordables los debates, en la época en que parecía que el teatro podía sumarse a proyectos políticos, sociales, culturales explícitos, allá por finales de los años ’60 y comienzos de los ’70. Los debates equivalían, literalmente, a la devolución. Después, aquellos empezaron a valer en sí mismos, y en algunos casos, a pretextar mediante las obras de la que eran su efecto, discusiones endilgadas con rumbos obvios, lo que produjo una crisis mortal de esta modalidad de intercambio, hasta su desaparición. Es como con el Escrache, estetización de la denuncia a los violadores de los derechos humanos, mediante la indicación de las viviendas de los genocidas impunes, indignos de vivir en la sociedad a la que aterrorizaron. Pero cuando se hacen obvios y mera expresión de intolerancia y resentimiento, surge hasta una imagen plomífera y éticamente cuestionable de tal metodología. Algo así pasó con el Teatro-Debate, sobretodo cuando se terminó confundiendo lo emocional con lo objetivo, armados de una petición de principio triunfalista y sectorial como única garantía de verdad. Era común por esos tiempos que la Revolución se engalanara de veleidades triunfalistas, cuando lo que se imponía era un atisbo de objetividad.

El panfletismo, computable como una consecuencia, en tanto pseudo-género resultó ser el menos político de los teatros. La propaganda abruma y paraliza al soldado. En esas mentadas sesiones de trabajo de los actores, no es para nada raro que después de un ejercicio de inducción básico, al serles requerido una descripción de lo sentido, manifiesten que por una magia inexplicable han sido de repente, poco menos que una especie de Moulinex galáctica, con la que fueron al rescate del planeta Marte. Y autoengaños por el estilo, que es de lo que se trata al fin de cuentas. El panfletismo confirma la tendencia de un deseo pero sin confrontarlo a la verdad de la situación. Si se es de izquierda, y se precisa del ser corroborados por el discurso, se pondrá en el texto que «la Revolución está ganando», aunque esto no sólo esté lejos de pasar en verdad, sino hasta de estar ocurriendo lo contrario.

Contemporáneamente, cuando decimos customización teatral, podemos entender que nos referimos a la adaptación del teatro al gusto del cliente. Versiones y re-escrituras, no pasan por ser sino, por ejemplo, cuando en el teatro se adecuan los clásicos, torcimiento del ‘genius loci’ que trasunta toda una historia al que se cambia con más o menos mordazas, por el del espacio donde se presenta la obra, en trasposiciones no pocas veces arbitrarias. El director, el dramaturgista, el versionista, fingen que en esos toques reside alguna forma de interpretación o ‘lectura’, cuando lo que en realidad se hace es una adecuación perceptiva, que no está mal, pero que no implica ningún sentido artístico per se. Este movimiento típico, en una arte milenaria que se las debe ver a menudo con textos de otras épocas, a veces lejanos en el tiempo, no supone sustancialmente una generación de condiciones artísticas genuinas, por el contrario, los cambios de chapa y pintura sobre obras clásicas, no hacen otra cosa que colaborar a que el teatro siga trasmitiendo la mismidad que lo corroe. Y estos lavados de cara no se hacen sino bajo la ley de la ‘mercancía’, que muchos consideran gratuito cuestionar, porque en esa condición les va la garantía de su circulación. Esto retrotrae la discusión al plano objetal, donde lo único que termina sustancializando esa propuesta es su condición de vendible. Y esa conformación produce letalmente el desapego de su condición económica, e inclusive fetichista con su verdadero contenido histórico y artístico. El punto es saber si actualmente, el artista está dispuesto a seguir siendo el vigía de ese componente irrefragable.


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