Críticas de espectáculos

Misericordia/ Pérez Galdós/ Escenarios V

OBRAS DE MISERICORDIA
(Misericordia, de Benito Pérez Galdós, Escenarios Virtuales S.L., en versión de Alfredo Mañas y con dirección de José Luis Alonso. Teatro Principal Antzokia, Vitoria-Gasteiz. Temporada 2001-02)
“Yo soy un moro judío que vive con los cristianos, no sé qué Dios es el mío ni quiénes son mis hermanos.” Jorge Drexler, Milonga del moro judío -”Podríamos creer -añadió- que es nuestro país inmensa gusanera de pobres y que debemos hacer de la nación un asilo sin fin, donde quepamos todos, desde el primero hasta el último. Al paso que vamos, pronto seremos el más grande hospicio de Europa.” La cita, que no constituye arbitrio parlamentario de diputado español alguno, sino un parlamento de Don Romualdo, el canónigo real, y realista, de Misericordia, dispuesto a dar asilo en la Casa de Misericordia a Benina, pobre mendiga alcarreña y al moro ciego Almudena, no deja de ser un botón de muestra de la actualidad de la reposición de este montaje ya histórico en una temporada en que la “tierra de asilo” de antaño se torna “huerto cerrado para muchos” hogaño en virtud de la divina Ley de Extranjería, y en especial para los “almudenas” del Riff.
YA, POR MISERICORDIA DE DIOS, ESCARMENTANDO EN CABEZA PROPIA, …
La versión teatral de Alfredo Mañas pone cuerpo, carne y hueso, a personajes de ficción novelesca en un anfiteatro conceptual, polivalente y minimalista, haciendo que resalte el carácter de farsa grotesca que resulta la puesta en escena de la obra y sobre la que planea La Voz, clemente y misericordiosa, de lo que cervantinamente sería un “autor implícito” que juzga y valora a los personajes, interpelándolos más de una vez, y que toma cuerpo como “autor-narrador” buscando la complicidad y /o conmiseración del público, distanciando al espectador de la acción con un sí es no es de “teatro épico” -¿es acaso una herejía volver a hablar de “lo brechtiano”?-.
Antes de que la polifonía del coro de los parias de la tierra -la famélica legión de miserables abonados a la puerta de la parroquia-, saliendo de las alcantarillas o de las trampillas del infierno, asomando a las puertas y ventanas de un barrio mísero, encaramándose a los desmontes escalonados, o al graderío del gran espectáculo de la degradación, al burladero de una “capea” del temporal -¡Sopla, Manuel sopla!-, y a la escalinata jerarquizada de una “corte de los milagros” -los ángeles custodios deambulan por escena fieramente humanos-, mísera e inmisericorde corte celestial coronada por las jerarquías -que todo eso y más es ese anfiteatro del escenario-, se apodere del segundo acto con ditirambos de clásico del teatro, el “Rey Samdai”, el geniecillo hebraico de “baixo terra” -réplica del cervantino mago encantador Cide Hamete Benengeli- ya ha obrado su prodigio acudiendo al conjuro de Almudena y Benina, galdosiano numen providencial de la justicia poética de la novela, y único Gran Hacedor -el propio autor-implícito- en la obra de un descreído Pérez Galdós.
Pero no se agota ahí el venero cervantino y valga como prueba de ello la ficción compartida entre señora y criada-doña Francisquita y Benina-, juego quijotesco de un banquete imaginario entre ama y doncella, tour de force femenino malogrado por el egoísmo burgués de una aristocracia arruinada y materialista, pragmática y reciclada a los nuevos tiempos, y tan característica del “realismo” decimonónico.
¡AY, MÍSERA DE MÍ, Y AY, INFELICE!
Si la degradación del idealismo quijotesco resulta evidente varios siglos después no lo es menos la del tópico barroco de “la vida es sueño”, proclamada una y otra vez por una Benina empeñada en conservar la ilusión hasta el último momento, y que sólo in extremis -cuando su imaginario don Romualdo resulta ser una persona de carne y hueso- tendrá que reconocer que la cruda realidad avasalla los sueños.
LA VIDA DE BENINA DE LA ALCARRIA Y DE SUS FORTUNAS Y ADVERSIDADES
Como se ha ido viendo, Misericordia supone una “vuelta -más que a lo divino- a lo femenino” de la tradición española, una trasvestización de personajes varones de la literatura clásica que en el “lazareto” de don Romualdo hunde sus raíces, sin ir más lejos, en el Lazarillo. Y basta rastrear los prototipos masculinos con los que esta ingenua Benina traba relación, desde el ciego Almudena -ante quien se sisa a sí misma al rendirse cuentas, en una escena antológica por otra parte-, pasando por el chichisbeo Don Frasquito, de idealismo cortesano y mondain, hasta dar con Don Romualdo, el canónigo que saca a señora y criada de la miseria -si a una le toca la lotería con la herencia del pariente lejano, a la otra no le queda sino