Zona de mutación

Mostrar la nada

Mostrar la nada. El punto ciego del huracán. La nada en el centro de los vórtices. No hay explicación. El centro que es punto zero de sonido y visualidad. Nada más extender los brazos para ser arrastrado por las vorágines contextuales. El centro de los ciclones es un punto de desnutrición del ser pero que apofáticamente podemos ver en el contraste de lo que no es. Y aún así, es un centro tenso donde se desquician las fuerzas, las potencias, las direcciones, los disparos de energía. El no-lugar del huracán no es inocente. Es una nada cargada de un vacío destructor. Se puede enceguecer por ver el vacío. Se trata de una nada corrosiva y amenazante, donde las prepotencias ontológicas pueden caer al agujero negro que las catapulta a una nueva dimensión de antimateria. La escena como el sitio centrípeto-centrífugo de una mutación furiosa. El punto de trasmigración de los estados. Se trata de localizar la zona de quiebre de esa traspolación. El punto de re-encarnadura del ser. Con lo que, sabemos, es un viaje a través del vértigo, hasta el mismo pánico. Ya no vale hurgar detrás de las imágenes. De re-invaginarnos en un anti-nacimiento biológico que nos catapulte a una pista donde se diriman las cosas sin complejo de Edipo, sin castraciones ni clivajes fatales. La ley del deseo es trágica, inapelable y también unidimensional. Una reversión no es una inversión ni una involución. Es más bien una reversibilidad por la espiral cósmica

El mundo del teatro tiene, hoy por hoy, más conflictos de orden ontológico que económicos, profesionales o productivos. La poesía es ante-vitam y no se captura con el protocolo de las técnicas. El enfríamiento de los signos, es una entropía aceptada, internalizada. Hay un ladrillo elemental que el acelerador de partículas que conforma el ‘misterio humano’ sólo puede develarse por la serendipia insondable del arte, de la voluntad artística. Mostrar la nada material. La sola idea impone un desmantelamiento, un abandono, una suspensión de lo que creemos ser. Una nada que otorgue derechos a una nueva procreación. Un nuevo deseo de llenar. Un nuevo crímen cometido en común. Para ello, una dietética a la obesidad sobresaturada de las culturas atenazantes. Una purga que alivie el tracto existencial. La representación es un agujero negro a la a-representación. Miguel A. Hernández Navarro lo dice inmejorablemente en ‘La so(m)bra de lo real’. Sobrexceso por histeria, y como en el Bacon estudiado por Deleuze, por la que se puede focalizar un rostro, un cuerpo, para amplificar la sensación. Por la imposibilidad de proferir el grito del silencio. Y sin embargo, ser lo que se es o lo que se es no es sino el problema cultural acrisolado en las propias carnes. Una brutal catarsis. Una purificación del hieros logos que lacera las carnes. Una nueva condición humana que deslinde el complejo autofágico que la sostiene. Una dramaticidad donde la piel que es lo más profundo (Valery), se invierta como un guante para que la paradoja abarque la palpación de la realidad, a través de órganos expuestos y permita aquilatar de aquella las bases de un nuevo inconsciente. Si se iba a Dios por lo que no era, por qué no llegar al hombre de la misma manera. La capacidad de corporizar rompe con las poéticas abstrayentes. La realidad no existe, se autoconstruye a pedido. La realidad no religa con el control social. Diluír las autocracias funcionales del teatro (Director, Actor, Autor). El escenario es una bisagra de la socialidad, pero no se mancha con pedestres instrumentalizaciones.

No se trata del papel en blanco, sino de una superación de la dialéctica memoria-olvido.

La propuesta de Wajcman: «lo que no puede verse ni decirse, debe mostrarse». La palabra exaspera la presencia. El hombre ya sabe todo, pero no se trata de des-aprender para una nueva pureza, sino de limpiar. En ese trance, el homo dramáticus lo es en sí mismo y hablar de ello es redundante, por lo que, la poesía está en otra parte. Ya no se trata del ‘conócete a ti mismo’ porque el hombre ha sido disecado de todas las formas. No es cuestión de desaprender lo humano que somos, sino de validarlo en otro status. El cul de sac de las artes que se niegan a sí mismas, ya no es cuestión de esa ‘ceguera histérica’ de la que habla Hernández Navarro que no es sino un «no ver más del mismo modo».


Mostrar más

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba