Críticas de espectáculos

Moisés y Aarón/Arnold Schönberg/Romeo Castelluci

Un abismo abierto por lo incumplido

 

A propósito de la creación de Moisés y Aarón en Paris en octubre de 2015 y al acontecimiento excepcional que representa su acogida en el Teatro Real en Madrid:

Producir y representar Moises y Aaron de Arnold Schönberg, el padre de la música contemporánea, es un desafío que significa particularmente en este caso afrontar múltiples prejuicios. En primer lugar lo relacionado con la música dodecafónica, tachada de difícil, imposible de cantar y escuchar, en segundo lugar, respecto al director de escena Romeo Castellucci, para unos un gran artista, renovador de la escena teatral para otros un provocador iconoclasta y en tercer lugar en cuanto a su puesta en escena que incluye la presencia de un toro en el escenario.

Casi un siglo después, la música innovadora de Schönberg que rompe radicalmente con los canones clásicos, es en su mayoría aceptada y asimilada y no asusta a los aficionados a la música.

El tema de Moisés y Aarón es más que nunca actual. Cuanto a Romeo Castellucci, tiene siempre sus por y sus contra.

Su manera de hacer el teatro y sus aproximaciones a las obras despiertan siempre polémica.

La cuestión no es de decidir si es un gran artista o un impostor sino de intentar comprender su trabajo y su visión del teatro antes de opinar.

Porque no cabe en los paradigmas y las categorías establecidos, más porque les rechaza y les transgrede.

El problema es que los detractores del teatro y de la estética de Castelllucci no se han esforzado a abordarla sin prejuicios.

Así cuando no se entiende es seguramente por culpa del artista y mejor todavía si se puede encontrar en su obra algunos pecados graves que chocan con lo «correcto» establecido.

Así en el caso de Moisés y Aarón, el toro llamado Easy Rider que actúa con talento, un animal calmo, muy comprometido con su papel y por otra parte melómano de la música de Schönberg, disfrutando manifiestamente de su participación en esta grandísima puesta en escena.

Es verdad que la aproximación de la obra propuesta por Romeo Castellucci necesita una implicación del espectador y se resiste a una mirada superficial.

Así, cuando faltan los auténticos argumentos críticos, la presencia del toro en la escena basta para desencadenar la polémica y atacar la producción en nombre del respeto y de la protección a los animales. Esta polémica malintencionada, hipócrita, violenta, de los Filisteos acompaño la creación de Moisés y Aarón en Paris y fue un pretexto para atacar el trabajo de Castellucci. Me acuerdo haber visto en los teatros de Paris y los de provincias varios espectáculos con vacas en el escenario, corderos, caballos y también, lo que es mucho más espectacular un elefante en La Orestia de Esquilo, un camello en una creación de Veermer y Espinoza, o un montón de ratas en Titus Andronicus. La presencia de estos animales en las representaciones no chocaba a nadie.

Tampoco no choca a nadie la presencia de diversos animales en el Salon anual de la agricultura en Paris donde, durante una semana, todos los días, desde la mañana hasta la noche, estan aletargados tanto por el ruido permanente de las masas de visitantes como por el calor y los focos.

¿ Los defensores de los animales se han ido de vacaciones en este periodo ? ¿ Es más espectacular defender un toro en la Opera ?

Así, la dirección del Teatro Real, para evitar estas manifestaciones excesivas de amor al toro y las inquietudes por su bienestar, ha tomado precauciones explicando a través de los medios el respeto estricto de todas las normas y condiciones de la presencia y de la actuación del toro en la opera.

Este incidente taurino en Paris en apariencia banal es en realidad revelador de la ignorancia, de la hipocresía, del dogmatismo histérico y de la confusión de los valores que caracterizan a nuestra sociedad.

La rehabilitación teatral de la opera schönbergiana.

Moisés y Aarón de Arnold Schönberg se presenta por la primera vez en el Teatro Real en Madrid con una producción enorme de 400 participantes, 15 integrantes del equipo artístico, 17 solistas, 80 cantantes del coro, 110 músicos de la orquesta, 48 bailarines, incluyendo 6 alpinistas, 3 submarinistas, y más de 100 profesionales de distintas aéreas.

Es un acontecimiento sin precedente.

Moisés y Aarón, la única e inconclusa opera de Arnold Schönberg (1877 – 1951) escrita entre 1932 – 34, en Berlin en Paris y en Barcelona, en vísperas de su exilio a Estados Unidos, expresa la rebeldía y la solidaridad del compositor con su pueblo, reivindicando su identidad original hebrea, tras haberla relegado en favor del protestantismo, frente al nazismo y al antisemitismo feroz. La obra es un autorretrato de Schönberg, con su compromiso espiritual, el cambio radical de su escritura musical y al mismo tiempo con sus dudas intelectuales y estéticas.

De hecho, la música dodecafónica de Schönberg suscitaba prevenciones. El propio compositor dudaba de la vida teatral de esta obra «utópica» y de su recepción por el público.

Schönberg la concibió inicialmente en tres actos. Escribió el libreto del tercer acto pero nunca la música. Finalmente Moisés y Aarón con su estructura en dos actos y el conflicto abierto sin resolución es más actual y adquiere una dimensión metafórica.

Todo el material musical procede de una sola serie. La parte de coro, protagonista fundamental de la obra, es extremamente difícil de memorizar y de cantar. Alterna el sprechgesang y el canto puro con las secuencias de un gran refinamiento polifónico.

Los puntos de vista opuestos de Moisés y de Aarón, la dialéctica entre sus ideas y sus conceptos del futuro del pueblo hebreo, se expresan musicalmente a través de la confrontación entre el sprechgesang, un recitativo rítmico, de Moisés con solo una frase cantada en toda la ópera y el canto de Aarón, con frases musicales de gran lirismo.