la pedrea, y el posterior apedreamiento o la pura lapidación, que tanto da-, en irresistible ascenso social de la burguesía, la primera; condenada a la Misericordia, la segunda -como corresponde a una diferencia de clases sociales bendecida por la Iglesia Católica, la cual ha ido creándose una reserva de mendicidad para poder ejercer la Caridad, una bolsa de indigencia destinada a la Misericordia y a la que han venido a parar, junto a los pobres de solemnidad de la inmigración rural al aldeón metropolitano, los excluidos procedentes de las castas perseguidas por la Santa Inquisición, carne de cepo y horca, conversos marginados, moriscos y marranos, mudéjares sefardíes como Almudena, que ora por el paraíso perdido en español aljamiado entreverado de yaquetía, la jerigonza ladina de los judíos reasentados en Tánger y el norte de Marruecos:“aún prosiguió recitando oraciones hebraicas en castellano del s.XV”-.
BENINA E MOÇA o NO HAY DIVINAS PALABRAS QUE VALGAN
En efecto, y tal y como apuntara en su día el hispanista José Schraibman en “El tema judío en la “Generación del 98” o El ecumenismo de Galdós, en dicha obra de Pérez Galdós se hallan, acaso por última vez en la literatura castellana, las tres religiones del Libro de la España antigua anterior al triunfo de los RR.CC., y cuya desaparición vaticinara, con lucidez de ciego, en su profecía profana, don Benito.
El moro Almudena, de religión hebraica y presto a convertirse al Cristianismo por el amor de Benina encarna aquel espíritu del sincretismo subyacente a las tres Iglesias -”No haber más que un Dios, uno sólo, sólo Él”-, asentado “sobre” Pedra -en una vuelta más a lo femenino: Tú eres Pedra y sobre esta pedra edificaré mi Iglesia- y devoto de la señá Benina, madre de la Misericordia -madre y virgen o, mejor, madrina y moza, madre adoptiva de los recién nacidos de un Octogenario-, símbolo de la pureza -”com zucena branca”-, santa de a pie -”Santa Benigna de Casia”-, mártir apedreada -sin “divinas palabras” que valgan: -“y ahora vete a tu casa, y no vuelvas a pecar”, concluye una cristificada Benina-, “amri”de bondad -”ángela bunita” que deambula por la plaza del Ángel y en torno a la castiza iglesia de la Almudena, con ángeles sarnosos por guardaespaldas en tan milagrosa como insólita escena-, tragados ambos por la Santa Casa de Beneficencia o vomitados por la opulencia del siglo de la Burguesía, frente a la disyuntiva de asilo o exilio, reclusión forzosa en Sefarad -imposible la reconciliación tras un viaje sin retorno-o expulsión definitiva hacia la Hierusalaim del Libro, alternativa que ya prefigura la España peregrina, anticipando las purgas -de (don) Benito- habidas y por haber.
EL MISERERE o JUANA VALJEANNE
Degradación realista -carente de liberalidad- del romanticismo por obra y gracia de un escritor liberal español, Misericordia no reconoce -en claro contraste con la leyenda de Bécquer: -”Miserere mei, deus, secundam magnam misericordiam tuam!”- más “miserere” que el cólico de la hambruna del mendigo, y al igual que un Juan Valjean -en una nueva vuelta a lo femenino de Los miserables de Víctor Hugo-, Benina se empeña en vencer el Mal, haciendo el Bien a sus antagonistas de clase,sin recibir más agradecimiento que la ingratitud -”Ispania terra n’gratituda”-, galdosiano Nazarín femenino, nazarina de un lumpen-proletariado, tan picaresco como servil, resabiado, adulón, mezquino y corrupto, que forma el coro andrajoso que, en vistoso contraste con el variopinto colorido local de esas clases pudientes reunidas en torno a la mesa del Señor, da la réplica a esta envejecida viridiana que la adaptación teatral de la novela, excepción sea hecha de los rifirrafes del riffeño con su coima, focaliza la acción dramática en Benina, como protagonista o como espectadora de las escenas de interior -así, el banquete- en que se cuece su destino.
MISERERE NOBIS o FINAL
A más de un siglo de la publicación de Misericordia, la obra adquiere, merced a su versión teatral, una mayor vigencia dramática en relación con las tres culturas, tal y como las hojas parroquiales de la semana catódica confirman: varios siglos después de los pogromos antisemitas hispanos, la Capital de las tres religiones es la Jerusalén libertada por la que se matan y se mueren los almudenas y mordejais con la complicidad de los josemarías; y los vientos del veteroliberalismo español, en su intento de poner puertas al mar, aventan las esporas de la diáspora. Que Alá -”El Grande, El Clemente, El Misericordioso”- nos pille confesados. Y Dios tenga Misericordia de vosotros. En fin, Miserere vobis. Y que esta tierra les sea benina.


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