Críticas de espectáculos

Miles Gloriosus/Festival de Mérida

“MILES GLORIOSUS”: UN RANCIO DIVERTIMIENTO. ¿Acaso la organización del Festival seleccionó esta versión de “Miles Gloriosus” para ilustrar sobre determinada comedia latina, donde uno de los efectos de las obras era su proyección sobre la masa ignorante y amorfa que llenaba los teatros de Roma los días festivos, y a la que había que divertir apelando a todo tipo de recursos? Es cierto que la obra de Plauto tiene mucho de esa determinada comedia latina cuya característica principal es el puro juego escénico de chistes, gracias y gags sin pretensiones moralistas, pero en el “Miles Gloriosus” tan hábiles son sus tramas de lucha social entre patricios y plebeyos -reflejando los intereses de unos pocos por controlar parcelas de poder- y tan certeras sus pinturas de tipos y vicios, que hoy se dan por aludidos muchos fantasmones. Y sobre estas cuestiones han sacado partido interesantes versiones actuales. No olvidemos que la buena comedia es la que cumple su función crítica y moralizante eminentemente social. La versión, del extremeño Juan Copete, es fiel al entretenimiento del estilo plautino pero sin elevación dramática por la ausencia de un contenido con enjundia y con miras a una realidad de “aquí y ahora”. El tema de la estupidez no esta tratado con profundidad, aunque en su traslación del lenguaje -muy actual- no le faltan apuntes ingeniosos y observaciones agudas sobre la condición humana de este personaje fanfarrón y otros personajes de siempre. Tiene el acierto de traspasar la comedia “togata” a la Emérita Augusta de los años de su fundación pero, a veces, en su afán experimental es novato, sobre todo en el prólogo del personaje Centella que intoxica regalando minucias sobre el uso del teatro romano y utiliza ingenuamente al espectador como elemento pasivo de la función. El montaje de Juan J. Alfonso es facilón, convencional y visualmente encogido dentro de la desangelada escenografía, más apta para el tablado de plazas que para el monumento. Resulta muy irregular en su mezcla de estilos: farsa, vodevil, astracanada. No hay humor sino comicidad celtibérica en bruto. En los actores fuerza demasiado el juego -todo un pastiche- de ese lenguaje grueso y con resabio de gestos y frases morcilleras que “hacen” gracia. Pero el espectáculo, rancio divertimiento en la línea del teatro agarbanzado -como Valle Inclán solía llamar al teatro comercial- funciona espléndidamente con los espectadores que sólo buscan entretenimiento. En la interpretación no hay un trabajo coherente y limpio del reparto, por falta de unidad de estilo. La mayoría de los actores van a su aire tal como son, con su gracia natural. Sus gestos y movimientos son simples y escasos de creatividad. Destaca el potencial de recursos cómicos de Pepe Viyuela (Gallomáximus) que construye magníficamente su personaje del soldado fanfarrón, inundándolo de un espíritu juguetón salpicado de aciertos y sorpresas en el chisporreteo de la farsa, del guiño, del gracejo. En su misma línea farsesca -la más coherente- esta encajada Ana Trinidad (Vespa), una alegre y vivaz Celestina, dando que reír y rascar. Pepe Sancho (Centella) muestra aplomo y seguridad como actor del prólogo. Pero esta perdido en las acciones de su astuto personaje, falto de veracidad y de gracia. Interpretó más en una línea “exhibicionista” que en la búsqueda de un tipo escénico.


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