Así, en la dramaturgia de la ópera, la pureza, el discurso utópico de Moisés intransigente, difícil de entender por el pueblo hebreo, se confronta con el de Aarón, hombre político pragmático, consensual, flexible, realista.

En la historia de la huida del pueblo hebreo de Egipto, guiado por Moisés y su hermano Aarón, de la revelación de los Mandamientos del Dios único, eterno, omnipresente, invisible e irrepresentable, y en la dialéctica entre el pensamiento puro de Moisés y el pragmatismo de Aarón hombre de acción y de palabra, Arnold Schönberg proyecta sus propias cuestiones éticas y religiosas.

Una lectura contemporánea, poética y metafórica de Moisés y Aarón

«El Moisés de Schönberg – explica Romeo Castellucci – es un hombre incapaz de cumplir la misión que le ha encomendado una voz salida de un arbusto ardiente.»

Su puesta en escena se articula en la paradoja : la incapacidad de Moisés de convencer al pueblo hebreo con su palabra austera que le condena a la soledad y la incapacidad del pueblo de someterse a las exigencias del Dios todo poderoso que puede conducirle a la tierra prometida, pero prohibidor y además invisible e irrepresentable. Es la contradicción fundamental entre lo divino y lo humano.

Romeo Castellucci ancla su puesta en escena en las últimas palabras que pronuncia Moisés al final del segundo acto en el momento de su derrota : «Oh, palabra, tu, palabra, que me faltas !».

Es la confesión a la vez de su propia impotencia y de la incapacidad del lenguaje para expresar y transmitir la fe en un Dios único, invisible.

Con esta aproximación de la opera Castellucci destaca la problemática de la imagen ausente en la cultura hebrea y de su proliferación hegemónica en el mundo contemporáneo.

Su propuesta escénica esta en total adecuación con el espíritu profundo y los temas esenciales de la obra schönbergiana que expresa con imágenes poéticas, evocativas en que se integran referencias a nuestro mundo.

En el primer acto el escenario vacío está atravesado por una cortina de gasa blanca transparente que traza una frontera entre lo visible y lo invisible y marca los planos. Detrás de ella, en algunos momentos, se distinguen unas sombras, las siluetas en vestidos blancos y el toro.

La blancura que reina en el escenario evoca el desierto, metáfora también del silencio y de la soledad.

No hay ningún arbusto ardiente. Desde un magnetófono colgado se desenrolla una cinta magnética con la palabra de Dios encarnada en los medios de comunicación todo poderoso y omnipresente en nuestro mundo. Moisés, tumbado en el suelo, lee el mensaje divino.

La cinta magnética reaparece en otras escenas.

El coro, vestido de blanco, siempre presente en el escenario, dialoga con Moisés y Aarón pero su principal protagonista es Dios.

Los milagros no son representados por Moisés y Aarón, para convencer al pueblo de la fuerza de dios, son solo contados.

Cuando Moisés se va en la montaña durante 40 días, en la cortina de gasa se proyectan las cifras que corresponden al nombre de días de su ausencia.

El pueblo hebreo, atemorizado por la ausencia de Moisés, se revuelta contra la austeridad impuesta por el nuevo Dios de Moisés.

La cortina de gasa blanca se levanta.

Desde arriba baja al suelo una especie de satélite, imagen del dios que comunica mensajes incomprensibles que solo Moisés puede entender. Unos sacerdotes con monos de descontaminación y mascarillas se acercan a él.

En el segundo acto el pueblo recupera sus antiguas creencias y sus divinidades, el vellocino de oro encarnado aquí por un auténtico toro, símbolo de la fuerza salvaje, de la libertad, de los instintos desencadenados, del sexo. El pueblo lo adora, le hace ofrendas, entregándose a bacanales desenfrenadas, orgias eróticas, violencias de todo tipo, sacrificios de vírgenes al vellocino de oro, asesinato.

Romeo Castellucci, gran poeta de teatro, no las representa, solo sugiere, evoca con imágenes impactantes y efectos contrastantes cargados de simbolismo.

Así la blancura del escenario en el primer acto, poco a poco se ve invadida por la negrura.

El toro y los vestidos de los personajes se manchan con la tinta negra. Algunos personajes se hunden en un hueco con un líquido negro como si fuera un bautismo pagano. Una joven desnuda esta llevada por unos personajes.

Cuatro vírgenes con vestido blanco y flores blancas, yendo al sacrificio, son también manchadas por la tinta negra.

Mientras que Moisés invadido por las dudas, constata el fracaso de su intento de convencer al pueblo de adherirse a la auténtica fe, Aarón, pragmático, se dirige al pueblo con palabras accesibles para él.

El espectáculo se concluye con la imagen de Moisés tumbado (como en la primera escena) vencido por su incapacidad y su falta de palabras.

Este final abierto nos deja con preguntas importantes sobre diversas formas de trascendencia, de utopías que prometen la felicidad. ¿ Resisten al choque con la realidad pura y dura ? ¿ Como son recuperadas y desviadas por los políticos ?

Irène Sadowska

Moisés y Aarón, libreto y música de Arnold Schönberg; director, escenografía y iluminación Romeo Castellucci; director musical Lothar Koenigs; dirección del Coro Andrés Maspero – Con entre otros. Albert Dohmen – Moisés, John Graham-Hall – Aarón; Andreas Hörl – Un sacerdote – El Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real – En el Teatro Real – Opera de Madrid – Del 24 de mayo al 17 de junio 2016


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